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Octubre, 2021

Rosario, de quince años, estaba destinada a ser la peor criada del mundo. Odiaba fregar suelos, pasar la aspiradora y antes se clavaría una estaca en el ojo que lavar los inodoros de otras personas. Hacía tiempo que soñaba con ser estilista.

Pero no. A Rosario no la esperaba un elegante salón de belleza. Al acabar el instituto, ocuparía el puesto que tenía en el negocio familiar de limpieza, como una joven rica ocuparía su sitio en su presentación en sociedad. Pero ella no era rica.

Por lo general, la vida apestaba. Sin embargo, a veces su trabajo al salir del instituto tenía gratificaciones. Como en ese momento. Estaba sentada en un ático de Chicago propiedad de un escritor que había pasado el último año en el extranjero, investigando algunos horribles asesinatos para el siguiente bestseller que pensaba escribir.

Estudió la foto de él que aparecía en el último libro que había publicado.

—Señor Malik, es usted delicioso. Era atractivo, aunque fuera mayor que ella... por lo menos quince o veinte años más. Tenía pelo oscuro y ojos del color del chocolate. Alto y misterioso, era un hombre capaz de hacer volar a cualquiera.

Miró alrededor y se encogió por dentro. El ático parecía haber sido el escenario de una gran fiesta. Y así era. El mes anterior ella misma la había organizado. En algún momento, iba a tener que limpiar la casa. Pero todavía no. Su madre confiaba en ella y, además, el dueño no iba a llegar hasta finales de enero... tres meses. Disponía de tiempo.

Agarró el mando a distancia y se sentó para ver una hora de televisión. Pero antes de que pudiera poner su programa favorito, oyó que se abría la puerta. Y estuvo a punto de mojarse los pantalones.

« ¡El señor Malik ya ha llegado!»

—¿Rosario?

«Peor».—¿Mamá? —gimió, un sonido que contenía tanto terror como consternación. Era mucho peor que la llegada del dueño. Él, al menos, no le daría en la cabeza con un monedero del tamaño de una maleta.

Una serie de invectivas, todo en español, salió de la boca de su madre. Rosario conocía lo suficiente el idioma como para entender algunas palabras, las más amables«perezosa» e «inútil». Entonces la puerta volvió a abrirse y entró su abuela. La situación pasaba de peor a catastrófica.

—¡El señor Malik llega mañana! ¿Qué vamos a hacer?

Su madre sollozó en lo que a Rosario le pareció puro melodrama. —Nos ponemos a trabajar ahora —espetó la abuela. Rosario obedeció. Por fortuna, su madre no tardó en quedar absorta en quitar manchas de cerveza de la moqueta como para olvidar gritarle.

Mientras de mala gana fregaba el suelo del despacho, encontró un montón de sobres de aspecto polvoriento apoyados contra una pared. Varias cartas no abiertas se habían caído del escritorio. Cartas que supuestamente Rosario tenía que enviar a la empresa que se ocupaba de todo el correo del señor Malik. Lo había olvidado. Durante... unas semanas... seguro que nada más.

El matasellos indicaba que tenían un año de antigüedad.

Mientras las repasaba, pensó con celeridad, manteniendo a raya el pánico.
—Circulares de venta... eso está bien... oh, no, facturas. Pagadas ya —musitó al tiempo que las echaba a la bolsa de la basura. Eso dejaba algunos sobres de aspecto personal, incluyendo uno grande con la pegatina de un fuego fatuo. —Quizá crea que es para este Halloween —su voz exhibió una patética nota de esperanza.

—¿Qué haces?

—Algunas cartas se cayeron aquí —susurró. ¡La habían descubierto! La abuela musitó un juramento de sonido perverso. Luego se acercó e inspeccionó el correo. Movió la cabeza, suspiró y alzó la vista al cielo.

Identidad EquivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora