Acto 4 - Maya

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Maya hojeó la revista hasta encontrar las páginas donde aparecía Marcus. Un agente lo había contratado desde que lo vio salir exitoso del agua en una de las competiciones de waterpolo. Maya había estado ese día en las gradas junto con la madre de Marcus, animando al equipo. Irma, la madre de Marcus, era amiga de su madre y, al ver la difícil situación en la que ambas vivían, las había apoyado sin dudarlo.

—Me encanta esta foto. —Levantó la página para que Elena pudiera verla—. El tono gris del fondo resalta el color de sus ojos. Realmente es un color bastante inusual.

—Sí, es un tono interesante —contestó Elena sin mirarla.

Maya siguió mirando la revista.

—Esta foto no le hace justicia, parece delgado.

—Estamos en clase —le recordó su amiga en voz baja.

Maya escondió la revista debajo de la mesa.

—Estoy aburrida.

—Siempre lo estás.

Maya resopló.

—Creo que el Arte Egipcio no es lo mío.

—¿Y pasarte las horas viendo a Marcus medio desnudo sí lo es?

Le guiñó un ojo en respuesta.

—Maya, una relación no se construye solo viéndose un par de veces a la semana para tener sexo. Ni siquiera hablan o pasan tiempo juntos.

—No tienes por qué entenderlo —replicó—. Ambos necesitábamos un refugio al cual escapar y bueno... sucedió.

Elena clavó sus ojos marrones en ella. Tenía su cabello rizado recogido en un moño alto y estaba vestida con ropa estilo vaquero.

—Maya, estás enamorada amiga. Por eso aceptas cualquier cosa para estar a su lado.

Maya frunció el ceño.

—Cambiemos de tema.

—Te va a romper el corazón o tú a él.

Maya se ajustó el tirante del vestido negro que se le había caído del hombro. El vestido era tan corto que el profesor la regañó cuando la vio. Esa noche saldría a ver a Marcus en uno de los hoteles a los que solían ir.

—¿Crees que Margot me suspenda? —le preguntó, desviando el tema. Necesitaba pensar en otra cosa para aliviar su ansiedad.

—¿Por qué no dejas que Marcus te recoja por las mañanas?

Maya alargó un suspiro.

—Porque él ya hace demasiado por mí, no quiero ser su obra de caridad.

—Ustedes dos, —indicó el profesor— si no les interesa la clase, pueden irse del aula.

—Lo sentimos —contestaron avergonzadas.

Cuando el profesor apartó la mirada de ellas, Maya levantó su brazo derecho. Allí tenía tatuado en la muñeca el jeroglífico Anj. Elena se subió la blusa para mostrar su tatuaje gemelo en la cadera. Un símbolo de vida y amistad.

—¿Crees que alguna vez me llegué a querer? —susurró, no quería ganarse otro regaño.

Elena tomó su mano.

—Sabes la respuesta.

Maya asintió, con lágrimas en los ojos.

—Echo de menos a mi amigo.

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