Capítulo 27

43 6 0
                                    




Cuando las hadas depositaron a las muchachas frente al castillo de cristal, soltaron sus hombros y las dejaron en libertad. Sin embargo, las dos hadas de Agatha la sujetaban y arrastraban como si fuera una prisionera. Agatha miró del otro lado del lago. ¿Dónde está Sophie?

El agua cristalina cedía paso al foso de fango al otro lado del lago; una neblina gris oscurecía todo lo que había en la orilla opuesta.

Si Agatha quería rescatar a su amiga, tenía que encontrar una manera de cruzar ese foso. Pero primero debía alejarse de estas plagas con alas. Necesitaba algo que las distrajera. Delante de ella, por encima de unas puertas doradas, se leían las siguientes palabras espejadas:

ESCUELA PARA LA ENSEÑANZA DEL BIEN Y EL HECHIZO

Agatha vio su reflejo en las letras y se dio vuelta, ya que aborrecía los espejos y los evitaba a toda costa. (Los cerdos y los perros no se miran en los espejos, pensó). Siguió avanzando y miró hacia arriba, a las puertas escarchadas del castillo con la estampa de dos cisnes blancos.

Pero cuando las puertas se abrieron y las hadas condujeron a las niñas hacia un pasillo estrecho y espejado, la fila se detuvo en seco y varias niñas la rodearon como si fueran tiburones.

Se la quedaron mirando un momento, como si esperaran que se quitara la máscara y debajo hubiera una princesa. Agatha intentó sostener sus miradas, pero lo único que logró fue ver su propia cara reflejada mil veces en los espejos,y de inmediato clavó la mirada en el piso de mármol.

Algunas hadas se acercaron para que el grupo avanzara, pero la mayoría se posó en los hombros de las niñas y observó. Por fin una de las chicas se acercó; el cabello dorado le llegaba hasta la cintura, sus labios eran carnosos y sus ojos, color ámbar. Era tan bonita que parecía irreal.

La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora