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Día 6 Cadenas
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El apellido Westergaard se hizo muy famoso gracias al ladrón que firmaba sus fechorías con esa palabra.
Era un vil pillo, inteligente, veloz y silencioso. Sus escenas del crimen eran pulcras, sin rastro alguno de su paradero o identidad.
No era un ladrón común y corriente. A él le gustaba ir por los peces gordos, aquellos propietarios con grandes riquezas y reliquias. También le gustaba atacar a la Iglesia, odiaba a las personas que salían beneficiadas a expensas de las creencias de los demás.
Tenía un extraño sentido de la justicia. No le gustaba robarle a los pobres. Por ello le apodaban Robin Hood, justo como el protagonista de esa historia infantil.
También trabajaba solo, no tenía cómplices. Por ello se le consideraba de gran capacidad intelectual para pensar en sus elaborados planes de saqueo. Las cuales siempre resultaban en éxito.
—¿Viste que ese Westergaard le robó a la familia Björn? —un hombre calvo le preguntó a su compañero.
Ambos caballeros se encontraban sentados, disfrutando de un tarro de cerveza en una taberna poco popular.
—¿En serio? –el sujeto le dió un sorbo rápido a su bebida, después se limpió los restos en su bigote con la manga de su camisa–. Ya era tiempo, esos imbéciles no nos pagaron lo que nos correspondía.
—¿Trabajaste para ese hombre? ¿Qué le construiste?
—Un establo para sus caballos pura sangre –silbó su amigo, imaginando todas las exigencias que debió cumplir–. Mi hija no pudo ir a la academia de Artes porque no acompleté para su inscripción. Accedí a ese trabajo por mi bebé, y resultó que ese malnacido tacaño no soltó el dinero, me da rabia cada vez que lo pienso —golpeó la barra con su puño cerrado.
