En el medio de la noche la tenue luz de la calle traspasa la cortina,
doy vueltas en la cama, veo cómo pasan las horas.
Cierro los ojos y lo único que puedo pensar es en el dolor, ese dolor que hace tiempo encontró un lugar cómodo en mi pecho.
Las lágrimas me acompañan, limpio algunas y en seguida caen otras, solo me queda dejarlas fluir.
En esta noche tan larga, tan intensa
con los dientes apretados ansío que se termine, mientras más lo pienso parece más eterna. Cuento cuentos en mi cabeza, como si alguno fuera a tener un final feliz, como si no supiera que todo lleva al abandono.
Por ahí en un momento, con los ojos ya cansados, busco en mi futuro algún milagro, algo que me saque de este lugar, de estos miedos. Pensé en rezar, pensé en decretar, en momentos de crisis lo que me parece absurdo se vuelve una esperanza.
Las horas no pasan más. Algunos perros ladran, patitas de gatos resuenan en el techo, por ahí a lo lejos se siente un ruido que no pude identificar como otra cosa que no sea ruido de vacío. El mundo se mueve en la noche también.
Escribo unas frases, textos interminables, algún que otro verso, alguna que otra súplica. No sé qué más hacer con este tiempo, dormir a esta altura es imposible.
Increíble este insomnio, increíble lo que hace el dolor.