Álbum

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Elizabeth

Cierro la puerta con cuidado. Suelto un suspiro, con un sentimiento amargo en la boca de mi garganta. Me ha dejado en la puerta de casa y prácticamente ha salido corriendo. Ni siquiera me dio un beso de despedida. Dejo el bolso y los zapatos en la entrada, adentrándome en casa. Papá y Meredith están en el sofá, viendo la televisión. Me acerco por detrás, dejando un par de besos en ambas mejillas, llamando su atención.

—Hola cumpleañera, ¿qué tal te lo has pasado? —pregunta Meredith con una sonrisa.

—Ha estado bien, al menos en su mayoría —contesto sin mucho detalle, encogiéndome de hombros. Eso llama la atención de ambos, apagando la televisión antes de reincorporarse y mirarme, prestándome su total atención.

—¿Ha pasado algo entre ustedes dos? —pregunta papá —¿es por eso que no ha venido contigo?

—No. No nos ha pasado nada, al menos eso creo. Es que ha estado...raro.

—¿Raro en que sentido?

—Veréis... —me aclaro la garganta. Es el momento de contárselos —sé que debería habéroslo contado antes y todo eso, pero no me atreví porque primero quería ver si de verdad iba en serio o no—me miran, confusos —cuando estuve en East Harlem me encontré con mi padre, Joaquín. Bueno, más bien creo que me reconoció por el parecido que tenía con mamá. Al principio no sabía quién era, pero luego caí.

—¿Has estado viendo a Joaquín? —asiento ante la pregunta de Meredith. Mi padre me observa, en silencio.

—Estuvo explicándome algunas cosas, y puede parecer mentira, al menos a Alexander se lo parece, pero afirma que amaba mucho a mi madre, que no sabía que estaba muerta, y que...quiere recuperar la relación conmigo.

—¿Tu quieres recuperarla con él? —pregunta mi padre, saliendo de su ensoñación.

—¿Sí? No lo sé —hablo, confusa —es lo único que me queda de mi vida pasada. Y si lo que dice es cierto, se merece al menos una oportunidad —ambos asienten —ha venido a Cambridge desde Manhattan por mi cumpleaños, y Alexander nos acompañó. Ya sabía que a él no le caía bien pero ha sido verle y su comportamiento ha cambiado por completo, incluso conmigo. Se puso tenso, nervioso y bastante borde a decir verdad.

—¿Es que acaso fue tu padre al picnic que organizó Alexander? —niego, con una sonrisa, recordando ese bonito momento.

—Joaquín vino después. Fuimos al cementerio para ver a mamá —ambos asienten de forma lenta, no muy seguros de lo que eso pueda significar —todo fue bien allí. De hecho, me siento mejor que nunca —les tiendo el álbum —me lo ha regalado papá. Lo tenía guardado todo este tiempo.

Observan el material de cuero antes de abrirlo con lentitud, dejando ver las primeras fotos de mamá. Observan todas y cada una de las fotos del álbum, deteniéndose en aquellas en las que salgo yo, sonriendo incluso en aquellas que salgo con la boca llena de chocolate o gateando.

—Si sirve de algo mi opinión —comienza Meredith a hablar —creo que sus acciones son honestas. Un hombre al que no le importa su hija no guarda durante tanto tiempo unas fotos así. Menos recorren cuatro horas en coche para ver a su hija el día de su cumpleaños.

—Yo también lo veo de esa forma —miro a papá —¿no estás enfadado verdad? Sé que debería habértelo contado antes, incluso debería haberme alejado de él, pero es la única persona que puede llegar a cerrarme el espacio abierto que dejó mamá cuando murió.

—¿Cómo puedo estar enfadado por algo así, Elizabeth? Es solo que tengo miedo, sabes. Tengo miedo a que lo prefieras a él. Al fin y al cabo es tu padre.

Mis ojos se empapan de lágrimas casi al segundo por el simple hecho de pensar que me separaría de ellos.

—No podría hacerlo papá. Tu eres mi padre. Vale que Joaquín también lo es, pero tu eres el que me ha criado. El que me ayudaba a tirarme por los toboganes, y me daba chocolates cada vez que hacía bien los deberes de matemáticas. Nunca podría simplemente irme y olvidarme de que eres mi padre —me acerco a ellos, quedando justo en medio, sentada en el sofá —gracias papá. Gracias por entenderlo y comprenderme.

—Para eso estamos pequeña Eli —me abraza contra su cuerpo —cuando estés lista me gustaría conocerlo.

—¿De verdad? Él me dijo lo mismo. Quiere conoceros. Daros las gracias por haberme cuidado durante tanto tiempo.

—Entonces lo haremos cuando tu quieras —concuerda Meredith con una sonrisa.

—Y respecto al comportamiento de Alexander... —habla mi padre, volviendo al tema principal —deja que se acostumbre a ello. Tiene que ser difícil para él.

—¿Difícil?

—Cariño, sabes que su padre los abandonó. Es normal que sienta ese tipo de rechazo, y puede que dentro suya esté habiendo ahora mismo una guerra por todas las sensaciones nuevas. Saber que tu padre te abandonó y tener la certeza de que no volverá será difícil.

—¿Crees que puede sentir nostalgia o celos?

—Diría que más bien es rechazo hacia las personas que se han alejado de sus hijos de un día para otro sin aviso. Cómo hizo su padre, y como hizo Joaquín. Ahora él intenta volver a tu vida y eso quizás sea lo que Alexander no termine de asimilar.

—¿Quizás le he presionado mucho para que hiciera lo que yo quería sin pensar mucho en él?

—Para nada. No es eso —interrumpe Meredith —no puedes saber lo que piensa la gente. No puedes saber que le molestará o entristecerá por mucho que creas conocer a esa persona. Hiciste lo que tu corazón te dictaba, y no debes estar triste por ello.

Asiento, no muy convencida por sus palabras. No me había parado a pensar en ello, en sus sentimientos. En como ambos hemos pasado unas circunstancias parecidas respecto a nuestra figura paterna, pero no fui capaz de ponerme en su piel, en pensar como podría afectarme si fuera yo la que presenciara que su padre quiere enmendar sus errores mientras que el mío no ha hecho ni siquiera el esfuerzo.

—Me iré a dormir. Estoy muy cansada —me despido con una sonrisa. Dejo un beso en ambas mejillas.

Voy a mi cuarto. Cierro la puerta, y me quito la ropa lentamente antes de acostarme sobre la cama, solo en ropa interior, boca arriba, con la mirada fija en el techo, pensando en todo, pero de tantas cosas que hay en mi cabeza acabo pensando en nada.

Cojo el teléfono, incapaz de dejar pasar estos sentimientos. Busco el número de Alexander antes de llevármelo a mi oreja, escuchando los tonos de llamada. Quiero llorar por ser tan insensible y rogar por su perdón.

El pitido del contestador salta, enviándome directamente al buzón de voz.

<<Deje su mensaje después de la señal>>

—Alexander —le hablo a la maquina, a sabiendas de que nadie me escucha ahora mismo —quería pedirte disculpas por haberte forzado a quedar con mi padre. No pensé en ti, en tus sentimientos a pesar de que me habías dicho que no te caía bien. Quizás piensas que soy una tonta porque me estoy imaginando un enfado que en realidad no tienes, pero quería decírtelo de todos modos. No volveré a obligarte a nada —hago una ligera pausa —me ha encantado el día de hoy. El picnic ha sido perfecto, y el collar...No tengo palabras. Me habría gustado quedarme esta noche contigo, pero comprendo que te duela la cabeza. Tómate algo antes de dormir. Buenas noches, te quiero, nene...

Se me acaba el tiempo, indicándome que mi mensaje ha llegado y ya no es posible borrarlo. Dejo el móvil a un lado de mi cama, volviendo a centrar mi vista en el techo. Cierro los ojos, y tras unos cuantos minutos en los que practico ejercicios de respiración, mi mente se relaja casi al instante, dejándome caer en el abismo, con el rostro de Alexander como última cosa que ver antes de caer dormida, dejando una sonrisa y buen recuerdo en mi rostro.

Mi Ángel III &quot;¿Y ahora qué?&quot;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora