Capítulo 5

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ACASO no era aquello verdad? Anahí, de repente, se sintió furiosa. ¿Por qué se estaba explicando a él? ¿Por qué sentía en primer lugar que tenía que defenderse? A ella no le importaba lo que él pensara de ella.
—Tú no tienes ni idea de cómo me gustaría estar a mí —dijo ella, mientras él extendía una mano por encima de la mesa y le tomaba una de las de Anahí.
‐Pues dímelo — sugirió él, con voz ronca.
‐¿Por qué? ¿Por qué tendría eso que interesarte? Cuando Dulce te dijo que yo no tenía interés por los hombres, ¿te dijiste acaso que tenías que hacerme cambiar de opinión?
¿Te parece que soy un desafío para tu desenfrenada masculinidad?
‐Entonces, crees que mi masculinidad es desenfrenada —observó él con suavidad— . Hmm, eso es muy interesante.
—No, no lo es —replicó Anahí, herida por aquel tono— . Pero está claro que eso es lo que piensas de ti mismo.
—¿Sí? —murmuró él, acariciándole la palma de la mano con el dedo pulgar— . ¿Y qué conclusión tengo que sacar del hecho de que estás temblando? Si no es pasión, entonces es que estás enfadada conmigo.
—Creo que es mejor que me marche —respondió ella, pensando en lo que pasaría si él supiera las verdaderas razones—. Por favor, suéltame la mano.
—¿Cómo? ¿Para que empujes de nuevo la silla y desgracies a otro pobre infeliz? No creo que al propietario del café le haga mucha gracia.
—Yo no... —dijo Anahí, mirando casi compulsivamente la hebilla de plata de su cinturón—. Yo no te hice ningún daño... ¿Verdad que no? —añadió casi patéticamente.
—¿Y si lo hiciste? —insistió él, atormentándola con la mirada—. Supongo que en tu opinión, te pensarás que has hecho un gran servicio a todas las mujeres de Portofalco. Piensa en el alivio que sentirán al descubrir que he perdido mi... encanto.
—Te encanta burlarte de mí, ¿verdad?
—¿Es eso lo que estoy haciendo?
‐Sí, creo que sí.
— ¿No te parece que te has tomado demasiado en serio lo que te he dicho? —preguntó él, suavizando la voz—. Bene, no me has hecho ningún daño, sólo un poco. ¿De acuerdo?
‐Te gusta ser un provocador, ¿verdad?
—¿Cómo dices? ¿Te provoco porque te digo que no me has hecho daño? Te estaría provocando —dijo con voz más sensual—, si te pidiera que me lo curaras con un beso,
¿no te parece?
—¡Eres un ser repugnante! Quiero marcharme.
—Pero si nos estábamos conociendo.
—No me puedo creer que seas tú quien ha dicho eso.
—¿Por qué no? ¿Qué he dicho? —preguntó él, cubriéndole la mano, que seguía agarrando, para luego llevarse a los labios el dedo con el que la había estado


acariciando, sin apartar la mirada de ella—. De verdad quiero conocerte, ¿qué hay de malo en eso?
Anahí quería morirse de la vergüenza, pero llegó a la conclusión de que él debía saberlo. El problema era que ella tenía poca experiencia con los hombres. Anahí tendía a evitar situaciones incómodas y se daba cuenta de que había perdido práctica a la hora de enfrentarse con el sexo opuesto.
—¿Y Dulce? —preguntó ella, obligada a sacar el nombre de su amiga en la conversación—
. Tienes que saber que ella... que ella... te aprecia mucho.
—¿De veras? —respondió él con indiferencia.
—Claro que sí —replicó, abrumada por su actitud.
—Dulce tiene una agenda propia. Tendré que aceptar tu palabra al respecto.
— ¿Me estás diciendo que no te preocupa lo que ella piense de ti? —exclamó ella, muy acaloradamente, apartándose cuando él se inclinó sobre la mesa.
