Capitulo 3:

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Otra vez estamos en un carruaje, al contrario de nuestro camino desde el Sacro Imperio Romano Germánico, no tengo a mis damas de compañía sino a Henry frente a mí, y a una señora de unos sesenta años que nos observa desde la esquina.

Estamos en camino al palacio de Versalles, después de que me reuniera con el rey en las afuera de Paris hace unos días, nos separamos para reunirnos nuevamente cerca de Versalles, y llegar al palacio juntos.

Siempre había imaginado que en este momento estaría saltando de la emoción, pero lo único que quiero es abrazar a mi madre como si fuera una niña de diez años.

¿No soy muy pequeña?

Henri huele fuertemente a alcohol, y fastidia llegado a un punto. En su mano tiene una botella de vodka que ha estado bebiendo por todo el trayecto.

—Lo mejor de tu país Vicky —Sostiene la botella y le da un trago sin nada más.

Quiero a Nastya a mi lado, estoy tan aterrada, muerta de miedo por la boda y por la consumación. Recuerdo a Leon quien me sonríe en mis memorias, recuerdo su aroma y sus bellos ojos.

Ojalá el estuviese en este carruaje conmigo.

Cuando llegamos y abren las rejas para nosotros veo la grandeza y el poder de Francia en este palacio, hay tantas ventanas que estaría todo un día entero contándolas.

Es gigantesco, los jardines se extienden hacia los alrededores y es simplemente irreal. Hay mucha gente en la entrada del palacio, están ordenados de una manera en la cual nos dejen pasar.

Nos abren la puerta del carruaje y el primero en salir es Henri, quien me extiende la mano para ayudarme a bajar.

Caminamos hasta la entrada, con todos los ojos de la corte francesa observándome. Sé que buscan algo, algo de lo que puedan reírse y hablar mientras apuestan y beben vino.

Sé que las chicas entran conmigo con paso lento a mis espaldas, y ahora que lo pienso, la corte que llega a instalarse en Francia es demasiado reducida, y eso es debilidad.

(...)

—Estos son su aposentos personales, alteza —Una dulce chica me enseña lo que ahora será mi hogar—. Puede redecorarlo si desea, para que se sienta más cómoda.

—Es perfecto, no hay ningún problema.

—Por si necesita saberlo —Ella camina hacia la habitación. Comienzo a seguirla—. Detrás de su cama y en esta puerta tapizada hay una unión entre la habitación del Rey y la suya, puede cerrarla con candado cuando quiera.

—Entiendo —Entrelazo mis manos.

Puedo ir a verlo cuando quiera, y el a mí.

La chica vuelve a caminar hasta llegar a la entrada de mi apartamento, en donde me encuentro con dos mujeres jóvenes con la cabeza agachada tratando de sostener la risa.

—Estas son Ivana y Agatha —Las señala y cada una hace una reverencia demasiado exagerada—. Serán sus sirvientas personales. Si necesita más puede avisarme y le traeré las que crean que le falten.

—Oh no, así estoy bien, con dos estoy perfecta.

La chica deja los aposentos y me quedo con mis dos sirvientas.

—Yo soy Agatha su alteza —Vuelve a hacer otra reverencia más tranquila—. Marial no le explico bien cual es cual. Y ella es Ivana —Señala a la otra chica.

—La dejaremos sola para que conozca bien el lugar —Dice Ivana—. Si nos necesita en algún momento, estaremos justo aquí en la puerta, solo tiene que llamarnos.

—Está bien —Suspiro fuertemente, no me había dado cuenta de lo agotada que me sentía—. ¿Dónde están los aposentos de mis damas de compañía?

Agatha se queda pensando, Ivana parece recordarlo más rápido y responde.

—Al lado derecho se encuentra el de la señorita Anastasia, su alteza, y la señorita Irina comparte aposentos con la señorita Yekaterina.

—Llámenlas por favor, y díganles que me encuentro en mi habitación.

Agatha sale corriendo de la habitación, Ivana se queda y yo decido ver todos mis aposentos.

Hay una sala bastante grande con tapices de flores y muebles que se ven muy cómodos, una chimenea con un jarrón de flores encima está al frente del sofá, al otro lado se encuentra un comedor de seis puestos decorado con más flores.

Teri estaría encantada de estar aquí.

No he mencionado los gigantes ventanales que dan paso al sol y le dan un toque más hermoso al apartamento. La habitación es una explosión de dorados, hay otra chimenea al lado de la inmensa cama con un espejo reluciente encima.

—¡Vicky! —Irina grita y yo volteo a ver a la tres.

Todas se acercan a mí y me dan un fuerte abrazo que me deja sin aliento.

Tan solo habían pasado un par de horas sin verlas y lo había sentido una eternidad. De verdad amo a estas chicas.

—Tu apartamento es hermoso y gigantesco —Nastya dice dándole una ojeada a mi habitación.

—Aquí lo importante es —Irina dice y yo me siento en la cama invitándolas a sentarse a mi lado—. Sé muy bien que se te concedió una información privilegiada Vicky —Me mira fijamente a los ojos.

—Ya se lo que quieren que les diga —Ellas ponen mucha más atención y se acercan más a mí.

No se los esconderé, honestamente, me encantarían que me lo hubiesen explicado hace mucho tiempo, y así no tendría este revoltijo de pensamientos ni confusiones.

Al contarles todo, ellas solo pueden quedarse con la boca abierta, y yo solo me rio. Esa debió ser la cara que le puse a mi madre.

—¿De verdad no duele? —Teri la más pequeña pregunta.

—Mi madre me asegura que si se hace correctamente no debería.

—Si he sentido la tentación, ¿Han visto el hermano de Nastya? El vizconde Leonidas está para morirse.

—¡Teri! —Todas gritamos asombradas y nos echamos a reír.

Después de hablar por horas y que las chicas se fueran agotadas a sus apartamentos, el sol se esconde y da paso a la luna. Agatha y Ivana se apresuran a prender todas las velas para no quedar sumidas en la oscuridad. Me preguntan si quiero algo en especial para comer, y yo solo les digo que me sorprendan.

Tocan la puerta y entra un señor viejo con un maletín en su mano, me recordó al que llevaban los doctores que entraban a ver a mi padre.

—Buenas noches su alteza —hace una pequeña inclinación—. Vengo a practicarle su examen.

—¿Cuál examen? —Pregunto confusa.

—El examen para saber si su alteza se encuentra intacta.

Oh

Es esa horrible parte en la que madre se sintió incomoda.

(...)

Agatha e Ivana me desvistieron juntas y colocaron un simple camisón para dormir, después me hicieron sentar en el tocador de mi armario para desarmar el peinado que había hecho Nastya, peinaron mi largo cabello hasta desenredarlo por completa. Mañana tendría que lavarlo para mi boda.

Cuando llego la comida me sentí asqueada y no comí mucho, aunque la comida estuviese sabrosa. Agatha me acostó y arropo en la cama como una niña pequeña, e Ivana apago las velas dejando solo encendidas las de un candelabro en la mesa de noche, para cuando yo quisiera apagar las velas.

Ojalá a los hombres también los obligaran a hacer ese maldito examen.

La Reina De FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora