Rꫀꪗ ꪗ Rꫀīꪀꪖ

1.4K 70 15
                                    

La rubia se encontraba sentada en uno de los tres tronos que habían en el Gran Salón, limitándose a observar cómo los invitados bailaban al compás de la orquesta, y de vez en cuando a ver sus manos, que se encontraban enfundadas en los guantes de satén azul celeste que protegían al mundo de sus poderes.

Suspiró con cansancio. Sus padres estaban tardando mucho y ya no encontraba con la vista a la pequeña Anna, era un mar de gente la que había frente a ella y pensar en un posible accidente con sus dotes la carcomía por dentro.

—Princesa —carraspeó un joven de la servidumbre.

Ella giró un poco su cabeza y le sonrió un poco tensa, —¿Qué pasa, caballero? —preguntó, sin perder su porte.

—El rey Agdar ha solicitado su presencia, la espera en su oficina —anunció el muchacho.

—En seguida voy, gracias —finalizada la conversación, el sujeto se regresó por donde vino, dejándola sola de nuevo.

Se puso de pie y caminó con lentitud, esquivando a las personas que iban en su camino.

¿Habrán aceptado? Era en lo único que pensaba durante el trayecto.

Los integrantes del Consejo Real habían presionado mucho a su padre con un tema en especial: una boda.
Ellos creían que ya era tiempo de que una de las princesas se casara y tuviera herederos para salvaguardar la corona, o se verían en la incómoda decisión de arrebatarle el título al Rey para dárselo a otra persona, perdiendo así la pureza de su familia, y el respeto a los antiguos reyes de Arendelle.

Por amor, al principio el rey Agdar se negó, no quería obligar a una de sus hijas a echar raíces con alguien que ellas no conocían o no querían. Pero conforme pasaban los días, las cosas se ponían más difíciles.

La adoración de Elsa era su familia, y ella haría lo que fuera por protegerlos. Así que se ofreció como la hija mayor a desposarse con la persona que el Consejo creyera era la mejor opción.
Ya tenía dieciocho, ya podía manejar un casamiento arreglado. Además, jamás permitiría que fuera Anna la que tuviera que atarse a una responsabilidad así de grande, en primera porque cuando murieran sus padres tomarían el trono y en segunda, porque apenas contaba con quince años de edad. Le faltaba mucho por vivir, experiencias por juntar.

¿Sus poderes? Ya vería cómo lidiar con ellos. Lo importante en ese momento era su familia y su reino.

Cuando regresó a la realidad, ya estaba frente a la puerta de la oficina de su padre. Inhaló profundo, y tocó con sus nudillos suavemente.

—Puedes pasar —al escuchar su respuesta, abrió la puerta con timidez.

—¿Me llamabas, padre? —hizo una pequeña reverencia al mismo tiempo que formulaba la pregunta.

—Sí, mi princesa. Ven, quiero presentarte a alguien —hasta ese momento, no se había percatado de la presencia de dos varones, y si no fuera porque su padre lo había mencionado, seguramente no se habría dado cuenta.

Sabía que ellos vendrían, pues ella fue quien leyó la carta frente a su familia, pero no creyó que llegaran a aceptar.

¿Por qué no lo harían?

—Él es el Rey Coul Westergård.

—Princesa Elsa, un placer —dijo aquel hombre, de poca barba pero grandes ojos verdes.

—El placer es mío —susurró ella, y asintió con la cabeza.

—Aceptó, hija mía, él aceptó ayudarnos con nuestro problema —el rostro de su padre ya no reflejaba más la angustia que días antes cargaba siempre, eso le alegró a la ojiazul.

—Era la oportunidad perfecta de unir más a nuestros pueblos, entre grandes hay que apoyarnos —exclamó el otro, abrazando a su padre con mucha confianza.

—¿Cuándo podré verlo? —preguntó Elsa, relamiéndose los labios con nerviosismo.

—Hans, ven, no seas tímido. Tu prometida quiere conocerte.

El joven se giró sobre sus talones, y cerró el libro que hace apenas unos momentos leía.

Estaba serio, con el ceño fruncido y mirada expectante.

—Hola —gruñó él.

—¿Qué tal? —sonrió algo triste.

—Es hora de marcharnos, seguramente Kai ya anunció su compromiso —susurró Agdar, observando el reloj de la habitación.

—Vayan a dar la cara, tortolitos —y los empujó a la salida.

—Está bien, está bien, pero no tienes que ser tan brusco papá —se quejó el pelirrojo.

—¡Tonterías! —dijo, y soltó sonoras carcajadas.

En cuanto salieron de ahí, se les fue cerrada la puerta. Una clara orden de ir ellos solos.

—Es hora del espectáculo —dijo él, con una ceja alzada y su brazo extendido a ella.

Rió en bajo, y entrelazó su brazo con el de Hans.

—Con ustedes –empezó Kai–, damas y caballeros. La nueva alianza entre Las Islas del Sur y Arendelle: los futuros herederos a la corona real: El príncipe y la princesa Westergård, unidos por el compromiso más sagrado de todos: el matrimonio.

Los demás vitoreaban felices.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ꫝꪖꪀડ  &  ꫀꪶડꪖDonde viven las historias. Descúbrelo ahora