Obligo a Maxim a pasar el resto del día tumbada en la cama y debo admitir que no solamente lo hago por su propio bien, sino porque de tenerla a mi lado dudo tener el suficiente autocontrol para negarme otra vez a hacerle el amor.
Ya entrada la noche dejo la computadora en la sala, pues he estado trabajando allí toda la tarde. Me voy a la habitación y cruzo la puerta esperando toparme con un lindo puchero de mi mujer, pero en su lugar me encuentro con la Bella Durmiente.
Maxim descansa plácidamente abrazada a una almohada, y como las puertas que dan a la terraza están abiertas de par en par, empieza a enfriar por la brisa del mar. Cubro a mi esposa con el edredón y decido tomar una rápida ducha.
Me quedo de pie bajo al chorro de agua tibia, tomo un poco de jabón líquido y con una esponja lo esparzo por todo mi cuerpo. En eso, inevitablemente me viene a la cabeza mi ducha de la noche anterior, luego de semejante espectáculo que me diera Maxim untándose crema.
Trato de no pensar en ello, pero fallo estrepitosamente, miro mi entrepierna y me saluda tremenda erección.
– ¡Mierda! – me quejo.
Y es que simplemente no puedo evitarlo, mi cuerpo sabe lo que quiere y no teme demostrarlo.
Cierro las llaves del agua, separo las piernas en diagonal ligeramente y recargando la mano izquierda en la pared, cierro también mis ojos.
De repente, ya no estoy en el baño de la casa en la playa, sino que ahora estoy en mi oficina en el centro de la ciudad. Debo entregarle unos documentos a Maxim, por lo que cruzo el pasillo para buscarla. Su puerta está entreabierta así que entro sin llamar. La busco con la mirada y para mi sorpresa, la encuentro desnuda en su silla y abierta de piernas. Tiene ambas pantorrillas sobre los reposa brazos y con su mano derecha acaricia hábilmente su sexo.
– ¿Qué haces, por qué no me has llamado? – le reclamo.
– Estabas ocupado – se encoge de hombros y sigue a lo suyo.
– Para ti siempre tengo tiempo, cariño – respondo con voz ronca.
– Bien, entonces siéntate y acompáñame.
Camino hasta donde está y me siento en la orilla de su escritorio a modo de quedar justo frente a ella. Al mirar lo brillante y lubricada que está su entrepierna mi miembro palpita.
– ¿Necesitas una mano? – le pregunto ansioso por participar.
– Sí, pero no para mí. Quiero ver cómo te masturbas, cariño – me pide con la respiración acelerada y las pupilas dilatadas.
Le dedico una sonrisa de lado, desabrocho mi cinturón y después el pantalón, bajo el cierre y luego la cinturilla del bóxer. Mi punta brilla, esparzo el líquido para lubricarme y con destreza me acaricio de arriba hacia abajo.
No le quito los ojos de encima, con su dedo índice hace círculos alrededor de su clítoris y cada vez que pasa por el lugar correcto se retuerce ligeramente en la silla. Yo por mi parte, aplico más fuerza en la mano hasta que me resulta placentero, me tomo mi tiempo en la punta, imaginando que son los labios de mi esposa los que me acarician.
Al cabo de un rato, introduce dos dedos dentro de ella, muerde su labio inferior y se penetra con frenesí. También aumento el ritmo, no quiero quedarme atrás. Con la mano libre me sujeto al escritorio, los nudillos se me ponen blancos por la fuerza que aplico sobre la madera.
– Mi mano no es suficiente para hacerte justicia – confiesa Maxim entre jadeos.
– La mía tampoco te la hace a ti – concuerdo.
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Si te quedas conmigo
Lãng mạnAtlas Archer, es un adicto al trabajo que no tiene tiempo para el romance, pero que por cuestiones que escapan de su control, se ve obligado a casarse en tiempo récord, con el fin de ganar la custodia de su único y amado sobrino. Maxim Miller, una t...