Acto 6 - Maya

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Maya observó cómo Elena daba vueltas a su café, sin prestar atención a lo que ella estaba diciendo. Podía haberle hablado de arañas gigantes subiendo por la pared y ella solo hubiera asentido. Elena llevaba una falda larga de color negro y una blusa azul con vuelos. Maya había elegido una blusa de mangas cortas color canela y mallas negras. Había vuelto a ponerse sus tenis de rayas por si a alguien más le interesaba en su diseño particular. Después de su última cliente, había tenido dos más.

—¿Cómo están Max y Neo? —preguntó Maya. Su amiga era voluntaria en una asociación de rescate animal y se había llevado a casa a dos perros y una gata llamada Cleopatra. Intentó que Maya adoptará también, pero ella se negó, apenas podía cuidarse a sí misma.

—Bien.

Maya conocía lo suficiente a su amiga como para saber que se trataba de un tema lo bastante serio como para negarse a hablar de sus preciadas mascotas.

—¿Qué sucede?

Elena bajó la mirada a la frase que años atrás había escrito en una de las paredes del Bella Vie. Sus rizos se movieron con la brisa fresca que se colaba por la terraza del Bella Vie. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro.

—Lo encontré —dijo con voz temblorosa.

Maya abrió los ojos sorprendida.

—¿Hace cuánto?

Elena tragó saliva.

—Un tiempo.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —replicó enojada. Sabía lo importante que había sido el chico con el que su amiga había compartido su infancia.

—Tú mamá tenía una crisis y luego... solo tenías cabeza para Marcus.

Maya bajó la cabeza. Había sido una mala amiga. Elena la había apoyado en más de una ocasión y la había consolado, incluso cuando no se lo merecía. Maya la consideraba a Elena como una hermana, una hermana a la que no paraba de fallarle.

—Lo siento —le dijo con sinceridad—. Por favor, cuéntame. Estoy aquí para ti.

Elena le sonrió.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó sonriente.

Maya suspiró al recordar cuando se coló en una jaula a los ocho años durante una visita al zoológico. Sus padres no paraban de pelear y ella solo quería que, por una vez, pensarán en ella. Los planes salieron mal y quedó atrapada dentro de la jaula donde ponían a los animales enfermos. Elena la encontró allí, había sentido curiosidad por la parte cerrada del zoológico y quería ver a los animales para sanarlos. Lo único que encontró fue a una niña de cabello rojo llorando en una jaula.

—Nunca supe cómo supiste donde estaba la llave —preguntó Maya. La interrogante le había estado dando vueltas.

—Ah, un amigo me ayudo.

Maya no recordaba a nadie más a parte de ellas. Estaba a punto de preguntarle cuando vio la camioneta de Marcus estacionándose al costado del café. El chico se bajó junto a su amigo Héctor, ambos vestidos con el uniforme del equipo de waterpolo. Algunas chicas se asomaron disimuladamente en la terraza para verlos. Marcus había ganado tanta fama en el modelaje que ya tenía miles de seguidores en sus redes sociales. Héctor tenía un físico más parecido al de un jugador de rugby que al de un nadador, aunque su cabeza rapada, su porte rudo y el tatuaje del caballo de Troya en su brazo derecho eran suficiente para asustar a cualquier chica.

—¿Los has invitado? —preguntó Elena, enojada, mirándolos con los ojos abiertos.

Maya levantó una ceja, nunca había visto a Elena reaccionar así. Marcus y Héctor subieron hasta la terraza y se sentaron junto a ellas. Elena le dio la mano bruscamente antes de excusarse para ir al baño.

—¿Ya los he presentado? —preguntó Maya al ver a Héctor seguir a su amiga con la mirada. Elena conocía de Héctor, pero nunca habían coincidido juntos.

Héctor negó.

—Me ha surgido un asunto —le dijo a Marcus, quien lo miró extrañado—. Pasaré por tu apartamento después.

Maya se quedó mirándolo con una expresión confundida.

—¿Es cosa mía o esos dos están actuando más extraño que nunca? —preguntó Marcus.

Maya asintió.

—¿Te gustaría acompañarme a una sesión de fotos?

Maya lo miró sorprendida. Marcus solía invitarla a todas sus sesiones o a comer en casa de sus padres, pero desde que su relación había cambiado, él también lo había hecho.

—Sí, ¿cuándo sería? —preguntó emocionada.

Marcus se revolvió el pelo, nervioso.

—Justo ahora.

Maya apretó los puños.

—Lo siento, sé que te prometí pasar esta tarde con ustedes, pero Joana, mi representante, cree que no debo rechazar esta oferta.

Maya se levantó de la mesa, tomó su bolso y el de Elena, que estaba colgado en la silla.

—Discúlpame, también me ha surgido un asunto al cual tu ego no puede llegar. Diviértete en tu sesión.

—Maya...

—Nos vemos este fin de semana, donde siempre —respondió con ironía.

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N/A: Si has llegado hasta aquí: ¡Gracias por leer! Sé que es muy pronto para tener una opinión de los personajes, pero quiero saber qué piensan de la aptitud de cada uno.

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