7 | «Es publicidad, nada más.»

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Cuando el reloj apenas daba las cinco y media de la tarde, sonó el timbre con conexión a la calle. Eri y yo nos miramos confundidas, mis cejas estaban a medio arreglar, tenía una mascarilla negra de carbón activado puesta en toda la cara y ambas íbamos con unas pintas como para que no nos vea ni nuestra madre, resaltando lo obvio; no esperábamos visitas.

—Yo no bajo —se apresuró a decir ella antes de que se lo pidiera.

—¡No puedo bajar así, Eri! —me quejé señalando mi aspecto, que evidentemente era peor que el suyo.

—Más te vale que no sea una chica linda porque como vaya con esta facha y pierda la oportunidad de enamorar a mi próxima novia te vas a enterar, eh.

Salió del apartamento arrastrando los pies con pocas ganas y al cabo de un rato regresó con un señor de al menos unos sesenta años vestido de traje y con una expresión hogareña en su rostro.

—Imagino que usted será la señorita Samanta —el señor me saludó bajando un poco la cabeza y quitándose el sombrero a la vez mientras yo le sonreí amablemente asintiendo con la cabeza.

—Es el chofer de la estrellita —explicó Eri y se colocó detrás de mí.

—Creí que el evento era a las nueve —o eso al menos era lo que había dicho Liam.

¡Ni siquiera estaba maquillada, por Dios!

—Exacto, pero Corbyn quiere que los vean salir juntos desde su casa, así que antes de que los periodistas no dejen salir ni entrar a nadie me mandó a buscarla —explicó gentilemente—. No se preocupe, Corbyn tiene personal que lo ayuda a prepararse y estará disponible para usted también.

Eri me miró abriendo los ojos como platos y asintiendo repetidamente.

No me hizo gracia tener que ir mucho tiempo antes a casa de Liam, pero lo del personal me agradó, porque al fin y al cabo, entre Eri y yo no íbamos a conseguir nada decente.

—Está bien, solo déjeme juntar algunas cosas —dije y salí corriendo hacia mi habitación en busca de mi teléfono, el vestido y los accesorios que pensaba ponerme para meterlos en mi mochila.

Al acabar corrí hasta el baño y me quité la mascarilla con abundante agua sin preocuparme porque me fuera a acabar algo de producto en los ojos y regresé a la sala agitada como si hubiera corrido una maratón y no unos pocos metros desde una habitación a otra en un apartamento relativamente pequeño.

Ahora me encuentro camino a casa de Liam. Charles, su chofer, me contó que desde que Liam empezó a hacerse conocido y los periodistas a interesarse por él han estado compitiendo por quién descubre primero sus romances, pero que Liam no se los ha puesto para nada fácil.

—Una vez se metió al apartamento de una chica disfrazado de repartidor de pizza —comenta Charles viéndome a través del espejo retrovisor—. Los de la prensa son un poco, discúlpeme la palabra pero, son un poco estúpidos...me refiero a que, ¿quién diablos cree que alguien va a repartir pizzas en un audi? como si la paga les alcanzara con ese trabajo basura...

No es necesario tener mucha comprensión oral para identificar el asqueroso comentario clasista que acaba de hacer este tipo. Y sí, normalmente los repartidores de pizza van en motos o bicicletas, pero eso no delimita su situación económica.

—No debería hablar así ni menospreciar el trabajo de otras personas, Charles, porque es esfuerzo de ellos, no suyo.

—Lo sé muchacha, pero ¿acaso conoces alguien con un trabajo tan mediocre que de verdad haya conseguido algo bueno en su vida?

Cerrar la boca y aceptar lo que los adultos dicen, por más equivocados que estén, se quedó en la prehistoria y no me importa quedar como una malcriada irrespetuosa, no pienso seguir soportando esos comentarios de mierda.

Una canción no fue suficiente [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora