6. Nada es igual

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- ¡Papá, escucha! - grité mientras caminaba detrás de él.

- Ya oí suficiente, número Nueve. Y no cambiaré de opinión - sentenció.

- ¡Solo escúchame! ¡Ya estoy bien! ¡Ya pasó un mes! - grité al borde del colapso.

Detuvo su andar y se giró rápidamente en mi dirección, fuí rápida y evité que mi cuerpo chocara contra su pecho.

- Yo era la mejor y lo sigo siendo, solo necesito que me pongas aprueba, es todo lo que pido.

- Nueve.

- Soy número Ocho.

- ¿Quieres volver a las misiones sin poderes? No te pondré en riesgo una segunda vez - dijo serio.

Me quedé callada sin saber que más responder. Porque era cierto, mis poderes no habían vuelto, en estas semanas jamás regresaron.

- Si rechazas mi propuesta, al menos regrésame mi puesto, uno que jamás dejo de ser mío - pedí.

- Ahora Dalia es la mejor.

Me acerqué a él e incliné mi cabeza, mis ojos puestos sobre los suyos aún sin apartar el contacto visual.

- Con o sin poderes yo soy mejor que ella, Dalia solo es el remplazo, no lo olvides - sentencié segura y lo pasé de largo para llegar a mi habitación.

Entré con la sangre hirviendo y mi respiración agitada. Sentía la cólera correr por mi cuerpo sin parar y sin querer detenerse.

Tomé una pequeña figura de cristal y la lancé al suelo hecha furia, está al chocar contra el suelo se hizo pedazos y un fuerte estruendo sonó en toda la habitación, lo siguiente que tomé fue un recuadro de papá con el resto de la academia, la miré unos segundos antes de lanzarla a la pared más cerca y destruir el cuadro de madera junto con el cristal que cubría la fotografía.

Tomé mis hojas y las rompí para después tirarlas al suelo, agarré una pintura hecha a la mitad y mi pie atravesó el lienzo, haciendo un gran agujero en medio.

- ¡¡¡AHHH!!! - grité y saqué todo lo que llevaba días guardando.

Me dejé caer de rodillas y cubrí mi cara con mis manos. Quería que todo volviera a ser como antes, quería recordar todo, quería saber cómo fue que termine en coma, quería saber quién mierda era la chica que había dibujado.

Las lágrimas empezaron a caer sin poder evitarlo y mi respiración cada vez se volvía más pesada, el aire me faltaba y la cabeza me daba vueltas.

Unos brazos rodearon mi espalda y me atrajeron hacia él. No supe quién era, no sabía si era Diego o Klaus, pero agradecía que estuviera aquí.

Su tacto fue cálido y bastante reconfortante, sabía que si algún día estaba apunto de caer, esos brazos me tomarían para evitarlo.

- Mírame - pidió.

Esa voz. No era Klaus ni Diego.

Era Cinco.

Alcé mi vista y mis ojos conectaron con los suyos. Con solo contemplar ese color verde mi piel se erizó y creí que lloraría con mayor intensidad.

- Estarás bien...

- Nada está bien. Me siento una extraña entre ustedes, cómo si fuera alguien nuevo. Ni siquiera estoy segura de quién soy, Cinco - mi voz sonó débil.

No dijo nada.

- Mis poderes no han regresado, mis hermanos me evitan, papá siempre tiene que recordarme que Dalia ahora es mejor, que ahora soy número Nueve - apreté los labios para evitar que un sollozo saliera -. Y para empeorar las cosas no recuerdo casi nada antes del accidente.

Sus cejas descendieron y me miró decaído.

- Lo único que llevo de la academia es el apellido. Ya no soy una umbrella.

- Lo eres, la falta de poderes no harán que dejes de ser una Umbrella.

Lo miré esperando ver alguna respuesta en sus ojos, algo que me dijera que hacía, por qué estaba ahí, conmigo.

Toda emoción al verlo se evaporó cuando recordé sus palabras el día que desperté. Todo había cambiado, tenía que aceptarlo, incluso mi amistad con él.

- ¿Qué haces aquí? Hace un mes dijiste que no me querías cerca - me solté de su agarré y me arrastré por el piso unos cuantos centímetros lejos de él -. Ahora vete, no quiero tener problemas con Dalia.

Se acercó un poco pero me alejé, cómo niña pequeña cuando veía a un monstruo.

- TN....

- Vete Cinco - exigí -. Ahora soy yo la que no quiere estar cerca de ti.

Me miró entre la decepción y la tristeza, apretó los labios y después se puso de pie y caminó de espaldas hasta llegar a la puerta, tomar la perilla y abrirla sin salir por completo.

Desvié la vista de él, sabía que si lo miraba por más tiempo le diría que se quedará, que no me dejara sola.

Escuché el sonido de la puerta cerrandose y mi pecho se comprimió con el simple sonido.

Era hora de aceptarlo.

Ya nada era igual.

Ahora había una nueva integrante en la familia y era número ocho.

Solo quedaba aceptarlo.

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Con amor, Esme

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