Javier sabía que cuando su madre no aprobaba algo, solía presionarse el mentón con fuerza, justo como lo estaba haciendo ahora. Tenía los ojos azules entrecerrados mientras lo observaba. Su padre estaba sentado en la butaca de la sala, leyendo el periódico y tomando café. No le había dirigido una palabra desde que llegó.
—Javier, por favor. Sé razonable —pidió su madre. Javier levantó la vista a las canas que cubrían su melena negra, preguntándose cuantas había causado él—. Lo mejor para ti es el derecho, no debes perder tiempo en esos pasatiempos ni trabajando cuando podrías estar dedicándote a tus estudios.
—No son pasatiempos —protestó.
Su padre levantó la cabeza. Tenía los labios fruncidos y una arruga se le formaba en el entrecejo.
—Todo lo que no sea tu carrera lo es —dijo su padre—. ¿Hasta cuándo vas a seguir actuando como un adolescente? ¿Recuerdas lo que te costó tú última aventura?
Javier crispó los puños. No tenían que recordarle lo que había pasado ese día.
—Necesito hacer esto, no me lo pueden negar. Es mi vida.
—Cariño, desde que saliste del hospital has estado perdido —le dijo su madre con preocupación—. Tu sueño ha sido siempre trabajar con nosotros.
—No fue mi sueño, era el de ustedes —gruñó—. Yo solo quería vivir sin la presión que ustedes me imponían, por eso buscaba la adrenalina en todos lados, por eso...
Su padre caminó hacia él y le dio una cachetada.
—No te atrevas a culparnos por la muerte de Elías.
—Él no ha muerto —replicó, llevándose una mano al labio partido.
—Jacinto, por favor —imploró su madre, apartándolo.
—No nos culpes por tus acciones —le dijo su padre, pasando una mano temblorosa por su cabello—. Asume tu responsabilidad por lo que pasó, solo así dejarás esa ira que te consume.
Lo agarró de los hombros.
—Lo siento, pero odio ver como mueres lentamente. Nunca en mi vida te he golpeado, pero si eso necesitas para que abras los ojos de una vez, lo haré. Ya no sé qué más hacer.
—No tienes que hacer nada —gritó Javier.
—No puedo quedarme como un simple espectador mientras te destruyes —dijo su padre.
—Javier, solo queremos ayudarte —añadió su madre.
«Otra vez esa frase, no necesito ayuda», pensó mientras se daba vuelta en dirección a la puerta.
—Por favor, Javi, quédate a comer —pidió su madre.
Javier negó.
—Lo siento.
Su padre se adelantó para ponerle una mano en el hombro. Javier se volteó con los ojos humedecidos.
—Siempre te apoyaremos en tus decisiones —le dijo su padre. Dándole una palmadita en el hombro, le dijo con seriedad: —Necesitas perdonarte.
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TITIRITERO
Teen FictionMaya, Elena, Marcus y Javier son cuatro jóvenes que parecen no tener nada en común, y a la vez, lo tienen todo. ¿Cómo lo sé? Porque soy el Titiritero, un ser encargado de narrar historias: El espectador omnipresente. O al menos eso era antes de con...