Acto 17- Javier

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Javier recogió su pase de visitante en la recepción y tomó el ascensor hasta el último piso, donde descansaba su amigo. Su madre, Eva, sonrió al verlo. En sus ojos siempre prevalecía la esperanza de que Elías despertara del coma algún día, aunque los doctores mantuvieran su pronóstico reservado. Elías se encontraba en estado crítico debido a un accidente surfeando.

—Adelante, hijo. —Liberó su asiento junto a la cama—. Creo que él sabe cuándo vienes.

Javi le dedicó una sonrisa amable.

—Los dejaré solos.

—Gracias, Eva.

Señaló al bolso sobre la mesita. A su lado había un termo de café y una manta.

—Te he traído la cena, desde que saliste del hospital no has hecho más que adelgazar.

—Gracias, pero ya he cenado.

Eva levantó una ceja, sin creer una sola palabra.

—Lo comprobaré —dijo antes de salir.

Javier tomó con cuidado la mano de Elías. Notó que sus dedos estaban frágiles y carentes de color.

—Lo siento.

Esperó a que le diera alguna señal. Algunas personas tenían la creencia de que un paciente en estado de coma podía escuchar y sentir. Él no creía en tales cosas, pero si existía una mínima posibilidad de llegar a él, lo intentaría.

—Lo siento —repitió, soltando su mano.

Caminó hacia la ventana y la abrió. Sabía cuánto le gustaba a Elías broncearse y respirar el aire fresco. La pulsera metálica en su mano brilló al incidir los rayos del sol sobre ella. Javier la observó con tristeza.

—Va a... —tragó, sin poder continuar.

—Sabes que no puedo contestar a eso —respondí.

—Lo sé, eres un narrador de historias. Creado para acompañar a los humanos desde su primera bocanada de aire al nacer, hasta la última —repitió con ironía las palabras que le había dicho cuando me escuchó por primera vez—. Solo tienen una regla: no intervenir. Algo que no se te da muy bien.

—Considera un privilegio escucharme, la mayoría de las personas mueren sin saber que existimos.

Javier observó a Elías.

—Ojalá te hubiese podido escuchar antes.

La enfermera entró por la puerta y al verlo le sonrió. Javier la reconoció de cuando estuvo hospitalizado. Ella era la única de las enfermeras que lo había tratado con dulzura durante el proceso. Le recordaba a su abuela por los constantes regaños cuando se escapaba de la sala para ver a Elías.

—Qué bueno verte, Javier —le dijo dándole un beso en cada cachete. Javier le dio un rápido abrazo, su presencia allí le recordaba esas noches en las que pensó que no sobreviviría.

—Es bueno verte también, Carmen. Extraño tus jalones de oreja.

La anciana sonrió.

—Estás demasiado delgado, ¿no te están haciendo bien los medicamentos?

Javier negó.

—Aún me acostumbro a ellos y la dieta... —esbozó una mueca de asco—. Necesito más tiempo.

—¿Y tu brazo?

Javier se corrió la tela de la camisa para mostrar la larga cicatriz que le recorría el brazo derecho.

—No necesitaré más operaciones —contestó orgulloso—. Mi rodilla también comienza a mejorar, ya no me duele tanto al caminar.

Carmen asintió complacida.

—¿En qué te puedo ayudar? He logrado que Eva descansé un poco.

—Ayúdame a bañarlo.

Entre los dos bañaron y cambiaron a Elías antes de que Eva regresara. Quería regalarle unos minutos de descanso.

Pasó la noche estudiando. Debía recuperar el semestre que estuvo en recuperación para no perder el año. Los profesores habían sido benévolos con él después de enterarse de su historia. Javier detestaba que lo trataran con lástima.

En la mañana, antes de irse, volvió a tomar la mano de Elías.

—Lo siento.

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N/A: Si has llegado hasta aquí: ¡Gracias por leer! Recuerda que también puedes apoyarme votando en tus capítulos favoritos, comentando y compartiendo esta historia. En este capítulo vemos nuevamente el sentimiento de culpa pero desde otro punto de vista. Javier se siente culpable por la condición de su amigo y no se siente merecedor de una nueva oportunidad en la vida.

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