—No creo que tú y yo debiéramos desperdiciar el tiempo hablando de Dulce —dijo él, acariciándole los dedos—. Háblame de ti, háblame del museo. Sí, sé dónde trabajas, pero me ha dicho que has estado enferma...
—Lo mío no importa —le espetó Anahí, respirando profundamente para intentar calmarse— . ¿Por qué no me hablas tú de Dulce, sobre la relación que tenéis desde hace seis meses? ¿Sobre lo íntimos que os habéis hecho? Tanto que, de hecho, la invitaste a tu casa para conocer a tu familia el pasado fin de semana...
De repente, él le soltó la mano. Con un exabrupto en italiano que no sonó como un cumplido, él se levantó de la silla, mirando a su alrededor con tal de no mirarla a ella. La urgencia de salir corriendo que Anahí sentía desapareció al ver la frialdad con la que ella le trataba.
—Siento mucho que no creas que eso es asunto mío —afirmó ella más dulcemente, incómoda por el silencio que se había producido entre ellos.
—Dulce te dijo eso, verdad —preguntó él, con voz distante—. ¿Te dijo que yo la había invitado al Valle di Herrera? ¿Que yo estaba ansioso por presentarle a mi familia?
—Sí. Al menos —corrigió ella, al ver que la memoria le fallaba cuando intentó recordar lo que Dulce había dicho—, supongo que yo podía haber asumido que eso era lo que ella quería decirme.
—¿Me creerás a mí si te digo que yo no la invité a la Villa di Herrera para conocer a mi familia?
‐Pero, estuvo en tu casa, ¿verdad? —quiso saber Anahí, muy confundida.
‐En la casa, sí. Ella expresó su interés por los viñedos y yo accedí a que el primer fin de semana que ella tuviera libre, debería venir y ver nuestra bodega. Desgraciadamente, Dulce tomó eso porque yo la estaba invitando a pasar el fin de semana. Tú ya sabes el resto.
—Sin embargo, tú ya deberías haber sospechado cómo se lo iba a tomar. Lleváis saliendo varios meses.
‐Si tú lo dices, lo acepto —admitió él, extendiendo las manos—. Pero, por favor, no te hagas la idea equivocada de que Dulce no entiende nuestra situación. Nos divertimos juntos, sí, pero eso es todo. Creo que ella ya sabe que ha llegado la hora de que lo nuestro quede atrás.
— ¿Que quede atrás? — preguntó Anahí, alarmada.
—¿Por qué no? No había ningún compromiso entre nosotros, y ella lo sabía. No tengo intención de volverme a casar.
‐Pero... —protestó Anahí, con un nudo en la garganta—... vosotros erais amantes...


—Nos hemos acostado juntos —le corrigió él—. No creo que eso sea un compromiso para toda la vida.
—Pero tú mismo has dicho que a Dulce le gustaría casarse — señaló Dulce rápidamente.
—No conmigo —afirmó Alfonso— . Ahora — añadió, señalando la taza de café de Anahí calle.
‐Te lo advierto, yo no me voy acostando con todo el mundo.
‐Yo tampoco — replicó él, señalando a dónde estaba aparcado el coche—. Anahí — añadió después, al ver que ella no se movía— , yo no soy tu enemigo. Ahora, hazme el favor de permitirme que te lleve a casa.
Ella lo obedeció porque resultaba mucho más fácil no discutir. Además, no quería enfrentarse a los grupos de jóvenes que se pudiera encontrar mientras buscaba un taxi. Sin embargo, al entrar en el coche, sintió una sensación de impotencia. Ella no quería estar con él, incluso a pesar de que no podía apartar la mirada de los poderosos muslos que controlaban el potente coche.
Alfonso puso el brazo en el respaldo del asiento de ella cuando se giró para dar marcha atrás al coche. Anahí sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral al sentir la cercanía de su cuerpo. El pulso le empezó a latir a toda velocidad. Estaba segura de que nunca había conocido a un hombre que le afectara tanto físicamente, y se preguntó si se  habría estado engañando todos aquellos años que se había hecho creer que era inmune a sus necesidades sexuales.
Mientras Alfonso salía del puerto, Anahí empezó a arrepentirse de haber salido aquella noche. Aparte de la ansiedad que sentía por verse obligada a decirle a Dulce que lo había visto, conocía una serie de hechos que no estaba segura de querer saber.
—¿En qué estás pensándo? —preguntó Poncho, haciendo que ella se preguntara si le aliviaría contárselo.
—En que Dulce probablemente te matará cuando descubra que me has seguido a la ciudad —dijo ella, aunque de hecho, estaba segura de que preferiría matarla a ella— .
¿Es que no te importa lo que ella piense?
—Dio mio! —gruñó Alfonso—. Creía que ya habíamos hablado de mi relación con Dulce. Sí, puede que se sienta celosa, pero, créeme, a Dulce no le importo en absoluto.
Anahí tuvo que tragarse las palabras que le acudieron a la garganta. Quería decir que eso no era cierto, que ella iba a tener un hijo suyo, que esperaba que él se casara con ella... Pero no pudo hacerlo. Ni siquiera era problema suyo. Sin embargo, sospechaba que aquella situación no iba a resultar nada fácil y que a pesar de todo, ella estaba implicada, tanto si le gustaba como si no.
—¿Alquilaste un coche? —preguntó él, cuando llegaron al apartamento—. Me dijiste que ibas a alquilar uno —repitió, al ver que ella estaba tan embebida en sus propios pensamiento que no le había entendido.
La miraba con una expresión tan dulce que Anahí experimentó sensaciones que sabía que no tenía ningún derecho a sentir.
—Yo... no. Todavía no. No he tenido tiempo. Hoy no he salido. Después de ayer, decidí que necesitaba tiempo para descansar.
—¿Después de la conversación que tuvimos? —preguntó él, en tono burlón, mientras le acariciaba una mejilla—. Oh Anahí, ¿qué voy a hacer contigo?


—Espero que me dejes marchar —le espetó Anahí, pero incluso a ella, aquellas palabras sonaron muy débiles.
Cuando él inclinó la cabeza hacia ella y le acarició los labios con la lengua, Anahí sintió que se le hacía un nudo en el corazón. Se decía a sí misma que él podía hacerle eso. No podía abrazarla y besarla cuando la mujer a la que le debía sus afectos estaba arriba, en el apartamento, con un hijo suyo en las entrañas. ¿Y qué clase de amiga era ella por dejar que aquello ocurriera? Ella nunca había tenido tiempo para hombres como Alfonso, entonces, ¿por qué le estaba dejando que la tocara?
A pesar de que las preguntas fluían con facilidad, las respuestas eran mucho más difíciles de encontrar. Alfonso le había tomado la cara entre las manos, y su boca se movía incesantemente sobre la de ella. Él tenía los ojos abiertos, sin dejar de mirarla. Y aunque estaba demasiado oscuro para ver la expresión de su rostro, Anahí podía adivinar lo que estaba pensando.
—Cariño —murmuraba él, con voz ronca—. Cara, dolce amore.
Ella sintió que la cabeza le daba vueltas ante aquellas caricias y se rindió, aunque sólo brevemente. Durante una fracción de segundo, no pudo evitar responder a la sensual adicción que le provocaban sus labios. El calor, la pasión... todas las sensaciones resultaban tan intensas que ella no se pudo resistir y se encontró sucumbiendo a la sexualidad carnal que había dejado de lado hacía mucho tiempo. Las sensaciones que había pensado que ya no podría sentir, volvían a la vida, resultando imposible resistirse. Sin embargo, de alguna manera, ella consiguió retener un pedazo de cordura y sacó fuerzas de flaqueza para marcharse. Con un grito de angustia, abrió la puerta del coche y salió, torciéndose casi un tobillo al salir corriendo hacia la verja.
No fue una salida muy elegante, pero no podía dejar de correr, tropezando constantemente, pensando que en cualquier momento él la agarraría por el brazo o la llamaría a voces.
Pero no fue así. Él ni siquiera la siguió y para cuando Anahí llegó al portal, el ruido del motor era sólo un eco en los oídos. Alfonso se había marchado. ¿Qué iba a hacer ella? Por mucho que quisiera hacerlo, no podría contarle a Dulce lo que había pasado. No en su estado. Aquella situación era imposible y ella misma era la única culpable.

***
A la mañana siguiente, la situación no tenía mejor aspecto. A pesar del hecho de que el agotamiento la había mantenido dormida toda la noche, se despertó agotada. Incluso el alivio que sintió al descubrir que Dulce ya se había marchado a trabajar le parecía una traición. Tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella. El problema era que Anahí no sabía lo que le iba a decir.
Tal vez las cosas serían mucho más fáciles si ella volviera a Inglaterra. Dulce se preguntaría por qué había decidido marcharse tan de repente, pero aquello era mejor a que descubriera lo que había pasado la noche de anterior. Al recordar la conversación, Anahí se sintió profundamente deprimida. Estaba completamente segura de que Anahí se estaba engañando al pensar que podría obligar a Alfonso di Herrera para que tomara responsabilidades con su hijo, y mucho menos que conseguiría que se casara con ella cuando tenía la intención de permanecer soltero.
Sin embargo, pasara lo que pasara, necesitaban comer. Decidida a no dejar que Alfonso di Herrera la intimidara, Anahí se puso unos pantalones cortos y un polo sin mangas y salió del apartamento. Había una tienda de ultramarinos o salumeria a la vuelta de la esquina y allí podría comprar todo lo que necesitaba.


Se sentía algo nerviosa por salir de la casa. El portero la llamó cuando bajaba por el sendero a la calle. Durante un terrible momento, ella pensó que Alfonso estaba esperándola y al volverse se le hizo un nudo en la garganta. Pero el hombre sólo le saludó con la mano y le gritó:
—Buongiorno, signorina!
Anahí le devolvió el saludo encantada y siguió con su camino.
Al volver al apartamento, el teléfono estaba soñando. Ella cerró la puerta y se dispuso a contestarlo, pero se detuvo, preguntándose quién sería. Podría ser Dulce, pero su amiga daría por sentado que ella no estaría en casa a aquella hora. Anahí le había hablado sobre una excursión a Pisa la noche anterior, antes de su desastrosa salida a Portofalco. También podría ser una de sus hermanas. Hacía un par de días desde que ella había llamado para preguntar por su madre, pero no podía imaginarse que Pauline o Karen llamaran a aquella hora, cuando era la más cara para hacer llamadas telefónicas.
Aquello sólo le dejaba con Alfonso di Herrera. Grace no quería hablar con él y, además, la idea de que él todavía estuviera intentando perseguir aquella sórdida aventura la llenaba de frustración y asco.
Tras dejar las bolsas de la compra en la encimera, Anahí empezó a colocar las cosas en el frigorífico. Había comprado ternera y un poco del delicioso jamón de Parma, que era un producto local, al igual que verduras y queso. Y lo necesario para hacer una ensalada que planeaba prepararse para almorzar. El teléfono dejó de sonar mucho antes de que ella terminara, por lo que, tras meter el pan en la panera, salió al balcón.
El sol casi estaba en el cenit. Casi había esperado ver el descapotable verde oscuro aparcado en la calle, pero no había ningún vehículo en las cercanías de la casa. No es que aquello significara nada. Alfonso podía haber llamado desde cualquier parte.
Anahí suspiró. Mientras había estado en la calle, casi se había convencido que estaba exagerando lo que había pasado la noche anterior. Él sólo la había besado. No había intentado acostarse con ella y lo que había dicho sobre su relación con Dulce lo podía haber dicho para impresionarla. Aquello no decía mucho sobre su fidelidad, pero ése no era problema de Anahí. Si Dulce estaba dispuesta a arriesgar su futuro con un hombre como él, era asunto de ella.
