Fue cuestión de minutos para que la vieja cabaña abandonada cobre vida con las coloridas risas de los adultos varones. Cualquiera estaría eufórico cuando el tema de conversación son anécdotas de un pasado maravilloso.
La fuente de luz eran velas en lugar de un foco, esto le daba un aspecto mucho más intimo y romántico. Sobre la mesa se extienden postres tradicionales de su ciudad, los cuales solían comer cuando eran niños. Para acompañar hay una costosa botella de vino tinto.
Los adultos crearon un refugio en la sala hecho con almohadas, cobijas, una que otra silla, peluches, y por supuesto algunas luces de navidad que hallaron en el sótano.
Por dentro era tan acogedor, parecía una pequeña casita esponjosa donde podían actuar tan infantiles como les gustara. Era su refugio. Un lugar sólo para ellos.
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—¿Recuerdas cuándo golpeaste al delegado de tu clase? Ni siquiera sabías que era el hijo de la directora. De no ser porque tus tíos son mafiosos hubieras sido expulsado— Hizo mención Sorn.
—Eso explicaba por qué nunca nadie lo había golpeado. El sujeto era un jodido idiota, desesperaba a todo el mundo y las mujeres salían huyendo de él.
—¿Por qué razón lo golpeaste esa vez?
—Nada en especial.
—Volteaste los ojos, me estás mintiendo.
—No es cierto.
—Sé cuando me mientes. Eres obvio.
—Bien, de acuerdo ya te lo cuento. Ese día como castigo por haber llamado al profesor "viejo inservible", lo cual era, la directora me puso como castigo llevarle las hojas de las tareas a las casas de los compañeros que habían faltado por su resfriado. En el camino me encontré al idiota de Romeo.
—¿Se llamaba Romeo?
—No, así lo apodé. El idiota me empezó a perseguir por todo Viangpha Mork, me dijo que él se encargaría de repartir las tareas a cambio de que le hiciera un favor. Me contó que estaba enamorado de una mujer Universitaria que conoció por internet, y que quería ser un chico "Cool" para impresionarla. Por eso me pidió que le ayudara con su apariencia.
—¿Y lo hiciste?
—No, ese tipo era un caso perdido. Prefería perder un día repartiendo tareas que castigarme a mi mismo hablando con un niño castroso.
—¿Entonces lo golpeaste para que te dejara en paz?— Cuestionó.
—¡No! Yo no le pegué sin una razón en especifico, él me dio motivos.