Epílogo

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Un año y nueve meses más tarde...
El sonido de la risa de una niña resonaba en la loggia. Hannah estaba persiguiendo a su hermana y a su prima de cinco años por los jardines, cuando la marchesa se volvió a Anahí con una sonrisa en los labios.
‐Es tan agradable tener niños en la casa otra vez —dijo la anciana, confirmando que le encantaba tener a las sobrinas de Anahí entre ellos. Había sido muy agradable invitar a sus hermanas y sus familias de vacaciones a la casa—. Lo sentiré mucho cuando se vayan, pero tengo mucha suerte de que Alfonso y tú estéis dispuestos a cargar con una vieja como yo. Si Alfonso se hubiera casado con otra, puede que yo no hubiera tenido tanta suerte.
—Ésta es tu casa —respondió Anahí—. Siempre lo ha sido, incluso cuando Alfonso estaba casado con Luisa.
‐Sí, pero él se casó con Luisa para complacerme. Cuando se casó contigo, fue algo completamente diferente.
‐¿No te agradó?
‐Claro que sí. Yo amo a mi nieto, Anahí y sé que nunca ha sido tan feliz en toda su vida. Tengo que darte las gracias por eso. Y, además, yo también te quiero. —Me alegro mucho.
—Y tú y Cecilia os habéis hecho tan amigas... Sé que cuando ella y Domenico se casen, vendrá a pedirte a ti los consejos que le pediría a su madre.
—No sé si estoy preparada para eso —musitó Anahí, encantada de que Ceci y Domenico se hubieran prometido por fin. Cuando él acabara sus estudios, vendría a trabajar a la bodega, donde Alfonso le iba a enseñar todo sobre el negocio.
—Bueno, a mí no se me ocurre nadie mejor. ¿Cuándo dijiste que tu madre y los demás iban a volver de Florencia? Deben estar aquí para la fiesta, cuando Beniamino sople la vela de su tarta.
‐Supongo que vendrán con tiempo de sobra... ¿Sabes? Me parece que he comido mucha pasta... Voy a tener que vigilarme el peso.
‐¿Le has dicho a Alfonso ya que estás esperando otro hijo? Prepárate para que se sorprenda. Ya sabes que se puso como loco cuando nació Benjamino.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Anahí, incorporándose en la silla, mientras se acariciaba el vientre.


‐Las mujeres saben estas cosas. Bueno, por lo menos las viejas. Es mejor que no esperes a que él lo descubra por sí mismo.
Aquello era cierto. Cuando Alfonso supo que se había quedado embarazada aquella primera noche, se maldijo por ello. Pero en las semanas posteriores a la boda, mientras Anahí se ponía cada vez más guapa, él había conseguido aplacar sus temores. Cuando nació su hijo, él no había tenido tiempo nada más que para mojarle la frente con una esponja y tomarle de la mano.
Anahí le había dado el pecho a su hijo hasta los seis meses y Alfonso compartía todas las experiencias con ella. Era tan íntimo que él la mirara mientras le daba el pecho al niño, que ella tuvo que asegurarle que no había razón para que se sintiera celoso. Pero con otro niño...
Anahí sabía que la marchesa tenía razón. Alfonso no se alegraría de que volviera a estar embarazada. En aquel momento, él entró por la puerta, llevando al bebé en los brazos.
‐Estaba despierto — se disculpó él— . Además, es su cumpleaños. ¿Por qué no va a disfrutar él en el día de su fiesta? Todos los demás parecen estar haciéndolo —añadió, mirando a su alrededor.
Anahí extendió los brazos para tomar a su hijo al mismo tiempo que la anciana se levantaba.
‐Voy a descansar un poco —dijo la mujer, echándole una mirada insinuante a Anahí—. Llamadme cuando regresen los demás.
—Lo haremos —dijo Alfonso, sentándose en la silla de la que se levantaba su abuela—. Me parece que la salida de la abuela ha sido premeditada.
‐¿Por qué? —preguntó Anahí, mientras impedía que el niño se bajase al suelo.
‐Déjale. Antonia puede cambiarle si se ensucia.
—De acuerdo —respondió ella, dejando que el niño gateara a su antojo, mientras Antonia, su niñera, no dejaba de vigilarlo.
—Ahora, ¿me vas a decir por qué mi abuela se ha marchado para dejarnos solos? No tendrá algo que ver con esa caja que encontré en el cubo de basura del cuarto de baño,
¿verdad?
—¿Desde cuándo vas mirando en los cubos de basura?
‐Desde que se me cayó una cuchilla. Me pareció ver que era una prueba de embarazo, lo que explicaría el por qué has estado evitando que estemos a solas.
—Eso no es cierto. Nos hemos acostado juntos todas las noches.
‐Pero siempre pretendías estar dormida cuando yo me metía en la cama.
‐Sólo porque era tarde y habías estado hablando con David y Giles.
—¿Tarde? Las diez y media no es tarde. Y supongo que sabrás que prefiero estar contigo.
—De acuerdo. Sí, estoy embarazada. Tenía miedo de decírtelo. Sé que no quieres que tengamos otro hijo, pero no hice nada para que ocurriera.
—No tienes que tener miedo de mí —dijo él—. Siempre supe que había la posibilidad que ocurriera de nuevo y he tenido que hacerme a la idea. No es que no quiera tener otro hijo, es que no podría soportar perderte.
‐Lo sé. Pero eso no ocurrirá. Alfonso, yo deseo este niño tanto...
—¿Crees tú que yo no? Pero después, tendremos que pasar algún tiempo solos. Amo mucho a mis hijos, pero también amo a mi esposa... —afirmó él, besándola y haciendo que ella se estrechara contra él—. Ten cuidado, cara. Nuestros invitados están a punto de llegar para la fiesta. No querrás que nos pillen haciendo el amor aquí mismo.
—No me importaría si a ti no te importa...
—Tal vez esta noche no entretenga a tus cuñados. Y esta noche, no habrá dolores de cabeza, ¿eh, cara?



Su hija Anna María nació poco menos de ocho meses y medio después. De nuevo el parto salió perfectamente, tanto que cuando Alfonso le trajo a la pequeña, Anahí ya estaba pensando en el viaje que él le había prometido.

Seis meses más tarde, se fueron al Caribe a pasar su segunda luna de miel, dejando a la marchesa y a la madre de Anahí a cargo de los niños. Alfonso había sugerido que la señora Horton debería pasar los inviernos en Valle di Herrera, lo que llevaba haciendo los últimos dos años.
Ella y la marchesa se habían hecho buenas amigas y el clima más cálido mejoraba la artritis de la madre de Anahí.
El viaje al Caribe fue de ensueño. Tanto uno como otro disfrutaban teniendo para ellos solos la atención de su pareja. En casa, siempre había un problema. En Barbados, sólo había sol y amor.
‐Por cierto, mi madre me ha dicho que ha sabido a través de Pauline que Dulce se casó la semana pasada —musitó Anahí, algo somnolienta—. Aparentemente, salió en los periódicos. Creo que se trata de un hombre de negocios.
‐¿A quién le importa? Le estoy agradecido porque nos conocimos gracias a ella, pero por nada más.
‐¿Y no es eso suficiente? —susurró Anahí, esperando que Dulce fuera feliz. Pero nadie podría ser más feliz que ella misma...

Fin

UN HOMBRE PARA DOS MUJERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora