CAPÍTULO 3: Riesgos

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Rev Hearst

Estiro la espalda tocando mis tobillos con mis manos. Mi hermana a mi lado me mira, burlona, hace una mueca antes de seguir a Striker para que la lleve a LEDA, uno de los tantos gimnasios y centros de yoga y terapia de la familia de nuestra madre.

Miro mis tobillos, imaginando las manos, sus manos tan grandes llenas de venas. Recuerdo su abdomen contra mi espalda y sus manos tomando las mías para ayudarme. Solo eran risas, tantas risas y besos en mi cuello que aún tienen rastro.

Sus ojos se enfocaban en el espejo como si fueran a robarme el alma, tan intensos y poderosos. Solo teníamos diecinueve años, recién casados, con autocontrol incomprendido y camisetas en el piso porque no durábamos dos segundos sin estar el uno sobre el otro.

En algún punto, empecé a detestarlo, aunque nunca haya dejado de gustarme ni provocarme reacciones tan distintas. Me causa gracia que no haya cambiado, sigue siendo el mismo idiota que se cree el puto rey de Esparta, solo que ahora me odia.

Pero demonios, ¿por qué se ha rapado? Siempre lo tuvo ligeramente largo, rizos rubios medio bronceados por el sol. Éramos unos niños y ahora no quiero imaginar si nos veremos en diez años y sabre cuan maduro es.

Xander Maddox sabe tan bien en mis propios cuentos y esta tan podrido en la realidad.

Exhalo todo el aire acumulado en mis pulmones y me dirijo al cuarto de baño para asearme. Ingreso en la ducha y no sé porque empiezo a imaginarme a...Xander...

¡Demonios!, no puedo estar tan necesitada de sexo, mucho menos de alguien como él. Voy a casarme con Sebastian, va a ser la mejor boda del año, voy a ser la novia más perfecta que alguien haya visto. Hablaran de mi por meses.

¿Quién demonios no hablaría sobre mí?

Soy magnifica, sea bueno o malo, si la gente lleva tu nombre a sus bocas, quiere decir que importas. No tienen nada más importante que hacer con sus vidas que hacerte el centro de su universo.

A mí me encanta ser el centro del universo, por algo soy la mujer más bella de La Ciudad Eléctrica. La que todos quisieron pedir mano cuando tenía dieciocho, hasta que alguien decidió que era mejor que yo eligiera.

Borro toda idea relacionada al heredero de los Knox para plantarme en frente del espejo mirando las manchas del pasado en mis parpados y en mi abdomen.

Tomo la base de mi bolsa de maquillaje y empiezo con mi rutina habitual. Dos horas más tarde estoy conduciendo al restaurante Luces de la ciudad donde están mis amigas, esperándome en la mesa privada que usamos cada lunes.

Ingreso al lugar dejando que el mozo me guie a la mesa donde Ash y Unne están conversando. Mackayla ingresa por la puerta posterior usando sus cascos color rosa, sus lentes anchos de marco blanco, una pantalla de videojuego cuadrada donde tiene los pulgares prendidos y un micrófono por el que no deja de insultar en alemán.

Ambas nos sentamos. La mesa circular deja un asiento vacío para Bella, justo en el centro dándole la espalda a la ventana, pero la menor de las cinco aún no ha llegado. Unne se ríe abriendo la carta, apoya sus brazos encima de la mesa.

—¿La ensalada Cesaer's? —cuestiona poniéndole mala cara a Ash.

—Lo comimos la semana pasada —espeta Ash concentrándose en su móvil.

—¿Kyla?

—Hamburguesa —menciona despreocupada volviendo a insultarle a su oponente.

—¿Rev?

—Lo vi —suelto tensando el ambiente en un segundo.

Las tres dejan lo que están haciendo. Mackayla insulta al hombre del otro lado del videojuego guardando el dispositivo en su mochila rosa. Ash arruga el entrecejo esperando a que continue y Unne borra su sonrisa.

Odio ficticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora