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Amelia

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Amelia

Me recargo de la puerta y suspiro. No sé qué carajos acabo de hacer, pero tampoco soy tonta: si huyo de lo que estoy empezando a sentir, solo se hará más grande y saldrá todo mal.

En cambio, si lo enfrento ahora —también se hará más grande seguramente—, estaré preparada para cualquier cosa. Aceptaré que fue mi decisión y, al menos, lo intenté.

Ya si vale la pena o no, solo lo sabré si cruzo la puerta.

El tintineo de las llaves me alerta de que Sheila llegó, así que me quito de la madera y la espero, sentándome sobre el sofá cama que todavía está extendido.

—Hola —saluda, encorvada y con los ojos casi cerrados de sueño. Sin embargo, frunce el ceño y se endereza en su lugar cuando ve el sofá—. ¿Y eso? ¿Por qué dormiste afuera?

—Hacía mucho calor —miento y ella afirma, restándole importancia—. Necesito hablar contigo, pero veo que estás agotada.

—Sabes que si es para chisme, monto ya el café —habla y se espabila en menos de tres segundos, aunque no le haya dicho de qué se trata lo que hablaremos.

—No es chisme, pero puedes hacer el café —respondo, acostándome sobre la cama con los brazos extendidos—. ¿Crees que está mal que me guste alguien doce años mayor que yo?

—Pues... no lo creo. Es un tema complicado, pues las diferencias de edades tan largas suelen traer problemas por querer cosas distintas. Ya sabes, los planes a futuro no son lo mismo a los veinte que a los treinta —responde, todavía de espaldas a mí, y se gira con rapidez, alzando ambas cejas—. Espera, si hablamos de que te gusta alguien doce años mayor que tú, ¿te refieres a...?

—¿A Carlos? —Ella afirma, yo suspiro—. Sí, él.

—¡Lo sabía! —Exclama, señalándome y empieza a dar brinquitos de la emoción—. Ese veneno que se tiraban no era más que tensión entre ustedes. Y de la buena. ¡Por Dios! Sabes que me he leído mil libros de romance y es así, uno se vuelve experto.

—Por eso hemos decidido intentarlo, o algo así. ¡Nada formal! —aclaro, pues sé que está por chillar—. O sea, la verdad es que es complicado. No me refiero a que tendremos una relación abierta, pero... queremos ver hasta dónde llega lo que sentimos.

—Llegará hasta dónde ustedes decidan que llegue. Ya sabes que el amor es una elección diaria, no es solo mariposas en el estómago y corazones flotando alrededor de nuestras cabezas. También lleva un poco de lágrimas y sudor, al menos el que vale la pena.

—Lo tendré en cuenta —respondo, pues tiene razón—. Solo que hay un problema.

—Alexa, ¿cierto? —pregunta, alzando una ceja.

—Dios mío, va a odiarme. ¿Lo hará, cierto? —pregunto, cubriendo mis ojos con los brazos y pataleando como una niña chiquita.

—Alexa es una adulta ya, Amelia. Tarde o temprano tendrá que aceptar que ustedes están juntos, además... ella tal vez ya lo intuya. Ustedes dos son muy evidentes —responde y gira mi rostro para que la mire—. Am, recuerda la enseñanza que te dejó lo que pasó con tu padre y tu hermana, ¿bien? La vida es ahora y hay que vivirla, hay que cagarla, hay que intentarlo. Sin arrepentimientos.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora