Capítulo 11

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Apenas la cabeza de Sophie desapareció debajo de la ventana, Agatha se metió los corazones de jengibre en la boca. Lo único que lograrán estas galletas es atraer a las ratas, pensó mientras las migas caían sobre sus botas negras. Bostezó y se dispuso a volver; el reloj de la aldea marcaba las doce menos cuarto.

Cuando dejó a Sophie después de la caminata, Agatha volvió a su casa, pero empezó a pensar que Sophie se escaparía al bosque para buscar esa escuela de tontos y chiflados y terminaría corneada por un jabalí. Así que regresó al jardín de su amiga y esperó detrás de un árbol, escuchando cómo Sophie desarmaba su ventana (mientras cantaba una estúpida canción sobre príncipes), preparaba su equipaje (ahora la canción era sobre campanas de boda), se maquillaba y se ponía su mejor vestido (¿Todo el mundo muere por las princesas vestidas de rosa?), y finalmente (¡por fin!) se metía en la cama.

Agatha aplastó las últimas migas con su bota y se dirigió al cementerio. Sophie estaba a resguardo, y mañana, cuando se despertara, se sentiría como una tonta. Sin embargo, Agatha no iba a refregárselo por las narices; Sophie iba a necesitarla aún más ahora, y ella iba a ayudarla. En este mundo seguro y solitario, entre las dos crearían su propio paraíso. Mientras Agatha subía por la colina, observó un arco de oscuridad en el límite del bosque, iluminado con antorchas.

Parecía que los guardias responsables del cementerio consideraban que no valía la pena proteger a quienes vivían allí. Desde que Agatha tenía uso de razón, siempre había tenido talento para espantar a las personas. Los niños huían de ella como si fuera un murciélago vampiro. Los adultos se apretaban contra las paredes cuando ella pasaba, con miedo de que les echara una maldición. Incluso los guardianes del cementerio

de la colina salían corriendo cuando la veían. Cada año que pasaba, la gente se cuidaba menos de hablar en voz baja —«bruja», «villana», «Escuela del Mal»—, hasta que Agatha empezó a buscar excusas para no salir de su casa. Primero pasaron días, luego semanas, y luego permaneció allí indefinidamente, como un fantasma.

La escuela del bien y el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora