Universo canon.
*
Allí, parado, viendo su cuerpo casi sin vida en la cama, Meliodas no pudo evitar soltar varias lágrimas con una sonrisa. Al menos había terminado de crecer y no recuperó sus recuerdos, al menos vivieron una larga y feliz vida juntos, aunque él la había sentido tan efímera. Por un momento tuvo la esperanza de que no volviera a reencarnar, que ésta fuera la última. Entonces un día, ella volvió a morir frente a sus ojos mientras renacía en algún otro lugar.
(...)
Abrazaba su cuerpo sin vida mientras las lágrimas salían por montón. Lo había intentado, de verdad que había intentado salvarla, pero había sido suficiente. Nunca era suficiente. Meliodas estaba enojado, no lo soportaba, estaba cansado de verla morir una y otra vez. Algunas personas a su alrededor lo miraban con pena, para ellos sólo era un joven que había perdido al amor de su vida. Oh, si supieran cuantas veces Meliodas había perdido a su amada Elizabeth.
(...)
Las lágrimas caían por sus mejillas mezclándose con las gotas de lluvia. Sus corazones dolían más que nunca, ¿Por qué?, ¿Por qué justo ahora que estaba decidido si o si a buscar una solución a la maldición?, ¿Por qué justo ahora que finalmente estaba decidido a pedirle matrimonio? Liz dio su último aliento y la vida desapareció de su cuerpo. Un grito de dolor estalló en las ruinas de Danafor. ¿Por qué tenía que dolerle tanto perderla?, ¿Por qué tuvo que enamorarse de ella y pensar que ésta vez podría salvarla?
(...)
Meliodas llevaba la cuenta de todas las Elizabeth que había conocido durante tres mil años desde la muerte de la primera, la diosa. Eran ya ciento siete Elizabeth que había conocido en todo ese tiempo y le había dolido un mundo entero la muerte de cada una (Bueno, la muerte de las anteriores ciento seis), porque obviamente al final terminaban muriendo cada una peor que la otra. ¿Y cómo no iban a dolerle si se había enamorado de cada una?
Cada Elizabeth era diferente a la otra, pero a la vez eran parecidas.
Y siempre, aunque su cabello podía ser de un color diferente en cada reencarnación, sus ojos eran de un azul tan hermoso que hasta el cielo le tendría envidia. Con ella fue que Meliodas supo porque solían decir que los ojos eran el espejo del alma. Había algo en la mirada, siempre, de cada Elizabeth, que le recordaba a la original, a su Diosa, no sabia que era eso, pero había momentos en que la miraba a los ojos y la calidez que le transmitía era la misma que muchos años atrás.
Y eso, con la princesa de Lionés, no fue la excepción.
Ella era sólo una niña pequeña, pero aveces, cuando volvía de una misión cansado, o cuando se sentía decaer por no encontrar una solución a la maldición que ambos llevaban encima, sólo hacia falta una de esas miradas cálidas que sólo ella podía darle para volver a tener fuerzas y esperanzas. Sin saberlo, la pequeña Ellie era eso que le hacia seguir adelante, era eso que le daba motivaciones para seguir buscando una solución a sus problemas.
Él tenía miedo, mucho, de hecho, de volver a perderla. ¿Y es que cuando no tenía miedo de eso?
Meliodas vivía en una constante agonía por tener que seguir sufriendo de esa forma junto a su amada. Esa maldición era nada más y nada menos que la prueba de lo crueles que eran sus progenitores.
Una sonrisa triste apareció en su rostro mientras la veía jugar con su, ahora, hermana Verónica.
Elizabeth era nada más y nada menos que una niña pequeña, y aún así ya le había tomado cariño desde el primer momento que la encontró entre lo que quedaba de Danafor a los ¿Días?, ¿Semanas?, ¿Años? Que murió Liz. A veces, Meliodas no llevaba muy bien el tiempo entre la última muerte de Elizabeth y la siguiente reencarnación de ésta que encontró. Y con lo desbastado que estaba en aquel entonces apenas y sabia donde estaba. Porque aveces, su muerte era tan dolorosa que él no era consciente de nada más.
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M de Meliodas
FanfictionPorque la M es de Meliodas. También es de Menso, Matilda, Meteorito, Merlín, Mariposa, Moonbyul y Mapache, pero eso no importa, no venimos a hablar de nada de eso, lo único a lo que Meliodas le presta su letra es al Melizabeth. . . . (...) Son situa...