𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 -16

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El duque de Courtown está sentado majestuosamente en su caballo negro. Es precioso, no puedo negarlo, su aspecto infunde casi tanto temor como su dueño. Tal para cual. Me observa con una pizca de preocupación mezclada con desaprobación mientras trato de subir al caballo que amablemente me han confiado: es una yegua que se llama Luna, y espero que sea todo lo contrario al satélite que le da nombre. Tiene un hocico dulce, pero nunca se sabe. Subir a la silla es más complicado de lo que pensaba: la última vez que monté un caballo tenía más o menos diez años. Espero que sea como ir en bici: una vez aprendes, ya nunca lo olvidas. Siempre que pueda considerarse que aprendí a montar a caballo. 

—Vamos, señorita Danvers, la estamos esperando —dice el duque con tono amenazador, para hacerme sentir bien. En efecto, todo el mundo me está mirando con un poco de rabia, y maldigo a Lena por enésima vez. Si no muere durante la resaca, ya me encargaré yo de matarla cuando vuelva de esta absurda expedición. No es hasta el quinto intento cuando consigo montar en la silla. Miro al duque, claramente disgustado porque haya logrado subir. 

—Veo que es una amazona excelente —se burla de mí, provocando una carcajada general. Bien, espera un poco y ya veremos quién ríe el último. 

—Sí, no está entre mis aficiones preferidas —confirmo sujetando con fuerza las riendas. Parece que Luna comprende que la monta alguien sin experiencia y no se queja. Solidaridad femenina.

—No se aleje de mí —dice el abuelo de Lena—. A falta de esa holgazana de mi nieta, yo soy el responsable de su seguridad. 

—Y yo que creía que era la responsable de mí misma, qué ilusa — comento con seriedad—. Pensar que estamos en el siglo XXI para descubrir que seguimos en el XVIII. Mi frase va acompañada por una sonrisa tan sincera que cualquiera podría tragárselo. Pero no el abuelo de Lena. Es probable que nadie en su vida haya osado ser irónico en su presencia. Lástima. 

—No dejo de sorprenderme por la elección de mi nieta —confiesa cuando nos ponemos en marcha. Vamos en cabeza de la comitiva, los demás nos siguen a mucha distancia—. Usted no es el tipo de Lena. 

—¿A qué se refiere? —pregunto tratando de indagar en el sentido de su afirmación. 

—Mi nieta suele rodearse de gente que la venera y que no la pone en tela de juicio. El hombre tiene razón. 

—Y usted no me parece capaz de venerar —añade el duque, observándome para ver el efecto de sus palabras. 

—En mi familia solo veneramos a Gandhi y RAO —replico con total tranquilidad. El duque ríe a carcajadas. 

—Usted no me parece una persona partidaria de la no violencia — precisa poco después. 

—Sí, bueno, eso es un fallo mío personal. Mi familia está muy comprometida con las buenas causas y la no violencia, pero yo soy sanguinaria. Y usted comprenderá que para una familia de vegetarianos... ¡eso es un problema muy grande! He optado por la simpatía, esperemos que sea la estrategia vencedora. 

—¿Es vegetariana? ¿En serio? —pregunta como si acabara de llegar de Marte. 

—Absolutamente —confirmo sin descomponerme. 

—¿Y está participando en una batida de caza? —pregunta sorprendido. 

—Espero que aprecie el gesto. ¡Qué no haría por su compañía! 

—Ah, ¡una vegetariana con el don de la ironía! Y yo que pensaba que estabais desprovistos de ella por comer solo brócoli —dice divertido.

—De todos modos, soy vegetariana y no vegana, no me privo de todo —explico. 

—Por muy interesantes que me resulten sus hábitos alimentarios, me gustaría llegar a una cuestión mucho más interesante, si no le importa. — Su tono se ha vuelto serio. Empiezo a preocuparme. 

—Dígame. —¿Por qué Lena? —pregunta mirándome atentamente—. Es decir, es una chica atractiva, de sangre azul y todo eso, pero tengo la sospecha de que para usted eso no es un incentivo. Quién lo diría, el hombre es perspicaz. Su frase me relaja. Por fin alguien lo comprende. 

—Y pensar que Lena todavía no ha llegado a esa conclusión —digo negando con la cabeza. 

—Está demasiado concentrada en sí misma —desvela el duque. 

—¿Será un vicio de familia? —me atrevo a sugerir. El viejo rompe a carcajadas de nuevo. 

—Antes de que acabe el día cambiaré la opinión que tenía sobre usted. Quién lo habría imaginado. Hay poca gente que me sorprenda, señorita Danvers. 

—Se lo pido, no cambie de opinión. Tengo una reputación que mantener —lo imploro. 

—De todos modos, ¿usted no tendrá intención de casarse con ella, ¿verdad? —pregunta repentinamente serio. No sé cómo hemos llegado a una pregunta tan improbable. 

—¿Lena? ¿Casarse? ¿Hablamos de la misma persona? —pregunto con los ojos como platos. 

—Lena es imprevisible, créame —me advierte—. Una locura semejante sería propia de ella. 

—No tengo ninguna intención de casarme con ella —confirmo. No sé por qué necesita que lo tranquilice sobre este tema, pero con él no tiene sentido mentir. 

—No me malinterprete, usted es muy simpática y efervescente, pero Lena sigue siendo mi heredera y el día de mañana necesitará una mujer acostumbrada a un determinado tipo de vida, no sé si me explico... Estaba claro que tarde o temprano llegaríamos al quid de la cuestión.

—Perfectamente —confirmo. En realidad, se sorprendería si supiera que comparto su opinión. 

—¿Entonces no se ha ofendido? —pregunta animado. 

—En absoluto —lo tranquilizo. 

—Bien, pues debería pensar en un modo de dejar a mi nieta — sugiere. 

—¿Por qué? —pregunto estupefacta. El abuelo de Lena me mira repentinamente ceñudo. Está acostumbrado a una obediencia que no admite discusiones. 

—Porque usted le gusta muchísimo y es mejor no llevar las cosas muy lejos. ¿Le gusto a Lena? Este hombre está loco. Estoy a punto de decírselo cuando me acuerdo de las fotos, de la actuación, en definitiva: de nuestro acuerdo. 

—Lena siempre se acaba cansando de las mujeres con las que sale —le recuerdo—, y estoy segura de que muy pronto llegará también mi turno. El duque me observa preocupado mientras cabalgamos. 

—Pensaba que era una observadora mejor. Pero imagino que será complicado ser objetivo cuando se trata de uno mismo. Hágame caso, es mejor interrumpir la relación. 

—Ha usado un tono serio, imperial y que no admite réplicas. 

—Lo pensaré —me limito a responder. Sinceramente, empiezo a estar harta de esta conversación. Por ahora parece que mis palabras son suficientes porque asiente. Luego escruta el horizonte y ve algo. 

—Un faisán —susurra entusiasmado, señalando con el dedo un punto frente a nosotros. Baja el volumen de la voz para que la presa no huya. ¡Oh, no! —Vamos, Henry, pásame la escopeta —ordena a un joven que aparece detrás de nosotros y que cumple al instante. Nos acercamos a la presa y el duque baja del caballo para apuntar. Alarga el brazo para apretar el gatillo y en décimas de segundo decido lo que tengo que hacer. Antes de que el abuelo de Lena presione el gatillo, me esfuerzo con todas mis fuerzas para estornudar. El faisán, asustado, alza el vuelo un segundo antes de que la bala se acerque. Luna, también sorprendida por el sonido, se asusta y se levanta sobre sus patas posteriores, tirándome por los aires y haciéndome aterrizar de forma poco digna en el suelo.

Todos se quedan helados, no saben si ayudarme o dejarme donde estoy, dado lo que acabo de provocar. Antes de que nadie mueva un dedo, decido ponerme en pie yo sola. El duque vuelve a mirarme de soslayo. Y yo que me había esforzado tanto por ser simpática... Lo he volatilizado todo con un estornudo. 

—Pido disculpas —digo con voz atormentada—, pero esta alergia me está matando. Y sonrío como la criatura más inocente del mundo.

DEJAME ODIARTE (SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora