Maracuyá.

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XV

—Déjame llevar eso —dijo Harry, deslizando mi mochila de cuero de mi hombro al suyo.

—No. Yo puedo.

—Louis, a los omegas les gustan estas cosas. Tienes que acostumbrarte. Deja de ser un agente, y empieza a representar el papel.

Asentí, concediendo de mala gana. Acabábamos de llegar al Aeropuerto Internacional de San Diego. Me alegré de que pudiéramos pasar rápidamente por la línea de clase de negocios. En el último sábado de las vacaciones de primavera, el aeropuerto se encontraba particularmente concurrido. Esquivar el tráfico humano en el camino a nuestra puerta puso, a un actualmente tenso Harry, más ansioso.

—No pienso hacer esto otra vez en la mañana u otra vez en la mañana de un lunes —gruñó Harry.

Al notar que las omegas le daban una segunda o tercera mirada a Harry, me dificultaba no mirarlo yo. Usaba una camiseta gris un tanto apretada con una sudadera deportiva y vaqueros, su cinturón de cuero café combinaba con sus botas Timberlands. Cuando me acercaba lo suficiente podía oler su colonia y me encontraba respirando más profundo.

Escondió sus ojos detrás de unos lentes oscuros de aviador y mantuvo una sonrisa forzada a pesar de estar cargando todo nuestro equipaje y el conocimiento de que vería a su familia, y a Carolina, pronto.

Nos sentamos en la terminal, y Harry dejó las maletas a su alrededor. Sólo trajo un equipaje de mano. El resto era mi maleta con ruedas mediana, un equipaje de mano con ruedas y mi mochila de cuero.

—¿Qué traes en esta cosa? —preguntó, poniendo lentamente la mochila de cuero en el suelo.

—Mi portátil, tarjetas, llaves, aperitivos, audífonos, billetera, un suéter, goma...

—¿Empacaste un abrigo?

—Estaremos en Illinois por una noche, luego nos iremos a las Islas Vírgenes. Puedo hacer todo eso con un suéter a menos que la despedida de solteros sea afuera.

—No estoy seguro de que vayas a la despedida de solteros.

—Henry va a pedirle matrimonio a Carolina en la despedida de solteros, ¿cierto?

—Parece que sí —dijo, su voz de repente era tranquila.

—Si ella puede ir, yo también.

—Es una camarera.

—Soy un agente del FBI. Yo gano.

Harry se quedó mirándome. —Quiero decir que podría estar trabajando en la fiesta.

—Yo también.

—Dudo que otras omegas estén ahí.

—Me parece bien —dije—. Mira, no voy a dejar que presencies eso solo. Ni siquiera estoy enamorado de Nick, y no puedo imaginar lo incómodo que sería verlo proponerse.

—¿Cómo te fue a la mañana siguiente? Nunca lo dijiste.

—Se había ido. Llamé a su mamá, y dijo que llegó bien a casa. No hemos hablado.

Harry se rió una vez. —Presentarse en tu casa, rogando. Qué estupido.

—Concéntrate. No tenemos tiempo para ir a dejarme. Debemos ir directo ahí, y no voy a esperar en el auto. Sólo diles a tus hermanos que vamos a todos lados juntos. Diles que soy un omega prepotente y celoso. Honestamente, no me importa. Pero si querías un decorado, deberías de haber traído a Constance.

Hermosa Redención (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora