Capítulo 1: Pie de limón

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"Sus resultados estarán disponibles en 1 hora, 53 minutos, 49 segundos... 48, 47, 46...", se leía en la pantalla de mi computador. La cuenta regresiva del DEMRE estaba llegando a su fin y yo tenía la guata tan apretada que sentía que iba a vomitar en cualquier momento. No podía dormir, y lo único que existía en mi mundo en esos momentos era el contador.

Escuchaba a mi mamá afanando en la cocina, empezando a preparar las cosas para vender en el negocio que teníamos en mi casa. Cada tanto se asomaba a mi puerta para saber si había alguna novedad de mi puntaje, pero yo me hacía la dormida y cerraba la pantalla del notebook. 

La verdad es que no estaba muy segura de cómo me había ido en la PSU, nunca había sido muy buena para el estudio y tomé el preu del liceo nomás, así que cuando me dieran los resultados quería estar sola para pensar bien en las opciones que tenía antes de contarle a mis papás.

Cuando ya faltaba menos de un minuto la pantalla empezó a parpadear, para darle emoción me imagino. Empujé con el brazo el desorden que tenía encima del escritorio y apoyé el computador ahí, aguantando la respiración. El contador llegó al 00:00:00 y apareció la pestañita para ingresar rut y clave. Me temblaban las manos.

Me quedé con la mente en blanco durante varios minutos. Tenía mi puntaje frente a mí pero no entendía qué significaban esos números. ¿Eso era mucho o poco? ¿Me alcanzaba?

- ¡Coté! - me llamó mi mamá, golpeando la puerta - ya pues, mijita. ¿Me va a ayudar a hacer el pie de limón o no?

Rodé los ojos. 

- ¡Mamá! - grité de vuelta - ¡estoy decidiendo mi futuro en esos momentos! ¿Te podí esperar?

Eso me hizo reaccionar. Ahora podía leer los números e interpretar en qué se traducía eso para mí. No había sacado un puntaje espectacular, pero me alcanzaba y eso era lo importante.

Apagué el computador y, así mismo en pijama, fui a la cocina donde me estaba esperando mi señora madre.

- Ya mi amor, qué bueno que te levantaste - dijo cuando me vio entrar, sin dejar de amasar la masa para empanadas - es que te queda tan rico el pie de limón que se vende altiro, vamos a tener que dejar hechos dos o tres de una. Tu papá viene llegando de La Vega con los huevos, todo fresquito.

Asentí. El sustento de mi familia era un negocio de barrio, ahí vendíamos abarrotes, un poco de verduras y algunos días comida preparada. Mi mamá hacía unas empanadas que le quedaban buenísimas, todos los vecinos nos encargaban sobre todo el día domingo cuando no querían cocinar. 

Yo me puse a hacer la masa para el pie de limón, una receta que ya me sabía de memoria. 

- María José - me llamó mi mamá - ¿por qué no te vistes altiro mejor?

Me quedé mirándola, no entendía cuál era el apuro si todavía no abríamos el negocio.

- Tu tía salió así que quiero lavar allá - me explicó - así no gastamos detergente.

- Ay, mamá - reclamé - ¿cuál es tu manía de siempre estar aprovechándote? 

Eso era cierto. Mi tía y su familia vivían en la casa de al lado, eran casas pareadas y tenían una puerta que las comunicaba a través de una pieza. Mi mamá siempre trataba de ir a cocinar o nos hacía bañarnos allá para no gastar gas. A mí me daba vergüenza, sobre todo porque es su propia hermana.

- Porque está todo súper caro po Cote - me retó - ya, termina ahí y te sacai el pijama para ir a lavarlo, que ya está lleno de harina.

En estos temas no sacaba nada con pelear con ella.

¿Y si nos comemos mejor? (Clemente Montes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora