34 | «Amarillo y blanco»

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—¡Está despertando! —siento la voz de Eri como si estuviera lejana, en otro planeta, casi inaudible—. ¿Qué hago? Mierda, se está despertando.

—Tranquila, señorita —giro mi cabeza hacia un lado tratando de encontrar el portador de esa voz.

—¿Dónde estamos, Eri? —lo último que recuerdo es la maldita luz roja.

—En la ambulancia camino al hospital, te saltaste una luz roja y los autos que venían desde la avenida te llevaron puesta con ellos.

—¿Están todos bien? —Dios, juro que como alguien haya salido muy mal de ahí no me lo voy a perdonar jamás.

—Nadie murió, Sam, no te alarmes —vuelvo a respirar—. Tu fuiste la más afectada, el parabrisas se quebró y te cortó un poco la cara, el más grande es en la frente y van a tener que ponerte puntos. Vas a parecer Frankenstein...

—Señorita —dice el hombre a nuestro lado con un tono de regaño.

—Está bien —aseguro yo porque sé que el lenguaje amoroso de Eri se basa en decir cosas que no a todos les parece amigables y que cuando está nerviosa eso empeora—. ¿Le has dicho a alguien de esto?

—No, no me dio tiempo de nada. Estaba cruzándome de vereda cuando escuché a la señora de la esquina, aquella que tiene como mil gatos, gritar que hubo un accidente y justo tu dejaste de responderme así que salí corriendo. 

—¿Puedes avisarle a mamá? Le dije que la llamaría cuando llegara al apartamento y va a preocuparse si no lo hago.

La ambulancia se detiene y al segundo siguiente se abren las puertas. Eri baja primero y luego mi camilla es cinchada fuera. Durante todo el trayecto hasta la sala de emergencias Eri no suelta mi mano, puedo sentir su pulso acelerado y lo sudorosa que la tiene, también soy consciente de las caras de asco que pone mientras el practicante me sutura la frente y de como cierra los ojos cuando están haciendo lo mismo en mi pierna.

—¿Para qué es eso? —pregunta cuando una enfermera se acerca a sacarme sangre.

—Solo es por rutina. La señorita quedará en observación esta noche porque sufrió un fuerte golpe en la cabeza, según como resulte podrá irse mañana —la enfermera le sonríe y ella asiente.

—¿Quieres que le avise a Liam? —pregunta acomodándome el cabello.

—Todavía no —niego con la cabeza—, debo de verme horrible con estos puntos en mitad de la frente.

—Como si a él le importara eso —rueda los ojos—. Escucha, si pasaremos la noche aquí iré a comprarme algo de comida. ¿Quieres que te traiga algo?

La enfermera la mira de reojo y Eri capta el mensaje.

—Bueno, nada para ti, tienes que comer la horrible comida de hospital, lo entiendo —me guiña un ojo dándose media vuelta.

—Enseguida vendrá algún enfermero y te subirá a la sala de observación —comenta la chica dándole unos pequeños toquecitos al tubo que contiene mi sangre.

Y así es, al cabo de unos minutos un chico vestido completamente de azul me informa que será él quien me lleve hasta la dichosa sala y que a mi acompañante se le avisará en cuanto regrese. Llevo un rato entredormida con la tos del señor de unas cuantas camas a la derecha como melodía cuando siento la voz de Eri hacerse presente en la sala y abro los ojos. Ella se sienta en el sofá junto a mi camilla cruzándose de brazos y al ver que estoy despierta sonríe.

—Ya he hablado con Grace, está viniendo para acá —comenta—. ¿Arreglaron las cosas o terminaron peor de lo que estaban?

—Estamos bien —me encojo de hombros—. Le conté lo que pasó con Joaquín, absolutamente todo hasta con lujo de detalle y está indignada porque no me hayan concedido la orden de alejamiento, así que no le digas que la razón por la que choqué fue porque él me estaba siguiendo.

Una canción no fue suficiente [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora