Han pasado seis meses desde que empezó lo que yo defino como nuestra no-relación. Porque, a pesar de todo, hay algunos momentos en que nos separamos. No pasa muy a menudo, pero por ahora prefiero que sea así: en primer lugar, cada una es responsable de su familia, así que, en caso de comidas, cenas o cosas por el estilo, nos presentamos solas. Una cosa era ir a casa de sus padres cuando fingía que me acostaba con ella, pero hacerlo ahora que nos acostamos de verdad sería muy violento.
Están prohibidos los viajes en pareja: nada de fines de semana o vacaciones juntas, porque planificar las vacaciones es una actividad de pareja y nosotras no lo somos. Seguiré repitiéndolo hasta la saciedad. Ella no parece muy convencida, pero lo importante es que sepa qué opino yo de todo esto. Tratamos de trabajar juntas lo menos posible. Después de Beverly, Colin nos ha pedido que colaboremos en algún otro cliente, pero yo me he escaqueado.
Soy consciente de que mis facultades no están al cien por cien cuando me encuentro cerca de ella, y prefiero estar completamente lúcida al menos mientras trabajo. Durante los fines de semana no vivimos juntas, lo que significa que me niego a pasar la noche en su piso. Quería limitar el número de noches que pasábamos juntas, aunque no me ha salido muy bien hasta ahora, porque Lena viene a dormir a mi apartamento, a pesar de que es mucho más incómodo y no estamos solas. Sé que no he logrado con éxito todos mis objetivos, pero al menos lo he intentado.
Lena, en cambio, se ha dejado ir y me ha mostrado una faceta delicada y dulce que me aterroriza. Es muy protectora conmigo, como si fuera algo de su propiedad. —¿Comemos? —pregunta Winn asomándose a la puerta de mi despacho. —¿Y los otros dos? —pregunto alzando la vista de la pantalla de mi ordenador. —Nos esperan abajo —dice impaciente.
Comemos a menudo con Sam y con Lena. Como somos cuatro, es más difícil alimentar los rumores. Al menos en teoría. Por lo que dice Winn, es un no-secreto que entre Lena y yo hay algo poco definido pero muy tangible. Incluso a mí me cuesta negarlo todo cuando nuestros compañeros tratan de indagar porque, veamos, si me pongo como un tomate cuando alguien menciona su nombre, ¿Cómo puedo negarlo de forma convincente? Salimos del edificio y noto enseguida la mirada de Lena.
—Hola —dice sonriendo. —Hola —respondo desde una distancia prudencial. Hoy, extrañamente, brilla el sol y sus ojos están todavía más claros. Parecemos un par de idiotas. —Vamos chicos, no os podéis comportar así —nos reprende Winn riendo mientras se acerca a Sam para besarla. Lena y yo los miramos pasmados.
—Deberíais probarlo vosotros también —sugiere. —Kara me daría un puñetazo si lo intentara delante de la oficina. —¡Por supuesto que lo haría! —confirmo—. Ellos son una pareja y pueden besarse, pero nosotros no lo somos. Lena arquea las cejas y me dedica una mirada desafiante. —¿En serio? —dice y se acerca. —¡Quédate donde estás! —le advierto levantando las manos para detenerla.
Ella me coge de todos modos e intenta darme un beso. —¡Lena! —la llamo al orden con un tono que espero que sea tajante. Ríe al notar mi azoramiento. —¿Quieres portarte bien? —murmuro. Se acerca y me besa. Poco después se aleja satisfecha. —¡Me he pasado la vida siendo perseguido por mujeres y al final he acabado contigo! ¿No te parece irónico? —pregunta mostrándome una sonrisa.
—Es la ley del contrapeso —comenta Winn, que nos observa con curiosidad. —Eso parece —confirma Lena, resignada. Me coge de la mano y nos dirigimos al restaurante. Sam y Winn nos siguen abrazados.
*** Con el estómago lleno se piensa mucho mejor. Lena me guiña el ojo para despedirse de mí cuando llegamos a nuestra planta después de comer. Estoy a punto de entrar a mi despacho cuando me intercepta Mary, la recepcionista. —Kara, hay un señor en tu despacho —me informa bastante nerviosa—. Quería esperarte dentro y no he conseguido disuadirlo. Iba a llamar a seguridad, pero tiene un aspecto... importante y he pensado que tal vez se trataba de algún cliente tuyo extravagante. La gente rica es extravagante, puedo confirmarlo.
—No hay problema —digo para tranquilizarla. Parece que el tipo en cuestión tiene mal carácter. —Si necesitas algo, no dudes en llamar —insiste antes de desaparecer. ¿Quién será? Entro con decisión en mi despacho y me encuentro a un hombre alto, de cabello canoso y ojos muy claros que me miran fijamente. Está enfadado por haber tenido que esperar. Es el abuelo de Lena, lo reconozco inmediatamente. —Buenas tardes, duque —saludo con cordialidad—, ¿está seguro de que no se ha equivocado de despacho? —pregunto mientras me acerco.
—Señorita Danvers —me saluda mientras se levanta de la silla y me estrecha la mano—. Estoy en el lugar correcto —dice convencido. Lástima, esperaba que se hubiera confundido de despacho. —En ese caso, póngase cómodo. —Me siento frente a él—. ¿A qué se debe la visita? —pregunto tratando de mantener un tono formal. Me escruta pensativo.
—Parece feliz —sentencia. Y no está contento. —¿Y eso es malo? —pregunto con ironía. No responde. —Y también parece estar enamorada —añade todavía más enfadado después de observarme unos instantes. —Lo dudo —respondo bastante ofendida. ¿A dónde diablos quiere ir a parar con estas afirmaciones? —He detectado a mi pesar que no ha seguido mis consejos.
Esta conversación no me gusta nada. —¿A qué se refiere exactamente? —pregunto molesta. —Lena y usted, vuestra relación —responde como si fuera evidente. —No es que sea asunto suyo, pero no existe ninguna relación. El duque me mira desafiante. —No me tome el pelo, señorita Danvers. Usted es astuta, muy astuta, lo reconozco, pero ahora se está pasando. —Su tono no admite réplicas.
Lástima para él que yo sea el tipo de persona que no se deja intimidar, sino al contrario, una actitud así solo consigue que yo me muestre menos dispuesta a escuchar sus consejos. —¿A qué se refiere exactamente? —pregunto irritada. —Lena me ha pedido que le haga entrega del anillo de compromiso de su abuela. No hace falta ser un genio para comprender lo que pretende hacer — me comunica, gélido. ¿Cómo? ¿He oído bien? Debo haberme puesto blanca como la leche.
—Puedo asegurarle que no quiere casarse conmigo —respondo titubeando, porque ya no sé qué pensar. —¿Está segura? —insiste el duque, desesperado. Prefiero quedarme callada. —Dígame que no se lo ha dado —murmuro poco después. Mi corazón late desbocado ante la idea de que Lena pueda haber pensado en algo así. Tengo que ignorar ese hecho y concentrarme en la realidad. El duque me observa sorprendido.
—¿Y cómo querías que no se lo diera? —se lamenta—. ¡Amenazó con ir a comprar otro todavía más grande si no se lo daba! Y estamos hablando de un diamante de cinco quilates... Dios mío. —Estoy convencida de que no soy la destinataria de ese anillo —repito recuperando la compostura. Lena no está tan loca.
—Parece que la vuestra es la única relación seria que ha tenido mi nieta. Si no contamos las de la escuela primaria —replica con sarcasmo. —¿Pero ¿Qué diablos os pasa a todos? —exploto—. ¡Lena y yo pasamos tiempo juntas, de acuerdo, pero no somos pareja y no hablamos del futuro ni de nada serio! —me defiendo. —Porque usted no se lo permite —me interrumpe el duque. ¿Y cómo lo sabe?
—Mi nieta piensa, con razón o sin ella, eso no lo sé, que está enamorada, y dado que no está acostumbrada a una cosa semejante, actúa de manera impulsiva. Pero un matrimonio es algo muy importante, señorita Danvers. En eso estoy de acuerdo. —¿Usted está enamorada? —pregunta finalmente cuando intuye que ya no sé qué decir. He ahí la cuestión en la que evito pensar desde hace unos meses. La pregunta me provoca sudores fríos. —¿Importa? —respondo. Me observa vencido.
—Desgraciadamente está enamorada... —constata mirándome a los ojos —. Habría sido más fácil en el caso contrario. —¡Una persona no elige de quién enamorarse! —No, supongo que no... —confirma pensativo. Nos quedamos unos segundos en silencio. —Pero está claro que no puede casarse con ella —repite. Yo resoplo. —Lo sé perfectamente. De verdad, lo sé. Y sigo pensando que no me lo pedirá nunca. ¡Sería una locura! El duque me observa seráfico.
—Tendré una edad avanzada, pero cuando uno está enamorado, está loco. De eso me acuerdo incluso yo. Debe de ser así porque tengo la sensación de haber perdido la razón desde que toda esta historia comenzó. —¿Entonces me promete que no le dirá que sí? —insiste, apremiándome. —De veras, no me lo pedirá... —Aun así, ¿me lo promete? —repite.
—Si le ayuda a sentirse mejor, de acuerdo, se lo prometo —respondo desesperada por tanta insistencia. ¡Qué hombre más testarudo! Casi tanto como su nieta. El duque se levanta satisfecho después de haberme arrancado la promesa y me tiende la mano en señal de despedida. —Perfecto, entonces la dejo trabajar. —Gracias —respondo dubitativa—. Que tenga un buen día —me despido y observo cómo se marcha de mi despacho.
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DEJAME ODIARTE (SUPERCORP)
Fanfiction¿Puedes llegar a enamorarte de alguien a quien odias? Kara Danvers es abogada especializada en gestión de patrimonios y Lena Luthor es economista, miembro de la nobleza inglesa y famosa. una de las solteras de oro que aparecen en las revistas del c...