Capítulo 2

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Anahí estaba haciendo un sofrito de verduras cuando Dulce llegó a casa. Después de tomar el almuerzo en el café, estuvo un rato paseando por la ciudad. No pudo resistir la tentación de comprar algo de fruta fresca y de otros comestibles que vio en las pequeñas tiendas. Los pimientos y el maíz dulce que había comprado producían un aroma de lo más apetitoso mientras se hacían en la sartén.

Había preferido no pensar en si volvería a encontrarse con Alfonso Di Herrera, pero no podía negar que le había resultado muy difícil apartar la vista de él. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que le había traído a Portofalco pareció haber finalizado, ya que no volvió a encontrárselo.

Se alegró mucho al ver a Dulce, por lo que apartó la sartén del fuego antes de ir a saludar a su amiga. Las dos se abrazaron e intercambiaron saludos y luego Dulce se dejó caer en uno de los taburetes de la cocina.

— ¡Estoy rendida! Pero me alegro de ver que te sientes como en casa —añadió, mirando la sartén.

—Espero que no te importe. No sabía si ibas a volver a casa, o a qué hora, pero pensé que no te apetecería salir por ahí a cenar. He preparado suficiente para las dos.

—Genial —respondió Dulce, apoyando la cabeza sobre el brazo — . Siento no haber estado aquí cuando llegaste, pero tenía todo mi fin de semana planeado —añadió, con un gesto de tristeza.

—¡Pero te lo estropearon! —exclamó Anahí compasivamente, mientras le servía una copa de vino—. Bueno, ya te puedes relajar, la cena está casi lista.

‐Gracias.

Mientras su amiga se tomaba el vino, Anahí se tomó tiempo para mirarla. ¿Sería sólo las horas extras lo que la hacía parecer tan cansada o habría algo más? Probablemente, Dulce se lo explicaría todo a su debido tiempo.

‐Entonces, ¿cómo estás? —preguntó Dulce—. Tengo que decirte que, dadas las circunstancias, te veo muy bien. Esperaba que estuvieras toda pálida y con ojeras. En vez de eso, soy yo la que parece que ha estado en cama una semana.

‐Yo no diría eso —respondió Anahí contemplando a su amiga que, a pesar de los años, todavía poseía el encanto infantil de cuando eran niñas. Dulce era más baja que su amiga, pero muy esbelta, con el pelo rubio y corto— . Ha sido una pena que los del hotel supieran dónde encontrarte. Si no hubiera sido así, supongo que habrían tenido que llamar a otra persona.

‐Sí, fue culpa mía. Si no hubiera estado presumiendo de que iba a ir al Valle di Herrera el fin de semana, no habrían sabido dónde estaba. Pero no se conoce todos los días a una verdadera marchesa y no me pude resistir y se lo dije a todo el mundo.

—Ah —replicó ella, con una cierta tirantez en la garganta—. ¿Significa eso que... que el signor Di Herrera es verdaderamente un marchesa?

‐¿Alfonso? —preguntó Dulce, con ojos soñadores—. Bueno, sí, lo es. Pero hoy en día, como muchos otros aristócratas italianos, no utiliza el título.


UN HOMBRE PARA DOS MUJERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora