PARA cuando Dulce vino a buscarla, acompañada por la joven doncella que iba a escoltarles, Anahí había podido recobrar un poco la compostura. Todavía estaba algo nerviosa, pero sabía que Dulce lo atribuiría al hecho de que ella no quería estar allí. Y así era. Entonces más que nunca.
—Ésta es Gina —dijo Dulce, presentando a la doncella con descuidada arrogancia, por lo que Anahí tuvo que morderse las palabras para no decir que ya lo sabía—. Aparentemente Alfonso nos la ha enviado para que nos muestre el camino al salón.
—¿Al salón? —preguntó Anahí, a punto de nuevo de traicionarse.
—Sí, al salón —repitió Dulce, muy irritada—. ¿Qué te pasa? ¿Es que tienes miedo de no resultar lo suficientemente sofisticada para sus amigos? Pues no te preocupes, Alfonso me ha asegurado que somos los únicos invitados de su abuela esta noche.
—Entiendo. Um, ¿es que no te parece apropiado este vestido?
— Supongo que no importa lo que lleves puesto —dijo Dulce con indiferencia. Ella llevaba un vestido de gasa que le llegaba por la mitad del muslo—. Supongo que está bien. Tú estarías bien con cualquier cosa.
—Eso no es cierto.
— !Claro que lo es ! — exclamó Dulce, pasándose la mano por encima del vientre con gesto complaciente—. Menos mal que yo vi a Alfonso primero
Mientras atravesaban innumerables pasillos y salas Anahí pensó que no se podría sentir peor de lo que se sentía. A pesar de que muchas de las salas estaban llenas de antigüedades y estatuas que merecían una inspección más detallada, ella sólo podía pensar en lo que la aguardaba.
—Aparentemente nos vamos a reunir en la loggia —dijo Dulce, que había estado hablando con la doncella, mientras bajaban un tramo de escaleras—. Las cenas fa‐ miliares resultan, evidentemente, mucho menos formales —añadió ella, con una sonrisa—. ¡Qué pena! Me hubiera gustado que vieras el salón. No te puedes imaginar el tamaño de la araña que cuelga del techo. Está hecha de cristal veneciano.
—Tal vez en otra ocasión —respondió Anahí—. Espero que no te moleste si, después de cenar, yo me marcho a la habitación.
—Lo que tú prefieras —replicó Dulce, apretando el paso al oír las voces — . ¡Dios mío! Así que esto es lo que llaman la loggia. ¡Pues no se parece a ninguno de los patios porticados que yo he visto!
Unas enormes puertas arqueadas daban paso a un pasillo abovedado que estaba en la parte, de atrás de la casa. En una gran variedad de macetas, crecían arbusto y árboles exóticos, lo que le hacía tomar la apariencia de un jardín tropical. Justo en el centro, una fuente vertía sus aguas en una pila central. Lámparas de hierro forjado colgaban del
techo junto con cestas llenas de geranios. El aroma de las flores se mezclaba con el de los naranjos, cuyo perfume entraba por las ventanas abiertas.
Cuatro personas les estaban esperando, sentados cómodamente alrededor de una mesa de forja. Al entrar en la sala, Anahí pudo sentir la sorpresa de Dulce, junto con la suya y agradeció que aquella parte estuviera casi a oscuras para que los di Herrera no pudieran ver su reacción. Resultaba muy perturbador el hecho de que no era sólo la marchesa la que iba a estudiar sus movimientos.
Anahí vio a la mujer enseguida. De los dos hombres y de las dos mujeres, ella era, con mucho, la más anciana. Estaba sentada en una silla, rodeada por los demás miembros, como súbditos de un monarca medieval. Anahí no pudo dejar de preguntarse quién sería el hombre y el por qué Alfonso le habría dicho a Dulce que aquella sólo sería una reunión familiar.
Como era de esperar, Alfonso fue el que se acercó a recibirlas. Anahí se sintió muy aliviada al ver que él se acercaba a Dulce primero. No fue que se mostrara muy efusivo con ella, ya que le dio un beso en cada mejilla antes de volverse a ella. La saludó de la misma forma, aunque Anahí fue consciente de la posesiva manera en la que le tomaba los brazos y en el hecho de que pareció entretenerse unos segundos más al lado de su mejilla.
Entonces la soltó y las acompañó a saludar al resto, de una manera tan fría y controlada que parecía imposible creer que unos minutos antes se hubiera visto poseído por tan incontrolable pasión.
—Señorita Puente —le decía la marchesa, mientras le extendía la mano—. Mi nieto me ha hablado de usted — añadió la anciana en inglés, para sorpresa de Anahí—. Confío en que nuestro clima beneficie a su recuperación.
—Bueno, muchas... muchas gracias —respondió Anahí, muy sorprendida, mientras buscaba a Dulce con la mirada para ver si ella se había dado cuenta—. Ya me siento mucho mejor.
— Me alegro — concluyó la anciana, mientras llamaba a una joven muchacha para que se acercara—. Ésta es mi bisnieta Cecilia, señorita Puente.
—Ceci —le corrigió la muchacha. Anahí se dio cuenta de que era la mujer que Alfonso había mencionado antes— . Ojalá fuera tan alta como tú — añadió la joven, tras besarla.
—¡Cecilia! — exclamó la marchesa, que evidentemente no aprobaba aquel comentario.
—No hay problema — aseguró Anahí— . A mí me hubiera gustado ser pequeña y femenina.
—No creo que nadie esté cuestionando tu feminidad, cara —murmuró Alfonso, apareciendo detrás de ella.
Anahí tuvo miedo de que Dulce hubiera escuchado aquel comentario, pero aparentemente, ella conocía al otro hombre. Cuando Alfonso se lo presentó, se dio cuenta de que el tío Paolo era el «desagradable» anciano del que Dulce le había hablado. Sin embargo, Anahí lo encontró encantador. Era un poco duro de oído, pero sospechaba que, en su juventud, habría resultado tan atractivo para el sexo opuesto como su sobrino. Además, era un compañero excelente, por lo que Anahí se mostró encantada de mostrarle a Alfonso que prefería la compañía del anciano tío a la suya.
Su hija, sin embargo, era otro mundo. Después de aceptar una copa de vino, Anahí accedió a sentarse con Ceci al lado de la bisabuela.
—Creo que vive en Londres, señorita Puente —comentó la anciana señora con interés.
—Trabajo en Londres — explicó Anahí con rapidez—, pero vivo en Brighton. Está en la costa, en el sur, como probablemente sabrá. Por favor, llámeme Anahí. Señorita Puente suena tan formal...
—Muy bien —respondió la marchesa inclinando la cabeza.
—¿No sería más fácil que vivieras también en Londres, ya que trabajas allí? —preguntó Ceci espontáneamente.
— ¡No sé en lo que se está convirtiendo el mundo Cecilia! —exclamó la anciana con impaciencia— . En mis tiempos, no se hacían preguntas tan personales.
—No importa —dijo Anahí, intercambiando una mirada de comprensión con Ceci— . En realidad es una pregunta de lo más razonable...
—¿Por qué nunca me dices eso a mí?—preguntó Alfonso suavemente, acercándose a Anahí mientras sonreía de manera enigmática a su abuela—. ¿Le apetece a alguien más vino?
—No, gracias —dijo Anahí, poniendo la mano sobre la copa.
—Lo que mi nieto quiere decir —explicó la marchesa con aire divertido—, es que nadie ha comentado la calidad del vino. Es de la cosecha del 96, ¿verdad, Alfonso? ¿Es usted entendida en vinos, señorita... Anahí?
—¿Queréis decir que este vino es de vuestra cosecha? dijo Anahí, asombrada, deseando inmediatamente no haber soñado tan incrédula al ver el modo en que la miraba Alfonso.
—¿Te gusta? —preguntó él.
— Yo... bueno, sí.
—Es una nueva producción de nuestra bodega —comentó la anciana, levantando la copa para que se la llenaran—. Es un Cabernet Sauvignon que tiene una pequeña parte de nuestras uvas Merlot. ¿Sabes algo de la elaboración del vino, Anahí?
—Cuidado, abuela —bromeó Ceci—. Ésa es una pregunta algo personal.
—Y, además, todavía no sabemos por qué Anahí vive en Brighton cuando trabaja en Londres — añadió Alfonso, mientras le llenaba la copa a su abuela, demostrando con sus palabras que había seguido bien la conversación desde el principio—. Es eso, ¿no?
—Mi madre vive en Brighton —respondió con rapidez, dirigiéndose a la marchesa.
—¿Y vives con tu madre? —preguntó la anciana señora, con una nota de aprobación en la voz — . ¡Qué agradable resulta ver que una joven no sienta que tiene que probar su independencia marchándose del hogar materno!
—Fue más bien un caso de regresar al hogar materno — comentó Dulce, con alguna aspereza, mientras se acercaba a Alfonso y le ponía una mano en el hombro con un gesto de familiaridad— . Anahí no es ningún ángel, ¿verdad, querida?
—No —replicó Anahí.
—Entonces, ¿qué te hizo volver con tu madre? —preguntó la anciana, ignorando el comentario de Dulce.
— Yo... mi madre estaba enferma — murmuró ella, consciente de lo que estaba pensando su amiga—. No había nadie más que lo hiciera.
— ¡Oh, no! Sólo sus otras dos hermanas —protestó Dulce, con impaciencia—. Creo que, desde que llevas aquí, han demostrado con creces que no tendrías por qué haber sido una mártir todos estos años.
Entonces, se produjo un incómodo silencio, que se rompió cuando la anciana echó mano de su bastón para levantarse, apartando a Alfonso cuando éste se acercó a ayudarla.
—Anahí —dijo ella. Anahí sintió que le ardían las mejillas al verse destacada de aquella manera—. ¿Quieres ayudarme, querida? Quiero mostrarte algo.
Anahí no miró a Julia mientras la anciana se agarraba a su brazo y la dirigía a un grupo de cactus que escondían entre ellos uno que estaba en flor.
—Mi marido me compró esa planta hace casi cuarenta años en las Bermudas —explicó la anciana, con evidente orgullo—. Es hermosa, ¿verdad? Se llama «la Reina de la Noche» y tiene un distintivo aroma que recuerda a la vainilla, ¿no te parece?
Era una planta preciosa, de grandes flores blancas, rodeadas de pétalos color salmón que se abrían como un girasol. El perfume era poco frecuente y efectivamente le recordó a Anahí al de la vainilla. Sin embargo, ella estaba segura de que la marchesa no la había apartado de los demás para mostrarle la planta.
—Se llama Selenicereus grandiflorus en latín —prosiguió la mujer—. ¿Te interesa la horticultura? ¿Y puedes decirme lo que tu amiga espera conseguir acosando de esa manera a mi nieto?
Anahí se quedó perpleja. El cambio de tema había sido tan repentino que no dejó de tomarla por sorpresa. —Dulce... —dijo Anahí por fin.
La anciana le indicó que siguieran avanzando y se detuvo unos segundos después delante de un lirio japonés.
—Es tan delicado —murmuró ella suavemente, tocando las hojas con sus dedos agarrotados—. Siempre me han interesado las plantas. Por eso Michele, el padre de Alfonso, me hizo construir este patio. Supongo que te habrás dado cuenta de que le está acosando, ¿no?
— Tal vez la esté acosando él a ella —afirmó Anahí, dulcemente, tras tragar saliva—. Llevan saliendo juntos varios meses.
—Cuatro meses y unos pocos días, si hay que ser exactos —replicó la marchesa, cortando por la mitad el tiempo que Dulce le había dicho—. Y al menos la mitad de ese tiempo, Alfonso ha estado intentando quitársela de encima. Pero él es demasiado educado... ¿cuál es la expresión? para llamar a las cosas por su nombre.
— Algo por el estilo.
—Entonces, ¿estás de acuerdo conmigo?
—No —respondió Anahí, que en realidad estaba horrorizada—. Quiero decir que eso es lo que se dice. Pero, ¿no le parece que su nieto es lo suficientemente adulto para... para ocuparse de sus propios asuntos?
La marchesa se detuvo para inspeccionar a Anahí.
—¿Crees que es por eso por lo que te estoy haciendo todas estas preguntas? ¿Porque estoy intentando... ocuparme... de los asuntos de Alfonso?
—Bueno...
—No, mi querida niña. Estás muy equivocada. Alfonso debe cometer sus propios errores. Sólo pensé que podría interesarte el tema.
—¿Interesarme? —repitió Anahí débilmente—. No sé a lo que se refiere.
—¿De verdad? —preguntó la mujer. Durante un instante, Anahí pensó que la mujer la iba a acusar de perseguir ella también a Alfonso—. Bueno, Dulce es tu amiga, ¿verdad? No me pareces el tipo de mujer que quiera ver a su amiga sufrir innecesariamente. Eso es todo.
—Tal vez... tal vez esté equivocada, Marchesa —dijo Anahí, volviendo a utilizar el título—. Yo... yo creo que Dulce está enamorada de su nieto — añadió ella, aunque le costó mucho decirlo.
—¡Enamorada! — exclamó la anciana con desprecio—. ¿Qué es el amor en la sociedad de nuestros días? Una promesa de fidelidad o... sólo una promesa para dejarse caer en el sexo sin estar casados. Puede que sea vieja, Anahí, pero no desconozco lo que pasa por el mundo. Y mientras Alfonso no traiga sus conquistas aquí...
— ¡Pero...!
— ¡No! Escúchame, Anahí. Me caes bien y creo qué eres una mujer inteligente, lo que es algo que no puedo decir de tu amiga, lamentablemente. Deberías saber algo, que le puedes decir o no a tu amiga. Lo dejo a tu elección. Mi nieto amaba a su esposa y ama a su hija. Pero no ama a tu amiga. Ya está todo dicho.
Anahí deseó que todo fuera así de sencillo, pero había algo más que quería saber.
—El... él me dijo que no tiene intención de volver a casarse —dijo Anahí, esperando que la anciana continuara la frase.
—Eso dice él —respondió ella, algo triste — ., Aunque, debo confesarte que yo esperaba que cambiara de opinión. Había una joven... Pero eso no es lo que tú quieres saber,
¿verdad, querida? Lo que tú quieres saber es por qué Alfonso te dijo una cosa así. Yo te puedo decir que es por la manera en la que murió Luisa — añadió, sacudiendo la cabeza con evidente tristeza—. Luisa era la madre de Cecilia y ella y Alfonso estaban esperando su segundo hijo cuando algo salió mal y el niño nació prematuro. Desgraciadamente, Luisa sufrió una infección poco después, y, a pesar de que recibió el mejor de los cuidados, se fue marchitando poco a poco ante nuestros ojos. Alfonso juró que nunca haría pasar a otra mujer por una experiencia semejante. Por eso puede parecer que no se toma la vida muy en serio, pero te aseguro que no es así.
Anahí se quedó sin palabras. No podía mediar por Dulce en aquellas circunstancias y se sintió profundamente aliviada cuando la anciana sugirió la idea de reunirse con los demás.
—La signora Carlucci debe de estar casi lista para servir la cena y tengo que admitir que me aliviará sentarme. Estas piernas ya no son lo que eran.
Dulce miró de manera inquisitiva a Anahí cuando las dos se reunieron al grupo, pero evidentemente estaba más interesada en retener la atención de Alfonso como para ceder a la curiosidad de lo que ella y la marchesa habían estado hablando. Entonces, Ceci se acercó a la anciana y la tomó del brazo.
—¿Te encuentras bien, abuela? Pareces algo cansada. ¿Va todo bien?
—¿Y qué podría ir mal? —preguntó la anciana—. Tal vez he estado de pie demasiado tiempo. No quiero que hagas que Anahí se sienta culpable de mis achaques —añadió, con una sonrisa—. Le he estado enseñando algunas de mis posesiones más preciadas, eso es todo. Puede que me equivoque, pero creo que la he impresionado.
La llegada de la doncella para anunciar que la cena estaba servida interrumpió toda conversación. Anahí se sintió aliviada cuando Ceci se ofreció a acompañarla.
—El tío Paolo acompañará a la abuela —dijo la joven— . Y estoy segura de que Dulce insistirá en que mi padre se ocupe de ella. — explicó también. Anahí miró hacia atrás, y vio que Dulce y Alfonso parecían estar intercambiando unas palabras poco afectuosas— . He de decir que no te pareces en nada a Dulce, ¿verdad? Mi padre me ha dicho que estás doctorada. ¿Es cierto?
A Anahí no le gustaba hablar de sí misma, pero se alegró de poder charlar con Ceci a lo largo de la tensa cena. Cenaron en lo que la marchesa llamaba «el comedor pequeño», aunque Anahí no podía ver nada de pequeño en aquella habitación. Sin embargo, no preguntó por cómo era el otro comedor, ya que era evidente que todo en aquella casa se había hecho a gran escala.
La mesa a la que estaban sentados era de caoba, cuidadosamente tallada. Las sillas tenían el mismo diseño y parecían estar destinadas más al efecto que a la comodidad. Todo era tan imponente que Anahí se preguntó si alguien podría acostumbrarse a vivir en un lugar como aquél.
Después de los entrantes, se sirvió un plato cuyo principal ingrediente parecían ser las espinacas, seguido de unas finas lonchas de carne servidas con salsa de vino tinto. Anahí, que no tenía demasiado apetito, encontró todos los platos demasiado pesados. Además, era consciente de que Alfonso no apartaba la mirada de ella. Gracias a Dios que Dulce estaba sentada a su lado y no podía ver a quien miraba cuando no la miraba a ella. Sin embargo, Anahí no era tan afortunada y casi saltó de la silla cuando él se dirigió a ella.
—Éste es otro de nuestros vinos —dijo él, levantando la botella contra la luz, mostrando un líquido que brillaba con tanto lustre que casi hipnotizó a Anahí—. Es Chianti, pero utilizamos uva de vino blanco para suavizar el sabor. ¿Qué te parece?
—Oh... —empezó Anahí, sonrojándose—. Yo no sé nada de vino, signore. Me... me parece muy agradable.
—¿Te gusta? —preguntó la marchesa, que estaba sentada a la derecha de Anahí. Anahí asintió — . Me alegro, pero ¿por qué te diriges a mi nieto con tanta formalidad? Según lo que él me había dicho, ya os habíais visto en varias ocasiones antes de hoy.
—Sólo en un par de ocasiones —replicó Dulce con una tensa sonrisa, tras una sorpresa inicial y llegar a la conclusión de que la anciana lo hacía para provocarla—. ¿No es así, Anahí? Yo no diría exactamente que Poncho y tú sois... amigos.
—Oh, pero —empezó la marchesa, pero Alfonso la interrumpió.
—Creo que Anahí es un poco tímida —dijo él con suavidad. Anahí se dio cuenta de que no iba a revelarle nada a su abuela—. Por cierto, Ceci. He visto a Domenico Pascuale en Siena esta tarde. Se pregunta por qué nunca le devuelves las llamadas.
—Oh, papá...
—¿Domenico? No habrás estado intentando evitar a Domenico, ¿verdad, cara? — exclamó la anciana.
‐No, abuela... — suspiró Ceci.
—Sin embargo, parece que le dijo a tu padre que tú no lo llamas. ¿Es eso cierto? Ceci suspiró, pero su padre pareció apiadarse de ella.
—Supongo que Ceci habrá estado muy ocupada con los exámenes de fin de curso y que no habrá tenido tiempo de llamar a todos sus amigos — dijo él, galantemente, para luego volver a mirar a Anahí—. Mi hija es una jovencita muy popular entre los chicos. Evidentemente, no se parece a su padre.
‐¡Oh, Alfonso! —exclamó Dulce, inclinándose sobre él—. Sabes que es tu viva imagen. Además, deja de tomar el pelo a Anahí. A ella no le gusta.
Estoy segura de que Anahí puede defenderse sola —le espetó la marchesa— . Toca la campana, Alfonso. Creo que ya estamos todos listos para el postre.

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UN HOMBRE PARA DOS MUJERES
Fanfiction[ACLARACIÓN: ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS A SU AUTORA ORIGINAL ] Anahí Puente sólo había esperado encontrar sol y tranquilidad en las vacaciones que iba a pasar con su amiga en Italia, pero se vio envuelta en un torb...