14 | «¿Siempre buscando una excusa para pelear?»

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Cuando mis pies ya no pueden más me veo obligada a detenerme, y en cuanto lo hago siento el pecho ardiéndome. Respiro agitadamente mientras sigo caminando y entonces, por primera vez, volteo a ver hacia atrás.

No hay ni rastro de Joaquín, no estoy segura siquiera de que me haya seguido, quizá solo se fue a su casa sin más, pero es mejor prevenir que curar.

Eri tenía razón y ahora es cuando lo veo. Recuerdo una vez que discutimos y él le dió un puñetazo a la ventana haciendo que el vidrio se quebrara en mil pedazos que yo tuve que recoger porque según él había sido mi culpa que él reaccionara así. En mi mente están claras sus palabras cuando dijo «Jamás te haría daño a tí, Sam, lo sabes, por eso le pego a otras cosas».

¡Debí haber corrido en ese momento!

¡Dios! Recuerdo como me alivié al escuchar sus palabras, como si eso fuera garantía de mi seguridad ¿Es que acaso estaba loca?

¡Y encima fui capaz de darle otra puta oportuindad! ¿En qué mierda estaba pensando?

Me toma varios minutos ubicarme en el barrio en el que me encuentro y en trazar un mapa mental de regreso a casa. Son demasiadas cuadras, más de treinta seguramente así que me llevará una eternidad.

Mierda, desearía tener mi celular ahora mismo.

¡Ni siquiera tengo dinero, ahí están todas mis tarjetas!

—Maldita sea —murmuro y tras un suspiro me pongo a caminar.

Mientras avanzo el miedo porque al llegar a casa él esté ahí esperándome me recorre todo el cuerpo, si eso pasa entraré en pánico, mi mente se queará en blanco y no sabré qué mierda hacer más que echarme a correr otra vez.

Llevo ya unos minutos caminando cuando me cruzo con una pareja de ancianos y se prende una lamparita en mi cabeza.

—Disculpen —los interrumpo y el hombre mi mira con los ojos abiertos como platos—. ¿Me dejaría hacer una llamada?

Señalo el teléfono que lleva en la mano la señora.

—¿Es que no llevas tu propio celular? —pregunta el hombre con un tono extraño.

—No es una delincuente, Rupert —su mujer lo toma del brazo y me tiende su celular—. Toma, niña, llama a quien quieras.

Le agradezco y le sonrío mientras marco el número de Eri y me llevo el celular a la oreja. Como siempre, no tarda en responder.

—¿Quién es y qué quieres? —espeta al otro lado.

—Eri, soy yo...

—¿Sam? ¿Qué pasó? ¿Por qué me llamas de este número? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien, pero necesito que vengas a buscarme, no tengo dinero ni celular...

—¿Dónde estás? —le dicto la dirección detenidamente y ella asiente con pequeños sonidos—. Bien, estaré ahí en unos minutos, tranquila.

—Te espero —digo y cuelgo.

Le agradezco a la señora por prestarme su celular al devolvérselo y los veo marcharse tomados de la mano.

Mientras espero a Eri me siento en uno de los bancos junto a la vereda y suspiro cubriéndome el rostro con las manos. La noche ni siquiera ha acabado y ya es una mierda, todo el puto día ha sido una mierda.

Pasan unos cuantos minutos y yo todavía sigo con el rostro cubierto cuando siento una mano rodeando mi muñeca y entro en pánico.

La aparto de un tirón poniéndome de pie, alerta hasta que noto una cabellera rojiza y mis ojos dan con los verde de Liam.

Una canción no fue suficiente [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora