ꫝꫀ𝕣ꪑꪮડꪖ ꪗ ꪜꪖꪶⅈꫀꪀ𝕥ꫀ

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Hermosa. Podrían haber más palabras que quisieran reflejar el mismo significado, pero ésa en especial le quedaba, casi como anillo al dedo.

Y todos estaban de acuerdo. Nadie tenía el derecho de negarlo.

Había llegado de intercambio apenas una semana, y su presencia seguía teniendo el mismo impacto en toda la escuela. Y cómo no ignorarla, era linda, agradable, servicial y amable. Comportamientos que no se miraban mucho en una chica, y mas en esa preparatoria.

Todos eran arrogantes, groseros, superficiales y deshonestos. Pero esas actitudes empezaron a desaparecer cuando notaron que esas "cualidades" no servían para atraerla a su círculo de amigos, sobre todo con los varones, que buscaban ser el chico malo para hacerla caer ante sus encantos.

Nunca se quedaba sola en el almuerzo. Sus nuevas amigas la acompañaban a todas partes.

—Es bellísima, ¿cierto? —comentó un joven castaño, sentado alado de su amigo pelirrojo.

—Totalmente... –respondió el otro, muy embelesado–, es como una estrella que cayó del cielo, y que en su interior se haya envuelto un cuarzo de gloria y belleza —dijo Hans, ajustando sus lentes.

—¿Se suponía que eso era romántico? Porque te ha salido horrible —se burló Hiccup, tomó el jugo de su amigo y le dio un sorbo.

Atentamente observaba sus movimientos involuntarios, el brillo que tomaban sus ojos al hablar de ciertos temas, todo. Y aún así, le seguía pareciendo un misterio su sola presencia.

—Quiero hablarle —susurró el pelirrojo.

—¿Estás loco? Ni en un millón de años ella te pondría atención —escupió su amigo, intentando bajarlo de las nubes.

La última vez que aquel sensible e iluso joven se enamoró fue a parar al hospital con el estómago casi a reventar y lleno de sangre. Resultó que la muchacha que estudiaba con él ya tenía novio, el más patán y avaricioso de todos. Además de ser karateca.

—¿Cómo estás tan seguro? —se atrevió a preguntarle Hans.

—Eh –rió Hipo carente de gracia·. Sólo mira a sus amigos, a los chicos que tiene alrededor. No eres como ellos y yo tampoco.

El ojiverde suspiró, sabía que el amargado a su lado tenía razón. Y agradecía que le golpeara con un poco de realidad cuando sus sueños y anhelos le nublaban la vista.

La campana sonó, avisándole a todos que era hora de volver a casa. La entrada se volvió un campo minado cuando dos jóvenes decidieron empezar una pelea. Y una mina estaba en la suela de Hans. Al querer escabullirse entre las personas, alcanzó a golpear al protagonista del violento encuentro con su mejilla en la cara, al parecer fue muy duro y fuerte el mochilazo, ya que la nariz del muchacho comenzó a sangrar a cascadas. 

—¡Uh! –alborotaron los que presenciaban todo–. Fue Westergaard.

Uno de los metiches tomó a Hans de la camisa y lo  arrastró al centro. A la mira de todos.

—¿Q-qué? —tartamudeó el pelirrojo, totalmente aterrado.

—Con que quieres jugar en las ligas mayores, eh Westergaard —dijo el sujeto, limpiándose la nariz con la camiseta de la escuela.

—¡No! ¡No tenía idea de que te lastimé! Discúlpame —y levantó las manos, en son de paz.

El otro se carcajeó.

—No mi amigo, no voy a disculparte, ni tenerte piedad. Quizás así dejes de meterte en lo que no te importa —se preparaba para dar el primer puñetazo, pero una melena rubia se interpuso entre los dos.

—No puedes tratarlo así, no era su intención pegarte —dijo Elsa, cruzándose de brazos y mirándolo con desaprobación.

—¿Por qué no? Así se resuelven las cosas por acá, y si no te gusta, puedes regresar a tu castillito de marfil princesa —la agarró de la muñeca, dispuesto a sacarla de ahí a jalones si era necesario.

Lo que no veía venir era la llave que la joven le hizo al brazo que la sujetaba, zafándose así de él. 

—No me gusta ser violenta pero me obligas a serlo –gruñó ella, aplicando más fuerza–. Si te veo  siendo un idiota con Westergaard otra vez, seré yo quien no tendrá piedad de ti, ¿entendido? —cuando vio que el buleador asintió miedosamente ante su mirada, lo dejó ir. Y no despegó la vista de su ser hasta que se encontraba considerablemente lejos de ellos. 

Todos observaban callados la situación, y cuando Elsa les alzó una ceja expectante, decidieron que ya era hora de marcharse. Dejándolos solos.

—¿Estás bien? —le preguntó ella, sonriéndole con pena.

—Gracias a ti sí —contestó Hans, con las mejillas coloradas.

—Qué abrumadora situación para conocernos, ¿no? —bromeó la ojiazul, acomodando la mochila desaliñada de su nuevo amigo.

—Bastante —sólo pudo decir, estaba muy nervioso y a la vez fascinado.

—Vayamos a comer, para bajarnos el susto –y entrelazó su brazo con el de él, listos para caminar hacia las afueras de la preparatoria–. Yo invito —y le guiñó un ojo. 

Hiccup los miraba a la lejanía, cruzado de brazos y con una cara de incredulidad. 

—¡Oh vamos! ¿Desde cuándo Hans tiene encanto con las chicas? —exclamó, alzando las cejas al cielo.

—¡Oh vamos! ¿Desde cuándo Hans tiene encanto con las chicas? —exclamó, alzando las cejas al cielo

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