Capítulo 1

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Anahí salió al balcón del apartamento y miró por primera vez las azules aguas de la bahía. Respiró profundamente y se echó a temblar, más por la excitación del momento que por el aire fresco de la mañana. Por fin estaba allí, estaba en Italia. Durante las dos próximas semanas, no tendría que pensar en nada, excepto en lo que iba a hacer para pasar el tiempo.

Más allá de la decadente grandeza del edificio de apartamentos, las escalonadas laderas de Portofalco se abrían camino hacia el puerto. Portofalco no era el lugar de veraneo más exclusivo o más conocido de aquella parte de la costa italiana, pero era uno de los más hermosos. Dulce le había dicho que muchos de sus acaudalados visitantes volvían año tras año.

Anahí se apoyó sobre la barandilla de hierro forjado del balcón y sintió el frío del metal contra los brazos. Sin embargo, ella sabía que, cuando el sol subiera un poco más, aquel balcón se vería inundado por el sol y se agradecería infinitamente el cobijo que proporcionarían las persianas de cada habitación.

Anahí se preguntó a qué hora volvería Dulce de Valle di Herrera. Su amiga vivía allí todo el año ya que trabajaba en uno de los hoteles que había a lo largo de la costa. Sin embargo, aquel fin de semana se había marchado y Anahí no la esperaba de vuelta hasta el día siguiente.

Aquella situación no la molestaba. Cuando había aceptado la invitación de Dulce, lo había hecho con la condición de que su amiga no cambiara sus planes mientras ella estuviera allí. Dulce tenía una vida social muy apretada, pero Anahí esperaba no verse implicada en absoluto.

Las dos amigas se conocían desde el colegio y, aunque no se veían mucho, habían conseguido mantenerse en contacto incluso cuando Dulce se marchó a Italia. Entre ellas, había un trato familiar, que no parecía haberse visto afectado por el paso del tiempo. Por eso, Anahí había aceptado encantada la invitación, sabiendo que con Dulce no se vería obligada a nada.

Todo lo que Anahí quería era descansar, a pesar de que había tenido que sufrir una neumonía para darse cuenta. Además de tener dos trabajos, cuidaba de su madre inválida, y todo aquello resultaba tan agotador que no se había dado cuenta de que estaba descuidando su propia salud hasta que se derrumbó.

Ella era la única de su familia que seguía soltera, por eso había tenido que dejar su apartamento y mudarse a la casa de su madre en Brighton para cuidar de ella. Y desde entonces, la vida había sido un ajetreo constante. Iba a Londres todos los días a trabajar en el museo y la mayoría de las tardes trabajaba de camarera en un pub cercano para ganar algo más de dinero. Pero aquello había sido demasiado. Se resfrió y rápidamente aquella ligera dolencia se hizo mucho más grave.

Tras una estancia en el hospital, se convenció de que no podía seguir cuidando de su madre ella sola. Finalmente, sus dos hermanas pequeñas accedieron a compartir la responsabilidad. Sin embargo, las dos hermanas tenían marido e hijos, y Anahí sospechaba que aquella ayuda sólo sería temporal, por lo que estaba dispuesta a disfrutar al máximo de aquellas vacaciones.

La alternativa era poner a su madre en una residencia, pero a Anahí no le agradaba aquella idea. Ella quería mucho a su madre, que no tenía la culpa de haber contraído una clase de osteoartritis degenerativa dos años atrás, mientras Anahí se sacaba su doctorado. Al principio había podido cuidarse ella sola, pero poco a poco su estado se había ido deteriorando hasta verse confinada a una silla de ruedas.

UN HOMBRE PARA DOS MUJERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora