Acto 3 -Maya

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Maya consiguió una mesa en la terraza. El lugar siempre estaba abarrotado debido a su diseño particular. Las paredes, pintadas de negro, permitían a los clientes escribir con tiza sobre ella. Desde nombres y frases de libros o películas, hasta declaraciones de amor, Maya había leído de todo.

Detrás de una maceta, Elena había colocado un mensaje muy especial. Era una especie de código dirigido a alguien de su infancia. A él lo habían adoptado primero que a ella y desde entonces, anhelaba volver a verlo.

Antes de hacer el pedido, Maya le envió un mensaje a Marcus recordándole de la cita. No era la primera vez que el chico la dejaba esperando, de hecho, se estaba volviendo habitual.

—Titiritero... —susurró.

El mesero, un chico pelirrojo con el rostro salpicado de pecas, se acercó a la mesa. Maya se río con disimulo al ver que el uniforme, compuesto por pantalón negro con tirantes y camisa blanca, parecía bailar debido a su delgadez.

—Hola, buenas tardes. Bienvenida a Bella Vie. ¿Desea hacer su pedido?

—Estoy esperando a alguien —informó.

El chico dirigió una mirada rápida a la silla vacía. Ya había pasado más de media hora que Maya había entrado al local.

—Entiendo. Mientras espera, ¿le gustaría pedir algo de beber?

—¿Eres nuevo aquí?

Las mejillas del chico se sonrojaron.

—Vengo con frecuencia, pero no te había visto antes —explicó—. Aunque tu rostro me resulta familiar.

—Sí, es mi primer día. También conozco a Elena, compartimos una clase.

Maya leyó el nombre del chico en su placa: Sam. Al escuchar que llegaba un mensaje a su teléfono, sintió esperanzas.

—Gracias, Sam. ¿Me podrías traer un frappuccino?

El mesero asintió complacido. Maya esperó a que se fuera para revisar el teléfono. Frunció el ceño al leer el contenido. Enojada, marcó el número desde el cual había recibido el mensaje.

—Maya —escuchó del otro lado del teléfono—. Lo siento, la revista me pidió hacer una sección de última hora.

—Marcus, siempre tienes una excusa planeada.

—Lo siento de verdad. Sé que te he decepcionado mucho. No volverá a pasar.

—Marcus, yo...

Hubo una pausa tan larga que Maya pensó que había colgado.

—Espera, iré a buscarte.

Quinte minutos después, vio aparecer la camioneta verde oliva de Marcus. Dejó el dinero en la mesa y corrió por las escaleras hacia la entrada.

Marcus se bajó del coche para abrirle la puerta. Tenía el pelo rubio algo despeinado y llevaba un mono deportivo de la marca para la que trabajaba como modelo desde los diecinueve años. Dos años después, seguía siendo el favorito de la revista gracias a sus inusuales ojos grises y su cabello tan rubio que parecía blanco bajo el sol. Maya había tenido que fingir ser su novia en más de una ocasión para que mantener alejadas a las chicas en los eventos. De cierta manera, aun sentía que seguía fingiendo.

Una vez dentro del auto, se inclinó para darle un beso en la mejilla. Maya hizo un puchero en respuesta, esperando recibir más.

—Hoy ha ido tu amigo a verme, parecía preocupado por ti.

El chico se rascó la cabeza, pensativo.

—No le hagas caso, Héctor se pone un poco paranoico cuando estamos próximos a competir. Hablaré con él para que no te moleste.

Maya le colocó una mano sobre el hombro. Los ojos grises de Marcus brillaron en respuesta.

—Sabes que puedes hablar conmigo —le dijo. Retiró la mano para colocarse el cinturón.

Marcus asintió.

—¿A dónde quieres ir? Te debo unas cuantas citas.

—¿Y si vamos a tu apartamento? —preguntó—. Te mudaste hace tres meses y aún no lo conozco.

—Hoy no —respondió tajante—. Mi compañero de apartamento estará ahí. Además, quiero que tengamos una cita. Creo que ya nos hemos saltado demasiados pasos.

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N

/A: ¿Cuál sería la frase que colocarían en la pared de existir un lugar así?

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