Pero Anahí se volvía a sentir nerviosa. Aquella llamada de teléfono había demostrado lo accesible que estaba para él si permanecía allí. Aunque no había contestado, no podría seguir ignorando todas las llamadas de teléfono que se produjeran. Pero, por otro lado, tenía que decidirse antes de que viniera Dulce.
Anahí pasó la tarde leyendo. Se había traído varias novelas y a pesar de que no había leído mucho desde su llegada, agradeció la vía de escape que le ofrecieron aquella tarde. Estaba medio dormida en el sofá de bambú de la terraza cuando Dulce llegó a casa.
—¿Es ya tan tarde? —exclamó Anahí, parpadeando, mientras se ponía de pie.
—Tranquila —le dijo Dulce, mientras se sentaba en la otra silla—. Sólo son las cuatro y media.
Sin embargo, Anahí se dio cuenta de que su amiga estaba poco relajada. Había una excitación contenida en Dulce que le impedía calmarse. Además, todavía no había decidido lo que iba a hacer.
‐No creí que estarías en casa —añadió Dulce—. ¿Es que no has ido a Pisa?
‐Oh... no. No he salido. Bueno, sólo un momento. Hacía ... hacía demasiado calor.
‐¿Que no has salido?
—Sólo a hacer la compra.
‐Pero si te llamé a la hora de comer y no me contestaste el teléfono...
‐¿Eras tú? Estaba soñando cuando entré, pero...


—Pero no conseguiste contestarlo a tiempo, lo sé‐ dijo Julia—. Bueno, tengo algo que decirte —añadió, recuperando el aire de excitación de antes—. ¡Es algo fantástico!
¡Alfonso nos ha invitado a las dos a pasar el fin de semana en Valle di Herrera! Anahí se sintió horrorizada.
‐¿Estás hablando de... la casa de Alfonso? —preguntó ella débilmente, esperando que Dulce no notara lo agitaba que se encontraba al pensar que, una vez más, había manipulado a Julia.
— Sí, a su casa — afirmó Dulce, demasiado contenta como para darse cuenta de la reacción de su amiga—. Estaba segura de que la semana pasada lo había estropeado todo, con lo arrogante y todo eso que se comportó la vieja... Pero Poncho me ha asegurado que estaba exagerando y de que la marchesa estaba deseando vernos. A las dos, ¿te lo puedes creer? Tal vez te deba agradecer a ti la invitación.
‐Oh, no, no lo creo...
‐¡Yo tampoco, tonta! —exclamó Dulce—. Sólo estaba bromeando. Está claro que te han incluido a ti porque saben que estás en mi casa. Eso es todo.
—Entonces, yo no voy.
—No, debes venir —le dijo Dulce, con ojos implorantes—. De verdad, Anahí. La invitación es para las dos y lo último que quiero hacer es ofender a la vieja.
Anahí hizo un gesto de rendición. Cualquier plan que ella tuviera tendría que esperar a juzgar por la expresión que había en el rostro de su amiga. Sin embargo, le molestaba pensar lo inocente que había sido al pensar que él pudiera estar esperándola o que la llamara por teléfono. Además, con aquella invitación, no podía decirle a Dulce lo que pensaba de aquel fin de semana y de él. Poncho era tan arrogante. Tendría que estar muy seguro que no le iba a decir nada a Dulce. Anahí deseó con todas sus fuerzas que Dulce no estuviera embarazada para poder hacerlo sin reparos.
—Vas a venir, ¿verdad? —le suplicaba Dulce—. Te lo pasarás muy bien. Es una casa preciosa, fabulosa. Y nunca se sabe, tal vez puedas hablarle bien de mí a la marchesa.
‐Oh, Dulce...
‐Eso significa que vendrás— declaró su amiga triunfante—. ¡No puedo esperar! Un fin de semana completo con Poncho. ¡Qué oportunidad tan maravillosa!
Anahí pensó que para quién, preguntándose inmediatamente si estaría equivocada.
¿Cómo podría ser tan arrogante como para pensar que Poncho había organizado todo aquello por ella? De uno u otro modo, estaba dispuesta a descubrirlo.

UN HOMBRE PARA DOS MUJERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora