11 | «Engendro del diablo»

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Inconscientemente mi mano recorre todo su pecho y se queda un rato posada en sus abdominales.

Los rayos de sol que se filtran a través de la ventana me dan justo en la cara y me impiden abrir los ojos. Aunque no lo vea, sé que Liam sigue dormido porque puedo sentir los constantes espasmos que tiene en el brazo que me rodea.

Suelto un bostezo cubriéndome el rostro con la otra mano para impedir que el sol me deje ciega y entonces abro los ojos para encontrarme con un tipo sentado frente a nosotros.

—¿Y tú quién eres? —le espeto automáticamente tirando de las sábanas hasta mi cuello.

—Fausto, su mejor amigo —indica señalando a Liam con la cabeza—. ¿Crees que puedas despertarlo?

Liam no comentó nada acerca de tener otro mejor amigo más que el chico pelirrojo que nos hizo la foto, ni siquiera una pequeña insinuación, por lo que la presencia de este chico se me hace sospechosa.

Yo frunzo el ceño y sacudo a Liam, que aún sin abrir los ojos me sonríe.

—Buen día, fenómeno —me besa la frente y luego parece notar a su amigo—. ¿Qué quieres, Fausto?

—Que bien que te acuerdas de mí —le dice él con un tono de reclamo—. Ya veo por quién me dejaste tirado. Al parecer la chica de los cuadros es más importante que tu mejor amigo de hace cuatro años. ¡Cuatro, Liam Corbyn!

—No grites que aún no termino de despertarme, idiota —se queja Liam y se yergue en la cama—. Sam, él es Fausto, mi mejor amigo de hace cuatro años.

Yo sonrío notando como intenta imitar el tono de Fausto.

—Quizá no me conozcas, Sam, pero yo a tí sí —lo mira a Liam desafiante—. Eres la chica del álbum.

—¿Qué álbum? —cuestiono mirando a Liam con el ceño fruncido.

—El álbum de fotos que guardaba la abuela sobre nosotros —se apresura a decir él.

—Sí, ese álbum —responde el chico, pero no lo noto muy convencido.

—Bien, ¿puedes irte? —Liam señala la puerta—. Prometo alcanzarte luego.

—¿Nos vemos para almorzar? —Fausto le sonríe mostrando todos y cada uno de sus dientes.

—Sí —responde Liam—¿Te vas?

Fausto sale de la habitación sacudiendo la cabeza y cerrando la puerta detrás de sí. Entonces Liam, que estaba sentado en la cama, me mira por encima de su hombro y sonríe con picardía.

—Voy a darme una ducha —conozco esa mirada.

—Disfrútala —le deseo encogiéndome de hombros.

Se pone de pie y comienza a caminar hacia una puerta negra, que supongo da al baño, voltea a verme varias veces pero en todas niego con la cabeza sonriendo.

—Estoy seguro que para más de una ducharse conmigo sería como un sueño, Sam, tú te lo pierdes.

—Que pena entonces —me vuelvo a encoger de hombros y ruedo los ojos.

—Eres imposible, fenómeno.

—Ya, ya, ve a ducharte de una vez, engreído.

Me da la espalda otra vez y se mete en la habitación de puerta negra cerrándola tras de sí. Yo me siento en la cama apoyándome en la cabecera y suspiro, disfrutando del silencio y la paz del momento.

Mi mente vuela a mi adolescencia plagada de recuerdos con Liam. En cada cosa feliz que me haya pasado durante esos años está él, en momentos tristes lo recuerdo apoyándome, cuando tenía miedo diciendo cosas que empeoraran la situación solo porque le hacía gracia verme aún más asustada y así con todo. Liam ocupó mi adolescencia en su totalidad y mis primeras veces en muchas cosas se las llevó él, nos las llevamos, porque yo también guardo muchas de las suyas.

Una canción no fue suficiente [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora