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—¿Le has estado dando vueltas a la cabeza toda la noche o esta mañana decidiste que las ojeras están de moda?

Liam sabía que, tarde o temprano, Hildy haría algún comentario sobre su cara cansada. Había esperado hasta que se sirvió y recogió el desayuno.

—Estoy un poco cansado.

Hildy sonrió y movió las cejas.
—¿Te quedaste hasta tarde cerciorándote de que un huésped inesperado se hallaba bien?

Asintió, sin prestar atención al movimiento de cejas.
—Exacto —bajó la voz para que no los oyeran la cocinera la camarera a tiempo parcial—. Se encuentra bien, pero aún no ha recuperado la memoria.

Hildy no pareció muy preocupada y permaneció en silencio. Liam reconoció esa táctica. Siempre había podido poner nerviosa a la gente y conseguir que confesara todo simplemente esperando y mirando fijamente. Había funcionado con él de pequeño más veces de las que podía contar. Pero esa vez no.

Se dedicó a recoger platos. Al terminar, vio que Hildy se había servido una taza de café y se sentaba a una mesa en el comedor vacío. Aún lo miraba. Aún sonreía. Paciente como siempre. Convencido de que la mejor defensa era un buen ataque, le preguntó.

—¿Has dormido bien? —su tía se encogió de hombros sin decir una palabra—. ¿No has sufrido más problemas con la cadera? —otro encogimiento de hombros—. A los huéspedes pareció gustarles el desayuno.

Hildy simplemente sonrió un poco más, el rostro dulce enmascarando lo que Liam sabía que era una mente aguda y de voluntad férrea. Pero disponía de un arma secreta. Había un modo infalible de lograr que la anciana hablara.

—¿Cómo te sentaron los bollos de salvado de ayer?

Bingo. A las ancianas de ochenta y cinco años les encantaba hablar de su sistema digestivo. Durante cinco minutos, Hildy reiteró la importancia de la fibra.
Entonces calló y frunció el ceño.

—Lo has hecho a propósito.

Liam sonrió, le dio un beso en la sien y le apartó un mechón de pelo blanco de la cara. Se sentó junto a su tía y bebió de su propia taza de café.

—Sí.

—Quiero todos los detalles sucios.

—No los hay. El señor Miles Stone se encuentra a salvo en su habitación. Hace unos minutos le subí el desayuno —había estado en la ducha, lo cual agradeció, ya que sabía que podría distraerlo con facilidad.

Al separarse aquella mañana, le había pedido que se quedara en su habitación hasta que la doctora pudiera volver a examinarlo. La verdad era que no quería que vagara por la casa y se encontrara con alguien que quizá no conociera... pero que podía conocerlo a él. De hecho, no había importado mucho, ya que el misterioso caballero extranjero no había bajado de su habitación de la segunda planta. Y no era el único.

Louis tampoco había aparecido. Su primer impulso había sido creer que se dedicaba a investigar. Pero cuando el Doctor Styles no hizo acto de presencia, había reconsiderado la conclusión alcanzada.

—¿El señor Stone y tú tuvieron la oportunidad de charlar un rato anoche?

—Mmm.

—Supongo que no recordaría si está casado o no, ¿verdad? O si es un asesino psicópata interpretando el papel de espía.

Tuvo que reír. —No está casado... eso lo aclaramos antes de que lo golpearas. Y desde luego no le tengo miedo.

—¿Estás seguro?

—Absolutamente.

—Pareces cansado—comentó después de que los dos compartieran un momento de silencio. Y añadió—. No obstante, hay un brillo en tus ojos que no veía desde hacía tiempo.

Identidad EquivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora