Dormir era un imposible. Cada estruendo del trueno devolvía a Lay al mismo lugar oscuro. El pánico.
El miedo.
La desesperación.
El hedor en el aire y el gemido del metal deformado. La certeza de que iba a morir. Todo había sido tan vívido. Si no se hubiera recuperado… No.
Lay cerró los ojos y enseñó los dientes, arañándose la cara mientras el recuerdo aparecía en su mente. Un grito de agonía escapó de entre sus dientes apretados. No daría cabida a pensamientos como esos en su cabeza. Si lo hacía, nunca se irían. Ya era bastante malo que sus recuerdos inconexos del accidente lo controlaran como lo hacían, engordando con su sufrimiento e inseguridades como garrapatas hinchadas en un perro. Lo que le había ocurrido a JunMyeon era innegablemente culpa suya, pero JunMyeon había sobrevivido. En lugar de obsesionarse con lo que podría haber pasado, tenía que actuar para asegurarse de que no volviera a ocurrir.
Desnudo, Lay se acurrucó en sus mantas y se quedó mirando la pared mientras las sombras daban paso a la primera franja de luz de la mañana. Ésta se colaba por el hueco de las cortinas, dorada y esperanzadora, ahuyentando la noche de los rincones lejanos de la habitación y a Lay de su cama. Con los ojos secos por la falta de sueño, se levantó, se vistió y salió de su lugar de exilio autoimpuesto. La puerta del dormitorio de JunMyeon estaba cerrada. Lay pasó de largo sin intentar abrirla, dirigiéndose en cambio a la planta baja y a la puerta principal.
Diez años atrás se había quedado mirando cómo sufría JunMyeon. No volvería a hacer lo mismo. El hospital de Bucheon era pequeño y con poco personal. Cuando Lay llegó, las urgencias estaban abiertas, pero la clínica general estaba cerrada. Aparcó, se metió las llaves en el bolsillo y se sentó junto a la puerta principal en un parterre de piedra elevado hasta que unos suaves pasos redirigieron su atención. Una enfermera con una bata estampada de flores se dirigía al otro lado del aparcamiento, con un café en la mano. Cuando lo vio, cambió de rumbo para acercarse a donde él estaba sentado y se detuvo a un brazo de distancia.
—Todavía tienes una hora antes de que abra la clínica, cariño. ¿Te parece bien esperar aquí fuera? Si es algo urgente, puedes ir a Urgencias.
—No. —Lay bajó la mirada, incapaz de mirarla a la cara. Aunque pesaba unos kilos más y era unos años mayor, sus ojos almendrados y su pelo rubio le recordaban demasiado a su madre. Al pensar en ella, le resultaba demasiado tentador dudar de lo que sabía que era cierto: que estaba enfermo y que necesitaba ayuda—. Esperaré.
—Bien, de acuerdo entonces. —Parecía que estaba sonriendo, pero Lay no se arriesgó a comprobarlo—. Nos vemos en un rato, ¿de acuerdo?
—Claro.
Dios, ¿qué estaba haciendo? No era como si estuviera físicamente mal. El médico le echaría un vistazo, pondría los ojos en blanco y se desharía de Lay igual que sus padres. Toda la culpa, todo el miedo y todo el dolor estaban en la cabeza de Lay. Ningún profesional de la medicina iba a ser capaz de agitar una varita mágica y mejorarlo. Ni siquiera JunMyeon, que hacía que Lay se sintiera más humano que nunca, podría revertir el daño causado.
La enfermera entró en la clínica, dejando a Lay solo.
Tal vez eso era lo que necesitaba: estar solo. Era lo que había estado planeando antes de que JunMyeon se metiera en su mata y le hiciera recapacitar. Tal vez…
El teléfono de Lay sonó, sorprendiéndolo.
Era JunMyeon.
Lay se pasó los dientes por el labio y estudió la foto de perfil adjunta a la información de contacto de JunMyeon. No había estado allí antes. En algún momento de las últimas semanas, JunMyeon le había robado el teléfono y se había sacado una foto tonta mientras estaba tumbado en la cama, con los ojos encendidos de risa y el pelo revuelto en todos los ángulos por el sueño, o el sexo, o alguna combinación de ambos. Había hecho todo lo posible por poner la cara más fea posible, pero había fracasado. Mientras reía, estaba radiante.
Jodidamente hermoso. Una maldita visión.
Lay no podía huir.
No podía robarle esa sonrisa a un hombre que había llegado a amar.
No importaba lo que pensaran sus padres, los problemas a los que se enfrentaba eran reales. Si los médicos de aquí no lo tomaban en serio, Lay encontraría otros que lo hicieran.
Tenía que haber alguien por ahí que pudiera ayudar. Mientras siguiera luchando, aún había esperanza. No tenía que enfrentarse a esto solo.
Lay no contestó a la llamada, no creía poder hablar después de lo que había hecho, pero le envió a JunMyeon un mensaje de texto para hacerle saber que estaba a salvo.
Lay: Estoy bien, lo prometo. No voy a intentar nada estúpido. Volveré más tarde, ¿vale?
JunMyeon: De acuerdo.
JunMyeon: Te quiero, Lay.
A Lay le temblaron las manos. Cerró los ojos y se concentró en su respiración para no derrumbarse.
JunMyeon lo amaba. No era algo que hubiera dicho en el calor del momento, tan corrompido por el placer que haría o diría cualquier cosa para conseguir más. Lay no tenía nada de valor que ofrecerle más que su cuerpo, pero JunMyeon, el peculiar, inteligente y adorable JunMyeon, lo quería igualmente.
Lay: Yo también te quiero, cariño. Volveré a casa pronto. Cuando lo haga, resolveremos esto juntos.
Una hora más tarde, cuando la clínica abrió sus puertas, Lay seguía sentado en el borde del parterre. Fue el primero en llegar ese día. Puede que nunca haya una solución para lo que le pasa, pero que le den por saco si no lo intenta. Se lo merecía. JunMyeon se lo merecía. Lay lucharía por ambos.
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#2ST LAYHO
RomanceAdaptación sin fines de lucro, todos los créditos le pertenecen a su autor🌱