La clase de Metodología de la Investigación finalizó con dos ejercicios independientes que Maya dudaba poder resolver. Decidió copiar más tarde el ejercicio de otro estudiante, no podía darse el lujo de suspender otra asignatura.
Guardó la libreta y el bolígrafo en la mochila, con cuidado de que el material no saliera por el hoyo al lado del cierre. Mensajearía más tarde a su padre para que le adelantara el dinero que enviaba cada trimestre para ayudarlas con los gastos. El aceptaría sin responder, no habían hablado desde el día que se marchó de casa. Maya había ido a buscarlo semanas después, pero él se negó a abrirle la puerta de su casa.
El profesor Hendrix se detuvo delante de su escritorio. Vestía una de sus habituales camisas de cuadros y un pantalón de lino color gris, siempre manchado de grasa y azúcar.
—Señorita, ¿por qué no se queda después de clases para ayudarla en la materia? —dijo.
—Mmm, no gracias. Estudiaré en casa.
Frunció el ceño, ofendido.
—Debería considerar mi oferta. No ofrezco repasos seguidos —insistió.
Captó la indirecta. Maya sabía bien lo que sucedía en los llamados "repasos".
—Lo tendré en cuenta.
Hendrix esbozó una mueca de disgusto.
—La veré en clases —dijo antes de marcharse.
Terminó de recoger sus pertenencias y salió del aula con tanta rapidez que chocó con la pared. Sorprendida, dio un paso hacia atrás. Frente a ella se encontraba el gorila rapado de dos metros llamado Héctor.
—¿Cómo has entrado?
—Tengo mis contactos —respondió, arqueando una ceja—. ¿Por qué corrías?
Maya recorrió el pasillo con la vista esperando ver a Marcus.
—Solo he venido yo.
—Debería llamar a seguridad —repuso con una sonrisa irónica—. Al parecer no están haciendo bien su función. ¿El zoológico sabe que te escapaste?
Héctor frunció el ceño. Maya sonrió al notar que lo había molestado. El chico la había desaprobado en el instante en que Marcus le dijo que comenzarían a salir. Héctor desde entonces se comportaba como un idiota cada vez que ella estaba cerca.
—Marcus no ha venido a clases, tampoco a las prácticas. ¿Sabes algo? —le preguntó.
Maya lo empujó a un lado para abrirse paso.
—No. Es tu amigo, deberías saber.
—Es tu novio, deberías saber.
Héctor había usado esa palabra a propósito para herirla, sabía muy bien el tipo de relación que tenía con su amigo.
—Marcus nunca falta a una práctica —añadió—. Últimamente ha estado distraído, comienzo a preocuparme.
Avanzó hasta el casillero. Héctor la siguió.
—Hablaré con él está noche —le dijo.
El chico colocó su mano contra la puerta del casillero, imposibilitando que lo abriera.
—Es feliz contigo, Maya. No lo arruines —advirtió.
—¿Puedes dejarme en paz?
—Te estaré vigilando.
Maya le levantó el dedo medio cuando le dio la espalda. "¿Por qué siempre tenía que ser ella la que arruinara las cosas?", pensó.
Esperó a estar sola para pintar con el marcador unos bigotes en la fotografía pegada en la puerta del casillero. Era un collage de cómo imaginaba que debería verse el Titiritero.
—Ya aprendí la lección, Titiritero —susurró—. ¿Puedes volver a hablarme?
Alguien carraspeó detrás de ella. Se volteó con el puño en alto esperando enfrentar a Héctor. Lo bajó de inmediato al ver a Elena ladear la cabeza, confundida.
—¿A quién le hablas? —preguntó.
—Sola. Sabes que a veces pienso en voz alta.
—Estás loca.
—Y justo por eso me quieres.
Elena curvó sus labios en una amplia sonrisa. Usaba unos vaqueros que resaltaba sus anchas caderas y una blusa plateada que contrastaba con el tono canela de su piel. El cabello lo llevaba al estilo afro.
—¿Vamos al café? —preguntó.
—Lo siento, Marcus me envió un mensaje ayer para vernos ahí en la tarde. Sabe cuánto me gusta el lugar.
—¿Se acordará?
Maya no contestó la pregunta.
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TITIRITERO
Teen FictionMaya, Elena, Marcus y Javier son cuatro jóvenes que parecen no tener nada en común, y a la vez, lo tienen todo. ¿Cómo lo sé? Porque soy el Titiritero, un ser encargado de narrar historias: El espectador omnipresente. O al menos eso era antes de con...