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Príncipe Alex

Sentado, aburrido y solo. Así estaba yo, el príncipe del imperio. Me preguntaba, si ir a aquel cumpleaños lo mejoraría.

Milo, el egocéntrico hijo del duque estaba celebrando su cumpleaños en mi maldito castillo, sé que es propiedad de mi padre, pero aún así eso no quita que pertenezca a la familia imperial, por lo tanto me pertenece a mí.

Era una regla de tres un poco tonta, pero si lo pensabas bien, tenía sentido, yo cogeré el trono en un futuro no tan lejano, así que ¿Por qué no empezar a
vigilar lo que es mío?

Me giré a verme a mí mismo en el espejo. Aún no me había arreglado, si fuera un noble de bajo rango podría ir tal cual estaba vestido ahora, pero al ser el príncipe tengo que ir mejor que eso y mejor que todos en el cumpleaños en general, aunque estaba casi seguro de que eso al cumpleañero no le haría mucha gracia.

Maldito niñato con complejo de diva.

Le prometí a mi prometida que iría al cumpleaños más tarde, pero mentí, no lo hice exactamente para fastidiarla fue que tan solo a última hora me lo pensé mejor. Y como mi hermano sí quería ir pues le ofrecí ir en mi lugar como miembro de la realeza. En realidad da igual quién de los dos asista, mientras tengamos el título de la familia imperial todo estaba bien.

Me acerqué a la ventana y sin ninguna sorpresa vi como mi hermano entraba al carruaje de destino al cumpleaños.

Fruncí las cejas con disgusto.

—Se va a arrepentir de asistir a tremenda fiesta asquerosa, seguro..—Murmure por lo bajo refiriéndome a mi hermano.

Deje las papeles de trabajo que tenía encima de la mesa de mi escritorio bien ordenados y organizados ya listo para irme a la cama. Al salir al pasillo me fijé en que no había nadie, algo ya no tan extraño en el palacio de la emperatriz.

Así es, el palacio de la emperatriz, ahí es donde me estoy quedando actualmente. Padre, me dijo que madre estaba actuando extraño, de repente no quería sirvientes y comía menos, a pesar de que el emperador tenía espías en el palacio de la emperatriz, ella no era tonta y los despidió a todos. Siendo yo el único que podía averiguar que era lo que le pasaba a madre, sin mencionar que ya rara vez veía al emperador, tanto en aspecto familiar o en la intimidad, ella estaba rechazando directamente cualquier invitación.

No quería admitirlo, pero en el fondo me preocupa que este atravesando una depresión o algo del estilo. Ella dijo que estaba bien que me quedase con ella algunos días, mientras que no la molestase.

Caminé por los pasillos dirigiéndome a mi recamara. Hasta qué...

—¡Maldita sea! ¡Mira por donde vas la próxima vez!—Exclame sorprendido por el golpe de frente que se produjo al chocarme con alguien.

Era una chica. Una chica jodidamente hermosa, su pelo era largo rizado de un color castaño claro y sus ojos grises como una tormenta. Tenía un lunar debajo del ojo y unos labios rojos con tez pálida.

—¡Perdóneme alteza! Es tan solo que iba apresurada y como no había nadie no pensé que al girar la esquina lo iba a ver a usted—Explico con claro nerviosismo y un fuerte rojo en las mejillas que la hacían ver hasta adorable estando asustada.—Por favor perdóname.—Rogó.

Parece como un cachorrito indefenso, bonito por fuera, pero estúpido e inútil por dentro, una criatura que depende de alguien superior a él para entender como funciona su trabajo, alguien al que tienes que cuidar y perdonar por su inocencia y hermosura, pero sé que eso también es parte de su apariencia. Es insultante cuando intentan menospreciarme.

Manipulando el flujo de la novela [..]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora