Maya suspiró antes de introducir la llave en el cerrojo de la puerta. No podía creer que había tenido una cita con Javier. Habían cenado en un pequeño restaurante a la orilla del río y luego caminado sin parar de hablar durante todo el trayecto. Él la acompañó hasta su casa y le pidió su número para salir otra vez. Maya se negó, y aunque pudiera jurar que había tenido una de las mejores citas en su vida, no quería hacerse ilusiones. Ella amaba a Marcus y no creía que pudiera llegar a sentir algo tan cercano con nadie. Las casualidades los había presentado en más de una ocasión, pero esta sería la última vez que se verían.
Al entrar, encontró a su madre comiendo una porción de tarta de chocolate sentada en el sofá de la sala. El mueble, que antes había sido de un color claro que no podía recordar, estaba lleno de manchas de comida y los muelles comenzaban a salirse del relleno.
—¿Vas a volver? —preguntó con esperanza. Maya se sentó a su lado y le quitó un trozo de pastel.
—Con una condición.
Su madre levantó una ceja.
—Quiero que dejes esa cosa, por favor.
—Maya, sabes que no puedo. Entiéndeme por favor.
—Entonces me iré de la casa y no pagaré ni una cuenta más —concluyó.
Su madre frunció el ceño.
—Está bien, lo intentaré.
Maya se puso en pie.
—Intentarlo no es suficiente. —Se dirigió a la habitación de su madre, decidida.
—¿A dónde vas? —le preguntó su madre, siguiéndola.
—A deshacerme de toda tu mierda.
Maya entró en la habitación y empezó a buscar por todos los rincones y entre los montones de ropa acumulada. Levantó las latas de cerveza vacías y los restos de comida. El lugar apestaba.
—Maya, por favor, detente. Te dije que lo iba a intentar.
Maya ignoró sus palabras y siguió con la búsqueda. Encontró un paquetico de polvo blanco escondido en una caja de zapatos y lo alzó.
—No lo hagas, por favor —suplicó su madre—. Cambiaré, lo prometo, pero dame tiempo.
Maya negó. Sosteniendo el paquete con fuerza, se dirigió a la cocina con la idea de tirarlo por el lavamanos. Su madre la empujó al suelo para detenerla. Maya forcejeó con ella mientras intentaba levantarse.
—¡Suéltalo, Maya! —gritó mientras la zarandeaba.
—No.
Su madre la empujó tan fuerte que su cabeza golpeó el suelo. Maya se incorporó llevándose una mano a la cabeza. Cuando la retiró, vio una mancha de sangre.
—Perdóname, hija —suplicó su madre, viéndola con los ojos humedecidos—. Yo solo... ¿estás bien?
Maya le dedicó una mirada de pocos amigos mientras sentía como la habitación comenzaba a encogerse.
—Lo siento —repitió su madre una y otra vez—. Nunca te haría daño.
—Ya lo has hecho.
El timbre de la puerta sonó y su madre se apresuró a abrirla. Maya escuchó la voz de Elena a lo lejos y a su madre explicarle que se había "caído" al suelo y necesitaba ayuda. Maya no sabía cómo hacía su amiga para llegar justo cuando ella lo necesitaba. Lo había hecho esa vez en el zoológico y aún continuaba haciéndolo.
—Mierda —maldijo Elena al verla—. Vamos al hospital.
—Te quedas aquí, Josefina —pidió Maya—. Si te ven en ese estado, te internarán. Aunque posiblemente sea lo mejor.
Su madre asintió avergonzada.
Maya esbozó una mueca de dolor cuando Elena la ayudó a levantarse. Tomaron un taxi hasta el hospital, donde fueron atendidas por una amable doctora que colocó a Maya en una de las salas de urgencias. Una hora después, le dieron el acta al comprobar que no había sufrido una lección grave.
—Necesito un café —pidió Maya—. No quiero volver a casa.
—No, vamos a mi casa, necesitas descansar. Luego pasaré por algo de ropa y le diré a Josefina que estás bien.
Maya hizo una mueca ante la mención del nombre de su madre.
—Vamos, solo han sido dos puntos. Un café no me hará daño —suplicó—. Además, necesito pensar en otra cosa o la cabeza me va a explotar. Yo quiero... no sé, respirar.
Elena accedió sin estar muy convencida. Decidieron pasar primero a que Maya se cambiara la ropa ensangrentada por un vestido negro estilo marinero. En cambio, Elena se vistió con una blusa de encaje blanco y jeans.
Maya sonrió al ver que su mesa junto a la terraza estaba vacía. Tomó una de las tizas y escribió en una de las paredes: "Siembra plantas en tus grietas, para que el recuerdo de quien las hizo no pueda competir con la nueva vida creciendo en ellas"
—¿De qué libro es? —preguntó Elena, intrigada.
Maya iba a responder cuando vio a Marcus conversando con Mónica en la última mesa. La chica lucía un hermoso vestido rojo escotado y llevaba el cabello rubio suelto sobre sus hombros. Marcus había sustituido sus habituales ropas deportivas por una camisa gris de mangas cortas y jeans.
La cabeza de Maya dio vueltas y su vista se nubló. "¿Hace cuánto la engañaba?, se preguntó mientras se dirigía hacia ellos con lágrimas en los ojos.
Elena la agarró del codo, deteniéndola.
—Detente, Maya. Hoy no estás en condiciones de pensar con claridad.
—¡Marcus! —gritó Maya con lágrimas en los ojos. El chico volteó a verla con ojos sorprendidos y Mónica le dedicó una sonrisa.
Marcus se levantó al verla, sus ojos se dirigieron a la venda que cubría la parte posterior de su cabeza.
—¿Qué te sucedió? —le preguntó Marcus, preocupado. Maya negó con la cabeza, su fingida amabilidad no era más que otra mentira que no estaba dispuesta a tolerar.
Maya miró a Mónica con los ojos enrojecidos, luego a Marcus.
—No es lo que estás pensando —dijo él con voz pausada—. Déjame explicarte.
Algunos clientes se voltearon en su dirección cuando Maya lo empujó. Estaba tan concentrada en su enojo que no percibió cuando Mónica levantó la cámara del teléfono en su dirección.
—¿Con cuántos me has engañado, Marcus? —gritó enojada—. Sé muy bien que no sentías lo mismo por mí, pero esto es lo más bajo que puedes llegar. Sabes lo que ella le hizo a mi familia, lo que me hizo a mí.
—Cálmate, por favor —pidió Marcus. Miró a Elena en busca de ayuda, quien intentó calmar en vano a su amiga—. Vamos a hablar afuera.
—¿Te acostaste con ella? —dijo llevándose una mano a la cabeza—. ¿La abrazaste después de hacer el amor? O fuiste un tempano de hielo cómo lo fuiste conmigo.
—Maya... —advirtió Marcus.
—¿Por qué no me puedes amar? —sollozó—. Yo no tengo la culpa que un chico te rompiera el corazón y te dejará la misma noche que consiguió lo que quería.
Marcus gruñó.
—Lo siento Marcus, yo no quise...
Maya se mordió el labio al comprender lo que acababa de revelar. Arrepentida, intentó ir hacia él, pero Marcus pasó por su lado y salió del café sin dejarla pronunciar ni una palabra.
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TITIRITERO
Teen FictionMaya, Elena, Marcus y Javier son cuatro jóvenes que parecen no tener nada en común, y a la vez, lo tienen todo. ¿Cómo lo sé? Porque soy el Titiritero, un ser encargado de narrar historias: El espectador omnipresente. O al menos eso era antes de con...