Capitulo 8

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El olor a carbón. El calor sofocante. El crepitar del fuego al consumir algo que estalló y escupió. Un grito rasgó la oscuridad, crujiente de angustia que retorció el corazón de Lay y le revolvió el estómago, y luego un silencio que lo hizo aún peor. Con el corazón en la garganta, Lay intentó lanzarse desde donde estaba sentado, pero no lo consiguió. Unas gruesas correas de nylon le mantenían sujeto el cuerpo. No se deshacían. El grito de frustración que anhelaba liberarse de los pulmones de Lay murió en su garganta, ahogándolo. El gruñido que surgió en su lugar fue apenas más que un gemido.
No era suficiente. Nunca sería suficiente. Muévete, se instó Lay. Sal. Sal de una puta vez. Pero no importaba cómo luchara, las correas no se soltaban. El crepitar se acercaba. El humo amargo pesaba en el aire. Lay apretó los dientes hasta que le rasparon y se tensaron, empujando hacia adelante con cada gramo de fuerza que poseía, pero no había nada que pudiera hacer. El calor se extendió hacia adelante. El sudor perlaba su frente y empapaba sus pestañas, picándole los ojos. Lay jadeaba para respirar, pero tenía la sensación de que cada nueva bocanada de aire lo dejaba aún más necesitado. Aquí es donde mueres, pensó Lay. Aquí es donde termina. La sensación de las llamas. El pánico. El mal olor de su propio miedo. Aunque no pudo ver cómo sucedía, la oscuridad se lo tragó. Nunca lo dejaría ir. Lay se despertó en Bucheon gritando, con su mente a miles de kilómetros de distancia.

#2ST LAYHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora