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Había pocas cosas que podrían arruinar más a Samuel en esos momentos.

Después de la paliza que recibieron aquella noche, no pudo volver a contactar con Rubén, puesto que su padre de por sí no le dejaba salir del castillo.

Además de que su cuerpo dolía bastante y le costaba un tanto caminar, pero ningún dolor le iba a impedir poder ver a Rubén una vez más.

Claro que no esperaba que fuera de aquella manera.

Esa mañana su padre lo había levantado y lo sacó de la casa casi a rastras después de negarse a seguirlo por simple capricho, pero pronto entendió que aquel no era una frivolidad más de su padre.

Ese hombre era, sin duda alguna, una persona despiadada.

Samuel sabía que las cosas estaban extrañas desde el momento en que el hombre le había dicho que saldrían aquella mañana después de prohibir su salida del castillo bajo cualquier circunstancia.

Por eso mismo se había negado a salir, pero luego de haberle amenazado con lastimar nuevamente a Rubén, terminó por aceptar.

No es que le gustase la idea, pero su padre ya conocía su punto débil y cómo hacer para tener a Samuel en la palma de su mano.

El recorrido transcurrió en silencio, solo se oían los golpeteos de las herraduras de los caballos galopar por el camino mientras el carruaje se movía, la respiración de su padre, tranquila y acompasada y el viento que soplaba fuera y chocaba contra el revestimiento del vehículo.

Samuel miraba por la pequeña ventanilla del cubículo mientras trataba de averiguar a donde se dirigían.

Y en cuanto lo supo comenzó a sudar frío.

Conocía aquel camino como la palma de su mano, sabía perfectamente cuanto quedaba desde donde se encontraban hasta su destino sin que le dijeran nada y ahora comenzaba a asustarse.

¿Por qué estaban yendo en aquella dirección? ¿Qué planeaba su padre con todo eso?

Existía un deje de emoción y miedo en su corazón, haciéndolo contradecirse con sus sentimientos, puesto que no estaba seguro de que ocurriría, pero vería a Rubén y eso le emocionaba.

Quería con todas sus fuerzas poder abrazarlo, besarlo, estar a su lado, prometerle un mundo juntos y decirle que todo estaría bien, que buscarían una manera para solucionar aquello aunque fuera lo último que hiciese.

Pero sabía también, y conociendo a su padre, que no tendría la oportunidad para hablar con Rubén a solas.

Por eso tenía una especie de plan.

En cuanto tuviera la ocasión, correría y se llevaría al castaño, aunque le doliese caminar, aunque su pierna se rompiese en el camino.

Le daba totalmente igual.

Tenía todo medianamente calculado, a la espera de un solo descuido de su padre.

Pero el hombre no era tonto, sabía perfectamente que no se podía fiar de su hijo, por eso en cuanto llegaron a su destino, lo tomó del brazo y lo mantuvo a su lado, justo al costado del carruaje, sin dejar que el otro se moviera ni un solo centímetro de donde estaba.

Samuel comenzaba a desesperarse.

Ahí, justo frente a sus ojos, se encontraba Rubén, tratando de zafarse de su padre, quien lo jalaba hasta el que era su carruaje, ya cargado con sus cosas y los demás miembros de la familia esperándolos.

El azabache lograba ver el desespero del castaño por soltarse de aquel agarre, así como el mismo lo estaba intentando.

—¡Déjalo en paz! –

Su grito llamó la atención de Rubén, que al verlo intentó con más fuerzas soltarse del agarre de su padre para acercarse a Samuel mientras este hacía lo mismo.

Pero ninguno podía con la fuerza de su progenitor, ya que ambos se encontraban aún lastimados y magullados por la paliza de hacía dos días.

—¡Samuel! –

Con ayuda de los guardias, el padre de Rubén logró interrumpir el forcejeo del castaño para adentrarlo en el carruaje de manera mucho más rápida, mientras que Samuel era detenido también por el cochero de la familia.

El azabache intentó con todas sus fuerzas zafarse del agarre de ambos hombres, pero le fue imposible, tan solo podía forcejear mientras observaba como el chico que amaba intentaba llegar hasta él y gritaba su nombre.

Sus ojos se aguaron por ver la desesperación de Rubén y por no poder hacer nada para apaciguar aquel sentimiento que se transmitía por aquellos orbes del castaño.

Observó como el chico era lanzado en el carruaje a pesar de los forcejeos, a pesar del dolor que quizás aún le causaban sus heridas y del daño que emocionalmente le provocaba el ser alejado a la fuerza de Samuel estando el mismo presente.

El azabache lo sabía, porque él también estaba pasando por eso en ese preciso momento.

Pero lo que más le afectaba en ese instante a Samuel, era que su padre, aquel hombre que lo vio nacer, lo tenía observando como el amor de su vida y su familia se iban de la ciudad sin poder hacer nada para evitarlo.

En cuanto el carruaje apostado frente a aquella gran casona comenzó a avanzar, sintió como el agarre en ambos de sus brazos desaparecía.

Era libre, pero también era muy tarde.

Corrió, obligó a sus piernas a avanzar, aunque estas no respondieran, su cuerpo solo quería quedarse en el suelo, tirado, no tenía fuerzas para nada más que aquello, de todas formas, se encontraba intentando alcanzar aquella carretilla, con la imagen de Rubén observando cómo se alejaban cada vez más.

Lo vio alejarse con sus propios ojos.

El miedo y la desesperación que logró ver en la mirada de Rubén lo terminó por quebrar haciendo que Samuel cayese de rodillas al suelo mientras veía el carruaje bifurcar cada vez más, el rostro de su amado alejarse entretanto los ojos de ambos derramaban las lágrimas que sus corazones rogaban por regar.

Dolía como el infierno.

—Levántate –

Samuel sentía la bilis queriendo dejar su cuerpo con el simple hecho de escuchar la voz de su padre, pero se contuvo, no pretendía demostrar que le había destruido.

No quería darle en el gusto.

El azabache poco recordaba del viaje de regreso a su casa, tan solo se centraba en el dolor que sentía su cuerpo, y en lo que apretaba su pecho, ese sentimiento de agotamiento lo tenía en un estado de aturdimiento en el que poco y nada recordaba de lo dicho u ocurrido en aquel carruaje de vuelta al castillo.

Su corazón estaba destrozado, finalmente lograron separarlo de Rubén, no pudo cumplir con la promesa de estar juntos sin importar el que, de cuidarse y de amarse hasta que fueran ancianos, aunque aquello fuese prohibido.

Samuel le había prometido tantas cosas al castaño que se sentía enfermo por no poder hacer realidad aquellas palabras.

Dolía, dolía mucho.

Pero no sufriría, por tanto, él se aseguraría de ello.

No le tomó mucho tiempo decidir aquello, sabía que estaba destinado a una vida en la cual no podría hacer lo que desease, que no podía amar a quien quisiera ni tampoco volver a sentir debido a que la única persona que le había hecho tener sentimientos reales ya no se encontraba a su lado.

Si aquello era vivir, entonces él no quería hacerlo.

Se habían prometido estar juntos por la eternidad, y si no podían cumplir eso en aquella vida, podrían hacerlo en otra.

Siempre habría otra. 

Second Life // RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora