Granada.

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XXIV

Reajusté mi celular, de forma que se acomodara mejor entre mi mejilla y mi hombro, mientras trataba de cocinar. —Espera, mamá, solo un segundo —dije, recurriendo a acomodar el teléfono en el gabinete.

—Sabes que odio el altavoz. —Su voz flotaba junto con las especias en el aire—. Louis, quítame del altavoz.

—Soy el único aquí, mamá. Nadie más puede oírte. Necesito las dos manos.

—Al menos estas cocinando para ti y no comiendo ese veneno procesado cada noche. ¿Has ganado peso?

—Perdí unos cuantos kilos, de hecho —dije, sonriendo incluso cuando no podía verme.

—No muchos, espero —se quejó. Me reí. —Mamá, nunca estás feliz.

—Solo te extraño. ¿Cuándo vendrás a casa? No esperarás hasta Navidad, ¿verdad? ¿Qué estás cocinando? ¿Está bueno?

Agregué brócoli, zanahorias y agua al aceite caliente y luego empujé todo en la sartén que ya crepitaba. —Yo también te extraño. No lo sé. Miraré mi horario, salteado de pollo y vegetales, y esperanzadamente, será asombroso.

—¿Mezclaste la salsa? Tienes que mezclarla primero, sabes, para dejarla suavizarse y respirar.

—Sí, mamá. Está en el mostrador a mi lado.

—¿Agregaste algo extra? Es buena de la manera en que la hago.

Me reí. —No, mamá. Es tu salsa.

—¿Por qué estás comiendo tan tarde?

—Estoy en el horario de la Costa Oeste.

—Siguen siendo las nueve ahí. No deberías comer tan tarde.

—Trabajo tarde —dije con una sonrisa.

—No te estás manteniendo muy ocupado en el trabajo, ¿verdad?

—Me estoy manteniendo muy ocupado. Me gusta de ese modo. Lo sabes.

—No estás caminando solo en la noche, ¿o sí?

—¡Sí! —la molesté—. ¡Solo en mi ropa interior!

—¡Louis! —me regañó.

Me reí fuerte, y se sintió bien. Parecía que no había sonreído en un largo tiempo.

—¿Louis? —dijo, con preocupación en su voz.

—Estoy aquí.

—¿Estás nostálgico?

—Solo por ustedes. Dile a papi que digo hola.

—¿Mark? ¡Mark! Louis dice hola.

Pude escuchar a mi padre en algún lugar de la habitación —¡Hola, nene! ¡Te extraño! ¡Se bueno!

—Empezó con las píldoras de aceite de pescado esta semana. Lo impulsa.

Pude escuchar el ceño fruncido en su voz, y me reí otra vez.

—Los extraño a ambos. Adiós, mamá.

Presioné el botón de finalizar con mi meñique, y luego añadí el pollo y la lechuga. Justo después de añadir las vainas de guisantes y la salsa, alguien tocó a la puerta. Esperé, pensando que lo había imaginado, pero tocaron otra vez, más fuerte esta vez.

—Oh, no. Oh, mierda —me dije a mi mismo, bajando el fuego hasta casi apagarlo.

Me sequé las manos en una toalla y troté hacia la puerta. Me asomé por la mirilla, y después deslicé la cadena y agarré la perilla como un hombre loco.

Hermosa Redención (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora