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Si te lo contara, tendría que besarte.

Con la salvedad de que no había dicho «besar, ¿verdad? No, había dicho «matar». Pero a Liam no le importó. Por su mente pasó el verbo «besar, tentándolo a ser atrevido. Un beso podría ser lo bastante osado como para poner a prueba su sensualidad, esa que había enterrado desde su último noviazgo fallido.

De modo que lo besó. Cuando el posible asesino que acababa de amenazarlo se acercó hasta que sus alientos se mezclaron, le tomó el rostro entre las manos y procedió a juntar sus labios.

Desde luego, sabía que bromeaba con eso de matarlo. A pesar del aura de peligro, desde el momento en que se pusieron a hablar, había tenido la certeza de que no representaba ninguna amenaza para él. Al menos, no físicamente. Pero no estaba tan seguro en el plano mental.

Su libido había estado en alerta toda la noche. Algo poco usual para él. Cerró los dedos sobre su pelo y lo acercó hasta que los labios pudieron unirse plenamente. Su sabor era una mezcla de peligro y deleite. No fue muy lejos, sólo deslizó los labios sobre los suyos, separándolos una simple fracción, pero no más. Su cuerpo estaba cerca.

Aunque el pelinegro no hizo esfuerzo alguno para aproximarlo, dejando que él tomara lo que quisiera. Y tomó. Sin reflexionar, sin pensar en el sentido común, dominado por una locura inspirada por Halloween y la luz de la luna.

Al final, después de lo que pudieron ser cinco segundos o cinco minutos, retiró la boca. No se sintió avergonzado. Había besado a un desconocido. No era algo importante en el esquema básico de las cosas. No había robado un banco, huido de la policía o participado en un tiroteo. A diferencia de algunos miembros de su familia.

—Muy bien —suspiró Liam.

—¿Muy bien? —preguntó el pelinegro, sorprendido... pero no descontento.

—Sí. Este ha sido mi acto impulsivo del día.

—Y ya está, ¿eh?

—Sí —asintió el castaño—. Mi cuota es de uno al día.

—Es una pena —frunció el ceño. Acarició la línea de su mandíbula con un dedo—. Pero, ¿sabes?, falta una hora para la medianoche. ¿Quieres quedarte para ver a qué impulso vas a ceder mañana?

Le gustaba que fuera tan descarado. —Me temo que ya no es necesario. Un beso era todo lo que necesitaba.

—Eso es como decir que te conformas con un trozo de chocolate —indicó el pelinegro con voz ronca—. Algunas cosas gritan para ser probadas otra vez.

Liam se mordió el labio. Sabía que los besos de ese hombre podían ser más adictivos que el chocolate.
—Ya he probado más que suficiente para una noche. Al menos ahora, si terminas por matarme, moriré después de haber disfrutado de un beso exquisito.

—Sólo mato a los malos —expuso el pelinegro—. Y tú no lo eres. Eres el posadero misterioso y apetecible cuya historia aún desconozco.

—No tengo ninguna historia.

—Todo el mundo tiene una historia.

—¿Cuál es la tuya? —preguntó—. Al menos, la que puedas contarme sin tener que matarme.

Zayn rió en voz baja. —Quizá yo tampoco tenga una historia.

—Tienes «historia» escrito por todo tu cuerpo.

—Es una pena que no esté en braille —musitó con tono seductor.

—De acuerdo, señor Stone, eres muy divertido, pero me gusta saber algo sobre los hombres con los que tropiezo en las cocinas a oscuras y a los que beso en contra de su voluntad.

Identidad EquivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora