Charla con Richardson

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Alexander

Cierro la puerta del armario superior de la cocina, con varios platos en la mano.

—No puedes decirle eso a ella. ¿Hacerla entender que nuestra relación y por lo tanto ella no tiene salvación? Richardson, la llevas tratando por años, no creo que sea lo mejor.

—Puede que no fuera lo más acertado.

—Richardson no está bien. Soy consciente de que es por mí, por lo que simboliza nuestra relación. Lleva dos días que apenas es ella.

—¿Qué quieres decir? ¿Ha estado teniendo pesadillas de nuevo? ¿Ha dejado de comer o dormir?

Niego.

¿Qué hago? ¿Se lo cuento? ¿Qué puedo perder si lo hago? Camino hacia la puerta de la cocina, cerrándola, al igual que la ventana que comunica con el resto de la casa. Si se lo cuento no puede oírme nadie, y menos Elizabeth. Se volvería loca si se enterara de que se lo he contado, pero su punto de vista me ayudaría. Su punto de vista quizás sea la clave para ayudarnos.

—Escucha. Esto no puedes contárselo a nadie. Y menos comentárselo a Elizabeth. No quiero que sienta vergüenza. Tienes que hacer como que no sabes nada —asiente —el día del cumpleaños, cuando conocimos a su padre, ¿te acuerdas? —asiente —estaba dispuesto a ver a su padre con buenos ojos y apoyarle, pero cuando lo vi —cojo una gran respiración. Dios Alexander cuéntaselo de una vez —es mi padre.

—¿Qué? —pregunta, confuso.

—Hablo de que él es mi padre. También es mi padre, y no solo de Elizabeth. Hablé con él, y me lo confirmó —se ha quedado mudo. Su rostro serio, sin saber que hacer o que decir —no te lo cuento para nada en específico —miento, quizás un pequeño consejo, pero no quiero hacérselo ver —yo ya lo he aceptado a medias, sigue pareciéndome un poco surrealista, pero al menos puedo ordenar un poco mis pensamientos, pero Elizabeth no sabe que hacer. Está tan confusa, y tiene tantos dilemas que es normal que esté como está. Está muy sensible.

—Dios santo —comenta, hiperventilando. Se sube las mangas de su camisa —¿por eso ha estado contigo estos tres días? —asiento.

—Si estuviera aquí no pararía de pensar y llorar. En casa al menos puedo despistarla un poco llevándola a algún lado —asiente.

—Dejarla ahora sola la rompería. Es demasiado dependiente. Si decidieras dejarla aquí, aunque sea para que pudiera pensar. Le haría mucho más daño.

—Lo sé —me paso las manos por el pelo —esta noche nos vamos de fiesta. Quiere estar con Cassie tomándose algo.

—¿Crees que es buena idea?

Asiento.

—Hoy estaba nerviosa por venir aquí. Pensaba que ibais a seguir enfadados con ella. Aparte de todo lo que nos ha pasado —bufo — creo que si necesita una noche de desenfreno. Que pase la noche con Cassie y se ría un rato.

—¿Qué piensas hacer con este tema? ¿Pensáis en seguir adelante?

—¿No te parecería bien?

—No creo que lo que yo piense sea importante aquí, Alexander. Solo importa lo que vosotros queráis.

—Ojalá sea tan fácil —hablo en un tono no demasiado alto —yo quiero estar con ella. Por muy enfermo que suene quiero estar con ella. Ella también quiere estar conmigo, me lo ha dicho, pero sé que todavía tiene muchas reservas a todo esto que está pasando. La comprendo. Es algo que antes aborrecía y ahora estoy en esta misma relación, rezando para que ella no quiera acabar con esta relación.

—Joder —se pasa las manos por la cara —¿cómo vamos a hacerlo?

—No quiero que te inmiscuyas, por favor —le pido —Elizabeth no puede saber que te lo he contado. Se sentiría muy avergonzada si supiera que alguien más lo sabe. Necesita normalidad —va a quejarse, pero le freno —yo le ayudaré. Prometo que lo intentaré con todas mis fuerzas, pero necesito que actúes con normalidad con ella.

—Está bien —se resigna —eso puedo hacerlo.

—Creo que deberíamos salir. Ellos ya habrán hablado, y no quiero que Elizabeth sospeche al estar aquí tanto tiempo.

Cojo los platos y los cubiertos, dejando que Richardson lleve los vasos y las servilletas. Me dirijo hacia la puerta, pero antes de poder abrirla, su voz me detiene.

—Alexander —me giro, mirándole a la cara —muchas gracias por contármelo. Gracias por acordarte lo importante que es ella para mí.

—No hay que darlas Richardson. No hay que darlas.

No hay que darlas. Lo habría hecho en cualquier circunstancia. Richardson es alguien importante para mí, para ella, y Elizabeth es una hija para él. Sé que necesita la información, quizás mucho más que Joseph. ¿Debería contárselo a él también? Niego. No. Eso es deber de Elizabeth. No traicionaré su confianza de esa manera. Ella se lo contará cuando esté preparada. Sí.

Voy hacia el salón, viéndola con una sonrisa sincera al hablar con su padre. Sonrío inconscientemente al ver su alegría. Es mi ángel.

Mi Ángel III "¿Y ahora qué?"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora