Antonella
Suelo visitar la tumba de mis padres, aunque no con demasiada frecuencia como me gustaría. Sin embargo, hoy he roto la rutina para venir al cementerio. He comprado las flores favoritas de mamá, los girasoles.
Solía decir que le daban vida, que el color amarillo le traía tanta paz con solo mirarlo. Así que compré un par de inmensos ramos antes de venir, porque necesito un momento para hablar en tranquilidad.
Mi pecho se aprieta cuando me detengo frente a las tumbas, están separadas por al menos un metro de distancia, tiene el espacio suficiente como para permitirme colocarme entre ellas. Dejo un ramo sobre cada una de las lápidas y luego, tomo una profunda inhalación como si eso me diera la valentía suficiente como para comenzar a hablar.
Termino cambiándome de lugar y me coloco frente a la tumba de mi madre, leo su nombre y extiendo la mano para acariciar la inscripción, el dolor vuelve, aquel que casi diez años después no he podido hacer desaparecer.
—Hola, mamá. Ha pasado un poco de tiempo, ¿no es cierto? —una pequeña sonrisa curva mis labios —lo lamento, pero los últimos meses han sido...devastadores. Supongo que lo saben, ¿no es así?
Miro ahora la lápida de papá, a mi mente viene ese último abrazo que me dio, ese recuerdo al que me ha aferrado durante años tratando de no olvidar la sensación, tratando de aferrarme al momento en donde mi padre me abrazó por última vez diciendo que volvería a casa, pero no lo hizo.
Ninguno lo hizo.
—Leo no resultó tan buen chico como dijiste, mamá —me río un poco —realmente los he necesitado, cada segundo desde que se marcharon. Pero no estoy aquí para hablar de eso, porque sé que lo sabes, sé que saben que los amo y que los he extrañado tanto, estoy aquí para decir todo lo que ahora mismo...está ahogándome.
La brisa sopla, me abrazo a mi misma tratando de no sentir el frío del ambiente. Mi cabello se revuelve por el viento y tomo una inhalación ordenando las palabras en mi mente antes de decirlas.
—Creí que el hecho de que Leo me dejara en el altar sería lo más doloroso que tendría que vivir luego de perderlos, pero me equivoqué. Porque hay otro hombre que provoca un sentimiento mucho más fuerte de lo que siquiera yo misma he querido admitir, algo más intenso, más demoledor.
Parpadeo tratando de eliminar las lágrimas.
—Y supongo que he echado las cosas a perder con él —mi respiración se agita recordando todo lo que ha ocurrido en los últimos días —y no sé que hacer, no sé como actuar, que decisión tomar. Me siento perdida, como si todos los planes que hice antes de conocerlo se hubiesen esfumado, todos los caminos se hubiesen vuelto invisibles y estoy en medio de un desierto sin dirección. En medio de la nada, sin saber que hacer.
Las lágrimas provocan de nuevo un ardor en mis ojos, mi pecho se contrae con fuerza y una punzada me atraviesa. Conozco el sentimiento bastante bien, ya lo he dicho, estoy familiarizada con el dolor.
—He estado sin saber que hacer desde el momento en el que los perdí, desde ese día en donde la abuela Beatrice se plantó frente a mí y dijo que no volverían a casa. —Las lágrimas nublan mi visión, se agolpan en mis ojos y se vuelven incapaz de contenerlas —han pasado casi once años desde que se fueron y aún no sé como manejarlo. Tal vez es demasiado tarde como para hacer algo, o no. Pero realmente desearía tenerlos conmigo, desearía que nunca se hubiesen montado en el auto, desearía que hubiesen vuelto a casa esa noche.
Un sollozo brota de mis labios, las lágrimas mojan mis mejillas, pero no me contengo porque nunca les he llorado lo suficiente, porque luego de su muerte tuve que volverme fuerte, por Bella, por Lía. Porque apenas lloré en el funeral al tener que abrazar a mi hermanita que no sabía en realidad que estaba pasando, porque durante las noches eran el único momento en donde me permitía a mi misma sentir un poco del dolor, pero tenía que guardarlo a la mañana siguiente y fingir que nada estaba ocurriendo.
ESTÁS LEYENDO
De una boda y otros desastres. (SL #3)
RomanceAntonella Lombardi sabe con seguridad tres cosas. Uno, es la principal heredera del imperio de su difunto padre. Dos, todos esperan que sea capaz de continuar con el imperio de los Lombardi, incluido su tío, quien la ha criado desde los dieciséis...