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Como Liam se había ido a dormir con el agente Miles Stone en la mente, probablemente no fuera de extrañar que el subconsciente le llenara los sueños nocturnos con el misterioso desconocido.

Se sumió en un sueño ligero, el mismo en que siempre caía momentos después de que su cabeza agotada tocara la almohada. Y no tardó en hallarse en ese lugar surrealista en el que se desarrollan los sueños, pero donde la conciencia no ha terminado de desvanecerse.

Sabía que soñaba.

Pero le dio la bienvenida al sueño. El pelinegro lo tocaba con esas manos grandes y cálidas. Empezó por los pies. Su amante onírico alternó caricias firmes y delicadas sobre sus tobillos y pantorrillas. Se demoró en la parte posterior de sus rodillas, haciendo que se arqueara contra las sábanas, anhelando sumergirse por completo en el sueño y entregarse a su visión  erótica.

Cuando la boca tomó el lugar de las manos, suspiró con placer, capaz de imaginar la cabeza oscura contra la piel pálida de sus muslos mientras lo mordisqueaba,  lo besaba y lo lamía en la lenta ascensión por su cuerpo.

—Sí —murmuró en sueños.

Miles rodeó el lugar encendido entre sus piernas, enloqueciéndolo de deseo. Cuando depositó un beso ardiente sobre su estómago, se retorció y se arqueó hacia él. Quería ese beso íntimo, quería que la lengua le provocara una llama, que le calentara aún más el cuerpo. Anhelaba esa intimidad extrema, con la cual nunca se había sentido demasiado cómodo como para compartir con un amante real. Sin embargo, ese fantasma tenía las puertas abiertas para introducirlo en semejantes placeres.

Anhelaba que lo hiciera.

Pero no podía controlar a ese hombre de voluntad fuerte, ni siquiera en sueños. Gimió mientras lo provocaba, lo hacía esperar, le daba besos en el vientre, al parecer encantado con probar cada centímetro de su cuerpo entre el ombligo y la clavícula. La mejilla áspera le rozó alrededor de un pezón y Liam giró hacia él para que posara la boca en él. Sintió una mano cálida que le pellizco, hasta convertirlo en un capullo compacto de pura sensación.

—Ah, sí.

—¿Más?

—Desde luego —susurró Liam—. Pruébame. Usa tu boca conmigo, Miles. Deja que sienta tu lengua.

—Dios, realizas ofertas que no puedo rechazar —gimió.

—No las rechaces.

Su amante de ensueño posó los labios en su pezón y succionó. Gimió cuando lo mordisqueó levemente, pasando la punta de la lengua sobre él, al tiempo que no dejaba de acariciarle el abdomen, las caderas, los muslos. Pero no donde Liam lo anhelaba más.

—Ahí —murmuró—. Tócame ahí también —bajó la mano por su propio cuerpo hasta su pene, con los dedos tanteó la humedad resbaladiza que ya se hacía presente en su punta. Oyó que la respiración de él se entrecortaba al verlo tocarse.

—Dios, eres tan caliente...

—Tócame. Pruébame. Muéstrame.

La mano de él sustituyó la suya. Experimentó un escalofrío cuando sintió su mano esparciendo su pre-semen y gemir con placer al comprobar su excitación. Su pulgar jugaba con la punta de su miembro, haciéndolo sacudirse con un jadeo satisfecho.

Poco a poco, Liam comenzó a darse cuenta de algo. Ardía por dentro, pero tenía piel de gallina por el fresco aire nocturno. Las sábanas ya no lo cubrían y sus pantalones habían desaparecido de verdad. La boca sobre su torso no estaba seca como en un sueño... esa boca estaba caliente. Húmeda. Y era agónicamente placentera. Se concentró en el placer, tan intenso que apenas podía respirar, pensar o moverse. Demasiado intenso para un sueño.

Identidad EquivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora