4

175 28 21
                                    


Zayn no estaba seguro de cómo Liam lograba conseguir ese tono perfecto de voz, una mezcla de entusiasmo, duda e incluso miedo auténtico. Desempeñaba a la perfección el papel de «un dueño de una posada, sólo, por la noche en una casa encantada».

Por no mencionar que era muy atractivo. Encantador. Divertido. Con una voz sexy y una risa embriagadora. Y con un olor maravilloso, cómo a manzanas y canela. Podía respirar hondo y casi probar el otoño.

Nunca había sabido lo mucho que echaría de menos eso hasta que se marchó de allí. Chicago era una ciudad sin huertos, sin los aromas de las hojas mojadas por el rocío un día de octubre. Estar con Liam había invocado todos esos recuerdos sensoriales. Aunque sólo fuera por eso, tenía que gustarle.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —repitió el castaño.

—Ya has sido de gran ayuda al hablarme de los huéspedes —no quería pensar de qué otro modo podría ayudarlo. Lo vio lanzar otra mirada curiosa hacia el maletín abierto. Aunque no temía que supiera ruso y leyera los documentos sobre el caso Glanovsky, no quería que viera las fotos más explícitas. Recogió la carpeta y la deslizó debajo de todo lo demás. Luego guardó la identificación y la placa falsas en el maletín—. Lo siento. Es alto secreto.

—De acuerdo. Pero aún no me has dicho en qué más puedo ayudar. Me gustaría que esta situación se resolviera pronto —mostró una expresión preocupada—. No creerás que ese... traficante de armas se encuentra en la casa, ¿verdad?

—Es posible — Zayn se encogió de hombros.

—Oh, estupendo, lo que me faltaba.

Quién era realmente el castaño y cómo conocía a Louis eran cosas que tendría que averiguar pronto. Anhelaba con todo su ser que no fuera la última conquista de su primo, porque ni siquiera sabía si la lealtad familiar conseguiría evitar que se lo quitara. Siendo niños, jamás se había aprovechado de ser un año mayor que su primo para abandonarlo en el bosque, hacer trampas para ganar con la consola o robarle los coches de juguete. Sin embargo, Liam no era un coche de juguete. Si era la pareja de Louis... No.

No podía serlo. A Louis le gustaban los chicos más, risueños e inquietos, con grandes sonrisas... No, Liam no era el tipo de Louis. Además, y aunque lo fuera, conocía lo suficiente a su primo como para saber que no dejaría que vagara por ahí sólo sin su compañía, vestido sólo con esos sexys pantalones de cuero negro. No, Liam no podía ser la pareja de Louis.

Estupendo. Porque percibía que el fin de semana con el castaño sería caliente.

—De acuerdo —respondió a la oferta de ayuda—. Puedes hacer algo. Puedes empezar por decirme si el hombre que aparece en esta foto se encuentra en la posada.

Lo vio mordisquearse el dedo, con el ceño fruncido en concentración. Le encantaba verlo jugar como si de verdad creyera que podía ayudarlo a capturar a un criminal.

—El hombre que se registró hoy era un poco más delgado —de pronto abrió mucho los ojos—. Pero, ya sabes, si llevara un tupé, y gafas, y alguna faja corporal, podría ser él.

Faja. Estuvo a punto de bufar. Por la descripción ofrecida por Liam, podría ser el padre de Louis, el tío Frankie, con un acento falso. El tío Frankie hacía una excelente imitación del Padrino. En especial después de haberse bebido un par de cervezas... o siempre que Sophie, la hermana de Louis, había llevado a un novio a casa siendo adolescente. Pero el día que aceptara ponerse una faja sería el día en que él aceptaría presenciar una competición de patinaje sobre hielo. Nunca. De modo que el tío Frankie no era el caballero con acento extranjero.

—De acuerdo, de modo que es posible que esté aquí —dijo, tratando de mantener la seriedad y el papel que interpretaba.

—¿Qué hacemos? ¿Llamamos a alguien?

Identidad EquivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora