Cita

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Alexander.

La espero en el recibidor. ¿Por qué tarda tanto? ¿Qué está haciendo?

¿Quizás se ha arrepentido? ¿Sería capaz de dejarme tirado? No. No lo haría. Nunca lo ha hecho.

Joder.

Me muevo de un lado a otro, llamándola al teléfono. Salta el contestador de voz.

—Joder, Elizabeth.

—No te alteres. Ya estoy aquí —escucho su delicada voz. Me giro sobre mi eje. Está bajando las escaleras, con el vestido más espectacular y bonito que le he visto. Es un vestido de tirantes de satén, de color crema largo. Lo suficiente para que sus piernas queden cubiertas por la tela, y unos pequeños tacones blancos. Me muerdo el labio inferior de manera casi inconsciente, y mi polla despierta al verla de esa manera tan sensual. El vestido se ajusta a cada una de sus curvas, sus pezones erectos, visibles a través de la tela, y con un rostro, con apenas maquillaje, que parece angelical —¿qué? ¿Te gusta? Me lo he comprado hoy. Lo he visto y he pensado que te gustaría.

—¿Lo has comprado para mí? —asiente, con un leve sonrojo, mucho más apreciable en cuanto ya está junto a mí. Mis ojos bailan a su escote y sus pezones. No lleva sujetador.

—Mis ojos están más arriba, en mi cara para ser más precisa —bromea, haciéndome subir la mirada. Se ríe.

Está mucho más relajada que esta mañana. No sé que habrá hecho, pero me gusta.

—Bueno, te lo has comprado para mí. Así que puedo observar —baja levemente la mirada, observándome.

—Tu también estás muy guapo —comenta sobre mis vaqueros claros y mi camisa blanca —estoy tan acostumbrada a verte con sudadera que es difícil imaginarte con una camisa de botones. Me gusta.

—Si quieres me la quito. No tengo ningún problema—comento, con una voz pícara y sensual, acercándome a ella, dejándola presa entre la pared y mi cuerpo.

—N-no hace falta que te la quites —susurra.

Sus ojos se deslizan hacia arriba, viéndome con los ojos levemente vidriosos por la excitación y las pupilas completamente dilatadas. Sus mejillas están teñidas de rojo, y su labio también. Mucho mas carnoso y rojizo que de costumbre, y no por el maquillaje. Ha sido por haberse mordido los labios.

—Joder. No me mires de esa forma —comento, excitado.

Esa cara... Es la cara que tiene siempre que ha tenido un orgasmo.

¿Se ha masturbado? ¿Pensando en mí?

No voy a decirle nada. Me conformo con saber que se ha masturbado, seguramente pensando en una de las tantas veces que hemos follado juntos. Me inclino levemente hasta rozar nuestros labios, dejando un beso casto e inocente sobre sus labios. Joder. Sube sus manos a mi cuello, enrollándolas alrededor de este, soltando un pequeño gemido de satisfacción.

Que ganas tengo de poder besarla de verdad. De hacerla mía, y mas después de haberme dado cuenta de lo que ha hecho, pero no debo forzar más la situación. Sé que se incomodaría y quiero que esté cómoda. Necesito que esté cómoda a mi lado.

—¿Nos vamos? —susurra contra mis labios. Asiento.

—Tengo reserva en aquel restaurante que nunca llegamos a comer.

—¿Estás seguro? —pregunta. Le abro la puerta de su recibidor, dejando que pase primero.

—Estoy seguro. Puedo pagarlo, y ya me siento preparado para ir.

—Está bien —comenta con una pequeña sonrisa.

—¿Qué has hecho hoy? Te fuiste después de desayunar y no supe nada más de ti.

Mi Ángel III "¿Y ahora qué?"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora