Una hora más tarde, Zayn llamaba a la puerta de la casa de su abuelo. Le había dolido mucho hacer la maleta y marcharse de la posada, pero había tenido que hacerlo. Había conocido lo suficiente al castaño como para saber que él lo quería, pero algo lo reprimía.Algo lo había hecho negarse incluso a darles una oportunidad de lograr que la relación funcionara en el mundo real. Daría cualquier cosa por saber qué había sido ese algo,pero no podía presionarlo. Debía concederle tiempo para entender la situación, para superar la turbación y la confusión.
Habían estado juntos de forma ininterrumpida casi dos días, era hora de retirarse y evaluar lo que había sucedido y la profundidad de las emociones. En sucaso, era capaz de reconocer que habían arraigado. Mientras tanto, tenía otra relación que solucionar.
Alzó la mano para llamar otra vez, pero abrieron antes de que fuera necesario.
—Hola, abuelo.
—Hildy me dijo que probablemente pasarías —indicó el anciano, sin hacerse a un lado ni invitarlo a entrar. Aunque no lo veía desde hacía un par de años, no notó un gran cambio en su aspecto. Todavía alto y delgado, con el pelo blanco y la nariz aguileña, Samuel Malik había sido el jefe de policía más formidable que había conocido esa ciudad. Aunque tenía los hombros un poco encorvados y el cuerpo era más frágil de lo que Zayn recordaba, mantenía una presencia que exigía respeto.
Se miraron largo rato, y al final Samuel Malik esbozó una leve sonrisa. —Tengo entendido que has vivido una aventura este fin de semana.
Hildy. Probablemente lo había llamado nada más irse de la posada.
—Tienes toda una amiga allí —repuso.
—Sí —se apartó y le indicó que pasara—. Es pura dinamita. Tuve que cortejarla enserio hasta que aceptó salir conmigo.
Zayn se preguntó si su abuelo sabía cuánta dinamita era. Aún le costaba creer algunas de las historias que le había contado Hildy Payne durante el rato que estuvieron en el desván. Había sacado viejas fotos, artículos de prensa, y le había hablado de primera mano sobre la época de la ley seca y de los gángsteres. Había sido fascinante. Y algunas cosas conmovedoras. Esperaba que algún día la anciana fuera sincera con Liam. Merecía conocer la verdad.
—¿Quieres un poco de té? —preguntó al volverse y conducirlo al salón de su casa pequeña.
—Sí, me gustaría —habían compartido muchas tazas antes de que se marchara de Derryville.
Mientras el abuelo iba a la cocina a prepararlo, entró en el salón. Pocas cosas habían cambiado y no tardó en encontrarse delante de una biblioteca llena. Para su sorpresa, vio exactamente lo que le había mencionado Hildy: ejemplares de cada uno de sus libros. De hecho, más de uno.
—Quién lo hubiera creído —musitó.
—El último es mi favorito. Me gustó la dedicatoria.
No se volvió, sólo asintió para reconocer el comentario. Había dedicado el libro a todos los agentes de la ley, pero a dos en particular. Su padre y su abuelo.
—Estoy orgulloso de ti, Zayn. No es fácil para mí, pero juré que si alguna vez aparecías ante mi puerta, te lo diría —carraspeó—. Lo siento. No lo entendí. Pensé... Temí que nunca volverías —calló unos instantes—. No quería perderte. Tu abuela había muerto el año anterior, tu hermana acababa de casarse. Louis estaba en la universidad. Sentí como si mi familia se desintegrara.
Zayn se volvió despacio y vio a su abuelo de pie en el umbral. La luz de la tarde que entraba por las cortinas abiertas hacía que su pelo blanco resplandeciera y que su piel pareciera casi transparente. Lo miraba con intensidad y un brillo inconfundible en los ojos. Cuando extendió la mano para ofrecerle la taza de té, se acercó. La taza traqueteó ligeramente en el plato.