2.8: Un Equipo Peculiar

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     Isabelle perdió la cuenta de cuántas noches pasó en aquel maravilloso pueblo... pero fueron las mejores noches de su vida.
Disfrutó conocer más de la familia de Fin, de sus habilidades y sus sueños... Podría acostumbrarse a tomar el té todas las tardes y jugar con los vecinos de la aldea. Quizá podría aprender a hacer adornos para los sombreros que Finlay creaba con pasión, podría conseguir un empleo en la biblioteca local. Sin darse cuenta, Isa comenzó a planear toda una vida en aquel reino, con aquellas personas.
     Los días con Finlay eran divertidos, entregar sombreros a distintas casas cercanas, contar historias a los niños que jugaban en el parque, cocinar galletas con su hermana, montar a caballo por las tardes explorando las maravillas de Maravillas. Había un amable granjero que le prestaba al sombrerero sus corceles de vez en cuando... era como si todos los habitantes de ahí amaran a Finlay, era... lindo.
     Extraño.
     Pero lindo.
     No imaginaba a una sola persona que pudiera odiarlo, después de todo era un joven muy caballeroso y gracioso, una luz en aquel lugar.

     Una tarde, cuando Isa salió al jardín, vio a su amigo pelirrojo arrodillado frente a unas flores. Al acercarse a él, preguntó, —¿Qué haces?—
Para su sorpresa, lo había asustado.

     —¡AH!— Fin volteó a ver a Isa, y rápidamente alzó las manos mostrando inocencia, —Oh, eres tu...— volvió su característica sonrisa, —...creí que estabas adentro—

     —Estaba adentro, si. Pero, te vi trabajando y me preguntaba si podía ayudarte en algo—

     —¿Te gusta la jardinería?— De la nada, Fin sacó una pequeña rosa violeta de... quién sabe dónde.

     —A mi mamá le gustaba la jardinería, y de vez en cuando le ayudaba a cuidar las flores. Teníamos cientos en la entrada de nuestra casa...— Isabelle se sentó a su lado, y puso su barbilla sobre sus rodillas. Fin se había acostumbrado a verla así de vez en cuando. Contaba algún recuerdo feliz, o compartía algún detalle sobre ella y su vida... y de la nada, dicho momento se volvía triste, —...ella amaba las rosas rojas—
     Entre la melancolía del momento, Fin tuvl una idea, y sonrió.

     Apuntó a un arbusto en la distancia, ahí misml en el jardín, —¿Como esas...?— Cuando Isabelle se dio la vuelta vio el rosal mas maravilloso y abundante que jamás hubiera imaginado. Era perfecto, y la hizo sonreír

     Isa se levantó a tomar una, claro, con cuidado para no lastimarse. Y pronto, se dio cuenta de algo curioso, ya que las rosas de ese arbusto no tenían espinas, —Es... ¿Qué tipo de flores sin estas?— Preguntó, alzando la voz un poco.

     Fin le respondió desde donde estaba, —Son rosas, claro. Rosas rojas. ¿Crees que nl se de jardinería?—

     Cuando Isabelle arrancó una, y la examinó con detenimiento se dio cuenta de que era una rosa perfecta. Demasiado perfecta, —No... no estaban ahí antes, ¿o si? Hemos tomado el té muchas veces aquí en tu jardín, las hubiera notado, estoy segura—

     —Quizás las pasabas de largo— Se encogió de hombros, y volvió a ajustar sus guantes coloridos y acomodar la tierra de las plantas frente a él, —¿Maravillas sigue sorprendiéndote?—

     —Fin— Isa se encontraba ahora un poco mas seria de lo usual, como si todos sus sentidos se hubieran activado a la vez, —Esto no estaba aquí antes... y estas no son rosas— Dijo con firmeza.

     —¿Por qué lo dices?—

     —Las rosas tienen espinas—

     —Son... rosas sin espinas, otra maravilla de Maravi...—

El Club de los Escritores PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora