Compañeros de Crimen

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—Almirante Westergård, ¿algo qué decir en su defensa? —preguntó el mayor de los hermanos, con una mueca de odio y total repulsión.

—Que los odio a todos —y como si no bastara, se lo recalcó escupiéndole en la cara.

Los gemelos le otorgaron dos puñetazos cada uno en el estómago, dejándolo en el suelo tosiendo.

—Dime algo que no sepa ya —Klaus se limpió la saliva con la manga de su traje.

—Sólo eso, mi respetado rey —gruñó.

—Bien, por el cargo de traición –sus hermanos, exceptuando al sabiondo de lentes, sonrieron victoriosos–. Hacia la corona, será castigado en la horca. Nunca más tendremos que verte la cara, imbécil —susurró aquello último, sólo para él.

Los guardias lo esposaron y lo llevaron a uno de los calabozos, los más alejados del castillo. No querían que su padre se enterara de lo que estaban por hacer.

Subieron a la plataforma de madera. Uno de los guardias jaló de la cuerda que colgaba y se lo colocó en el cuello del pelirrojo, que simplemente observaba todo.

Ya le importaba poco lo que fuera a suceder con él, no tuvo una buena vida y dudaba de las posibilidades de tener un futuro mejor. Ni siquiera se esforzaba por escapar, ¿para qué? Le iría peor.

Le pusieron una bolsa con olor a muerte sobre toda su cabeza. Con su vista obstruida era menos probable que escapara.

—A la cuenta de tres, soldado —ordenó el rey.

Uno

La cuerda se iba ajustando a la medida de su cuello.

Dos

Podía percibir las vibraciones en sus pies.

Tres

Escuchó cristales chocando entre sí, como un tintineo agudo agitándose de acá para allá. Algunos gemidos de dolor y  gargajos cargados de líquido.

Pronto el aire tenía sabor metálico. Y ya nada se escuchaba.

A excepción de unos tacones repicoteando el suelo, con pasos lentos y calmados, con fuerte confianza.

—Traición, ¿eh? —preguntaron, era una voz femenina y hablaba con un suave acento noruego.

Él se quedó callado, no sabía qué decir o qué hacer, ni siquiera sabía si ya podía sentirse tranquilo o temer más por su vida.

—También me acusaron de eso –comentó, ignorando el hecho de que no contestó a su irónica pregunta–. Querían quemarme viva. Por suerte lo impedí –los tacones se detuvieron justo frente a él–. Pero tú no hiciste nada por evitarlo –se sintió un tono sorprendido–. ¿Por qué?

—Doce contra uno, estaba en clara desventaja, sólo me humillaría más —ésta vez sí creyó necesario responder.

—¿Humillar? ¿Luchar por tu vida es humillación para ti? –rió burlona, por lo que él sintió vergüenza de sí mismo–. Yo creo que no –susurró–. En fin, no vengo a tener pláticas existenciales contigo. Vine a sacarte, vámonos de este apestoso calabozo —le arrancó la bolsa de la cabeza.

La luz le deslumbró un poco, pero conforme se iba acostumbrando, pudo darse cuenta de con quién había estado hablando.

Su cabello era platinado y brillaba con la luz del fuego, sujetado en una coleta alta, con mechones cortos y sueltos a los costados de su cara. Tenía un vestido blanco muy extraño, era transparente pero a la vez no. Eso lograba confundirlo. Mangas largas que alcanzaban a arrastrarse en el suelo, y botines de cristal.

—Quédate quieto —ordenó, agitando sus manos en el aire.

Para cuando se dio cuenta, su traje ya no era negro, se tornó blanco con decoraciones de hielo.

—Algo me dice que no eres una persona común y corriente —comentó él, viendo que hasta la camisa que traía bajo el saco cambió de color.

—Para nada, y tú tampoco lo eres.

Se dio la vuelta, para adentrarse a los pasillos que había por toda esa zona.

—¿Qué les hiciste? —preguntó Hans cuando vio a varios soldados tendidos en el piso.

—Sólo están inconscientes, descuida —contestó risueña.

Atravesaron el umbral de la puerta, ya no estaban más en los calabozos. Unos pasos más y saldrían al exterior.

—Después de esto, todos los reinos posibles nos estarán buscando –dijo la rubia, soltándose el cabello–. ¿Listo para que nos tachen de criminales por no encajar en su sociedad? —volteó a verlo, y sonrió divertida.

—Si serás mi compañera, no creo que sea tan malo —le siguió el juego el pelirrojo.

—Ya veremos.

Creó dos altos muros con espacio para pasar entre ellos que atravesaba todo el pueblo, los súbditos comenzaron a gritar con pánico.

—¡El último caza la cena! —Elsa gritó después de empezar a correr.

—¡No si llego primero!

ꫝꪖꪀડ  &  ꫀꪶડꪖDonde viven las historias. Descúbrelo ahora